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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Simplemente, Muriel

Su capacidad negociadora y su inteligencia para relacionar a gente de posiciones muy distantes hacen que la muerte de Casals sea una gran pérdida

Francesc de Carreras

Cada vez con más frecuencia, a mi alrededor se suceden muertes absurdas, estúpidas. Hay muertes naturales, esperadas, a las que te has ido haciendo a la idea. Es verdad que, en muchos casos, son las más amargas, sobre todo cuando por edad no tocaba. Pero después están las muertes súbitas, por enfermedad o accidente, a veces espectacular, a veces nimio, la sociedad del riesgo.

Muriel Casals ha muerto cuando aún no le tocaba, a consecuencia de un atropello absurdo, muy cerca de su casa. Mil veces había pasado por ahí, nunca calculamos que cada día, por una mera distracción, corremos graves peligros. Se dio la noticia hace un par de semanas, tras el primer susto; no parecía ser cosa grave, más todavía estando al cuidado de un servicio médico de confianza. Pero el desenlace ha sido el peor posible, el más temido. Siempre sucede así, y da mucha rabia, en personas que para nada lo merecen.

Muriel Casals era, simplemente, Muriel, nadie en Barcelona debía añadir su apellido a este nombre tan bello y tan francés, tan adecuado a su cautivadora personalidad. Muriel fue una mujer de belleza delicada en su juventud y, a pesar de las canas que avanzaron rápidas en su madurez y nunca quiso teñirse, continuó siéndolo en sus últimos años, ya en edad de jubilación. No era una gran dama, como se ha dicho, esa ampulosa denominación no le iba, sino alguien con encanto, una seductora muy especial. En aquel mundo progre de finales de los sesenta, creo que fue la primera persona que me hizo valorar algo que entonces se solía despreciar: la buena educación, entendida como unas formas que expresaran respeto mutuo, sensibilidad hacia el otro sexo, señales de amistad, incluso gestos de ternura sutil y contenida. Me convenció y así lo creo yo también desde entonces.

Este rasgo seguramente forma parte de algo que se ha subrayado estos días: su capacidad mediadora, su inteligencia para relacionar a gente con posiciones muy distantes. Mejor iríamos si existiesen muchas personas como Muriel, respetuosas con las personas pero firmes en las ideas, sin pretender mezclar amistad con partidismo. Cuando Manuel Sacristán hablaba de alguien cuya palabra no se podía poner en duda, el ejemplo siempre era Muriel, decía que la honestidad la llevaba grabada en sus trasparentes ojos azules.

Muriel formó parte de un grupo de economistas formados en el gran momento de la Facultad de Económicas de la Diagonal barcelonesa. Aquellos años en los que Jordi Nadal, Manuel Sacristán y Fabián Estapé tenían una idea clara y lúcida de lo que debía ser una universidad, de lo que era enseñar, de aquello que debía aprenderse, de que la ciencia no debe ser incompatible ni con la vida, ni con la sociedad o la historia. Las universidades, o se parecen a un bar o se parecen a un aparcamiento, las primeras están vivas, las segundas muertas.

Pues bien, Económicas era entonces un bar, no sólo repleto de clientes sino, sobre todo, de ideas y debates, con profesores tan estimulantes como los patriarcas antes citados y otros más jóvenes, conversadores ingeniosos, incansables hasta el agotamiento, entre ellos Ernest Lluch y Jacint Ros Hombravella. Bajo la tutela de los patriarcas, estos últimos formaron su escuela: Antoni Montserrat, Eugeni Giralt, Joan Clavera, Emili Gasch —primera pareja de Muriel, padre de su hija—, Francesc Roca, Carme Massana, los Artal y otros muchos.

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Muriel, la encantadora Muriel, era y ha seguido siendo pieza central del grupo. La mayoría eran entonces del PSUC, quizás tanta era la fascinación por Sacristán, después han ido virando hacia el nacionalismo. Como presidenta de Omnium, Muriel ha ejercido un gran papel público en esta última etapa independentista. Ella lo era desde siempre, por lo menos desde 1981 en que, en una comida junto a Jesús Rodés, ambos dijeron a la par: “Bien, ahora que tenemos ya autonomía, tenemos que ir a por la independencia”. Me quedé sólo defendiendo la autonomía pero aquel día entendí ciertas cosas que me han servido para comprender el presente.

Desde el punto de vista personal, el inesperado fallecimiento de Muriel me ha causado una pena infinita. Pero incluso desde el punto vista político más general, creo que es una pérdida: para el entendimiento, para la concordia, incluso para el seny, si es que todavía queda.

Francesc de Carreras es profesor de Derecho Constitucional.

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