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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El maleficio de la vaca

Al situarse en contra de los dos grandes vectores de cambio, Duran y compañía resultan obsoletos y aparecen como el paradigma de todo aquello que una gran mayoría de catalanes quiere dejar atrás

A lo largo de la reciente campaña electoral, sólo dos cabezas de lista catalanes —que se sepa— han practicado el viejo ritual de visitar una explotación ganadera, contemplar con impostado interés un grupo de vacas estabuladas y acariciar con cautela a alguna de ellas, para que los fotógrafos acompañantes pudiesen inmortalizar la tierna imagen, y los periódicos publicarla al día siguiente. Lo hicieron el candidato del PP, Jorge Fernández Díaz, en Vallfogona de Balaguer (La Noguera) el 5 de diciembre, y el líder de Unió, Josep Antoni Duran Lleida, en Tordera (Maresme) dos días después.

Llámenme supersticioso, pero no parece que el contacto con aquellos hermosos bóvidos les haya sido, ni a uno ni a otro, de buen augurio, porque tanto el Partido Popular catalán como Unió Democràtica sufrieron, el pasado domingo, sendos descalabros, si bien de magnitud y características distintas.

En el caso del PPC, el balance del 20-D se puede resumir así: tratándose del partido del Gobierno central saliente, siendo las generales las elecciones que le resultan más propicias en Cataluña, teniendo como cabeza de cartel a uno de los ministros más importantes y visibles del Ejecutivo de Rajoy, y habiéndose volcado la cúpula estatal en la campaña catalana, su resultado es pobrísimo, netamente peor al obtenido el 14 de marzo de 2004. Entonces, bajo el efecto traumático de las bombas de Atocha y de las mentiras subsiguientes, unos electores enrabietados lo hicieron caer hasta el 15,6% de los votos (626.107 en sufragios absolutos) y 6 escaños. Ahora, sin bomba ni trauma alguno, ni más mentiras que repetir que ya hemos salido de la crisis, el registro ha sido del 11,1% (416.058 papeletas) y sólo 5 diputados.

La irrupción de Ciutadans en unas generales explica mucho, sin duda; pero han contribuido también al desastre otros factores: la interminable agonía de la jefatura de Sánchez-Camacho, la dejadez de Rajoy a la hora de poner al PPC en condiciones de competir (¿García Albiol es o no el nuevo líder catalán? ¿Se preferirá a una mujer joven?), la falta de respuestas políticas claras ante el reto independentista (¿acepta el PP una reforma constitucional, y cuál? ¿Asume el principio de ordinalidad en la financiación autonómica?), etcétera.

Refiriéndonos a la Unió Democràtica de Duran, más que de fracaso cabe hablar de defunción. De nada han servido el apoyo abnegado de La Vanguardia y 8TV, ni una campaña muy costosa para un partido tan endeudado, ni los esfuerzos de la plataforma Catalans pel Seny, ni el manifiesto de decenas de notables en apoyo al de Alcampell, ni la presión de alguna empresaria afín anunciando que se marchaba a Madrid, ni el disfrute en los medios públicos de una ficticia cuota de pantalla que ha sido muy superior a la atribuida a Esquerra o a En Comú Podem... El veredicto de las urnas es implacable: 64.726 votos, el 1,73% de los emitidos, y cero diputados.

Sí, desde luego, también la marca postconvergente Democràcia i Llibertat ha cosechado un mal resultado. O no tan malo, si consideramos su nefasta campaña, la falta de empatía del cabeza de lista y el cabreo de muchos votantes de Junts pel Sí por estos tres meses de impasse. En todo caso, los electores ex convergentes quejosos o decepcionados se han refugiado en la abstención, se han pasado a Esquerra e incluso han votado a En Comú Podem; no han acudido en absoluto a los brazos de un Duran Lleida atrapado en el laberinto del autonomismo y buscándole salidas ilusorias, como una disposición adicional de la Constitución. Las cansinas apelaciones a aquella vieja CiU que “no habría negociado nunca con la CUP”, a los “convergentes de toda la vida”, han sido de una inutilidad patética.

Ahora mismo hay en Cataluña dos vectores de cambio político: las fuerzas emergentes que son Podem-Colau y, en menor medida, Ciudadanos; y la expectativa de construir un nuevo Estado. Duran, Sánchez Llibre y compañía se han situado al margen y en contra de ambas dinámicas, resultan antiguos, obsoletos y superados desde cualquiera de las dos perspectivas. Peor, aparecen como paradigmas de todo aquello que una gran mayoría de catalanes quieren dejar atrás: la subordinación a Madrid, el compadreo, la confusión entre público y privado, la política-negocio. Falta ver si, en su inexorable caída, arrastrarán también a la tumba al digno partido de Carrasco i Formiguera.

Joan B. Culla i Clarà es historiador.

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