Gobernar contra
El ridículo, el desastre, la politiquería, la incompetencia y otras descripciones que hace la política española de la catalana se han trasladado ahora a la villa y corte
Nos lo estamos pasando la mar de bien. El ridículo, el desastre, la politiquería, la incompetencia y otras descripciones que hace la política española de la catalana se han trasladado a la villa y corte. El PP no puede gobernar porque no se ha enterado que lo del brazo incorrupto sólo funcionaba durante el franquismo. El peor PSOE de la historia reciente está haciendo la mejor precampaña electoral que se recuerda. Iglesias anda por ahí diciendo que quiere ser vicepresidente y Rivera empieza a hacerse cargante de puro servil. ¡Cómo ha cambiado el cuento!
Se han roto los dos grandes vectores que han permitido la gobernabilidad en España. El primero, el progreso económico, ha sufrido una enmienda a la totalidad. Aquella paz social frágil que provenía de los sesenta, como otros tantos mitos del bienestar desarrollista, se ha acabado por una crisis global que en España encontró tantos aliados como víctimas.
Gobernar contra las clases populares tiene consecuencias de difícil digestión. Hay una lógica que une los grandes atracos que han servido para pagar pensiones multimillonarias a los directivos de banca y la sisa diaria, constante, legalizada y cotidiana de recibos de luz, agua, transporte o autopistas. Uno acaba pensando que son vasos comunicantes, que lo que no se puede conseguir de una manera, se consigue de otra.
El segundo vector salta del abuso sobre las clases populares, al abuso territorial, aunque no sabemos qué fue antes ni si al final de lo que se trata es de esquilmar a la única clase popular que ha sabido articular una actuación no subordinada al Estado. El presidente en funciones Rajoy hablaba de tregua. Su marco mental es preciso y llega de la línea de filiación directa de los Boletines Oficiales del Estado: tregua.
El centralismo no debería ser forzosamente malo pero la práctica cotidiana, profesionalizada y me atrevería a decir, impunizada, ha provocado una verdadera abstracción del país. La construcción del AVE, sus estaciones fantasmas, el esquema radial y el desvío de fondos que deberían haber servido para construir el corredor Mediterráneo o la mejora del servicio de cercanías es un buen ejemplo de cómo se puede gobernar contra los intereses de una gran parte de españoles, españoles de grado o por imperativo legal.
De un eje a otro, los cuatro partidos dicen que buscan un acuerdo. Son víctimas de sus propias palabras y actos. Al divertimento de ver el teatro de la precampaña de las nuevas elecciones se le van sumando motivos para el escepticismo. Ni PP, ni PSOE ni Ciudadanos representan novedad alguna y aquí estamos tan esquilados que las promesas de Podemos en Cataluña se cogen con pinzas.
¿Cómo hemos llegado hasta aquí? “Franco me cogió la mano y me dijo: Alteza, la única cosa que os pido es que preservéis la unidad de España. No me dijo 'haz una cosa u otra', no: la unidad de España, lo demás...”, declaró Juan Carlos I, recientemente en un documental, recordando ese testimonio que va pasando de mano en mano por los sucesivos organismos del Estado. Lo que no le dijo es qué entendía por unidad, ni que esa unidad podría ser el origen de una desigualdad tan flagrante. Unidad es la desigualdad de querer igualar lo que no es igualable: “No me dijo 'haz una cosa u otra', no: la unidad de España, lo demás...”.
Los grandes organismos del Estado viven para sí y a costa de los españoles. Me atrevería a decir que viven incluso contra los gobiernos. Los monopolios de facto, sean energéticos, de comunicaciones, jurídicos o culturales, sobreviven y tutelan a los gobiernos. De ADIF al Tribunal Constitucional pasando por el Ibex, el Instituto Cervantes o la Real Academia de la Lengua, queda poco espacio para lo demás. Lo demás es todo lo que puede ser muñido o, como mucho, tolerado. De hecho, hay licencia para gobernar contra lo demás.
Sí, es divertido ver cómo tres de los cuatro partidos políticos intentan encontrar una solución a la continuidad de lo que les soporta. Sería injusto situar a Podemos o a Izquierda Unida en esa misma casilla, pero no dejan de ser las excepciones que confirman la regla y no parece que vayan a influir en lo sustancial. Rajoy, Rivera y Sánchez se enfrentan a demasiada gente cabreada, la suficiente para hacer ingobernable el país.
Ánimo, que otra cita electoral es posible. Ya queda menos.
Francesc Serés es escritor.
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