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Tribuna
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Cortar cabezas, cambiar calles

El autor se muestra contrario al cambio de nombre de las calles de Madrid dedicadas a intelectuales y artistas

“Cuándo derribéis las estatuas conservad los pedestales. Siempre pueden ser útiles”. (Stanislaw Lec).

Hace siglos que Madrid se enfrenta a sus propios gobernantes y a su afición a cambiar el nombre de sus calles y el destino de sus estatuas. Pero los madrileños estamos preparados para sobrevivir a los arcos triunfales y a los yugos.

La lista de cambiar denominaciones callejeras de la cátedra postcastrista de la Complutense murió por soberbia ideologica, por ceguera cultural. Culpables fueron, entre otros, Pla que en los años cincuenta confesaba: “La censura está insoportable. Tal vez sea el momento de irse de aquí. Este país es asfixiante”. Jardiel que sobrevivió a la malquerencia franquista con ocultas aportaciones de Fernán Gómez. Mihura, maestro del absurdo y La Codorniz nacido en Madrid porque era lo más cercano al Chicote. Dalí genio universal forjado en Madrid. Cunqueiro refugiado en sus leyendas regadas con vino y sabores del occidente cristiano. Gerardo Diego entre poemas y clases de instituto. Manolete toreando con dignidad hasta su propia muerte. Manuel Machado archivero de la ciudad. Y Turina, D'Ors, Foxá, Bernabéu… ¿Se podía escribir nuestra historia sin ellos? Sinceramente no se puede, lo digan Podemos, una cátedra o su porquero.

Los despropósitos, improvisaciones y errores no conocen ideología. Los socialistas propusieron quitar a Álvaro de Bazán para poner a Tierno. Otra forma de agresión a la memoria histórica. Y a la estética. Sin descartar que sea producto del desconocimiento o falta de respeto artístico. Bazán, que derrotó al “turco en Lepanto, en la Tercera al francés y en todo mar al inglés” al servicio de su patria, ya le quisieron retirar en otros tiempos populares cuándo un cargo argumentó que “el rayo de la Guerra, padre de los soldados, el venturoso y jamás vencido — cómo le definió un tal Cervantes— no tenía vínculos con Madrid. ¿Qué vínculos tiene esa diosa de las cavernas, castradora de amantes y amante de la flagelación que llamamos Cibeles? ¿O mi atlético Neptuno, violador y maltratador de innumerables mujeres? Dos mitológicos ejemplos de vidas poco ejemplares, dos símbolos de nuestra ciudad.

Don Álvaro, marino, humanista, jugador de ajedrez, mecenas de poetas, enamorado del manierismo fue, además de invicto en los mares, el constructor en pleno territorio quijotesco, del único palacio italiano que conservamos en España. Su estatua en la plaza de la Villa, pensada en sus proporciones y realizada por Benlliure, está en ese lugar central de nuestra historia desde 1891.

A Javier Marías, vecino, a Tierno y a miles de madrileños nos matarían un paisaje. Estos frívolos intentos de reescribir para peor la historia nos recuerdan aquello de Lichtenberg: “Viendo que no le podían poner una cabeza católica, al menos le cortaron la protestante”.

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