La diversión irrelevante
El fundador de Los Flechazos revienta La Riviera para celebrar 30 años de música en los que no ha querido variar un ápice su ideario
Las canas que pueblan la cabellera de Álex Díez, en proporción a estas alturas ya muy mayoritaria, no son solo la consecuencia biológica de los 48 años que contemplan a su propietario. En realidad, casi podríamos considerarlas un simpático guiño del destino, empeñado en que el hombre un día al frente de Los Flechazos y luego conocido simplemente como Cooper confluya en su fisonomía con la de Paul Weller. El británico le aventaja en años, intensidad del blanqueado capilar y repertorio, pero todo se andará. Por lo pronto, el de León se concedió el sábado un festín a cuento de sus tres décadas en el oficio y sus huestes respondieron abarrotando La Riviera y dejándose las gargantas en cada estribillo. Que, en el caso que nos ocupa, son muchos y recurrentes.
“Hemos venido aquí a recuperar el tiempo perdido”, anunció Álex Cooper antes de hincarle el diente a La Reina del Muelle, la primera de las dos docenas de piezas que resonaron en los territorios de la euforia. No era tanto un ejercicio de nostalgia como una reivindicación de atemporalidad: las páginas de este hombre son tratados de mod enriquecidos con el barniz de la Motown y las enseñanzas del power pop de Big Star.
El problema, veintitantas canciones después, es que no nos creemos un mundo dominado por las marcas del bañador, los periplos veraniegos desde el asiento trasero y demás constantes de la “era pop”, resumidas en el inequívoco título Chicas, Chicas, Chicas. Ligotear, divertirse hasta el amanecer y tirar millas serán experiencias evocadoras, pero también mortalmente obvias, irrelevantes y reiterativas. Cooper puede escoger entre Callejear o A Toda Velocidad a la hora de buscarle una hermana ibérica a A Town Called Malice, pero en 30 años no ha encontrado matices ni en su voz metálica ni en su argumentario. Y como que iba tocando. ¿No?
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