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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un Josep Pla poselectoral

¿Cómo es posible que la franja liberal-conservadora de Cataluña, de matriz catalanista, no solo no ejerza la influencia que le sería propia sino que esté ya evaporada?

No sería el primer caso de unas elecciones generales que provocan más problemas de los que la retórica electoral se proponía solventar. En este aspecto las recientes elecciones autonómicas de Cataluña, convocadas anticipadamente por Artur Mas, serían de una incomodísima ejemplaridad porque difícilmente pueden concebirse más obstáculos al fair play, el pluralismo, la estabilidad y el desenvolvimiento razonable de la cosa pública. Es muy aventurado suponer que con el recuento del pasado domingo el ciudadano tenga las cosas más claras. Muy al contrario, la confusión irá en aumento, la desconexión entre el lenguaje y la realidad será flagrante y presenciaremos cómo en la sociedad catalana la política se rige por impulsos irrealistas, mientras que la vida social y económica procura eludir el desgobierno resultante, buscando soluciones prácticas para las urgencias pendientes.

Entre las autonómicas y las legislativas, los interrogantes nos desbordan. Con Josep Pla nos preguntamos cómo es posible que la franja liberal-conservadora de Cataluña, de matriz catalanista, no solo no ejerza la influencia que le sería propia sino que esté ya evaporada. ¿A qué viene que lo que queda de una burguesía con sentido de la responsabilidad haya preferido el eclipse a la postura clara? Confiado en el pujolismo, ese mundo liberal-conservador decidió no influir, ni marcar territorio. Delegó. Había contribuido a la lenta sedimentación catalanista pero después de la guerra civil no volvió a ser lo que había sido. Cataluña sigue siendo “rica i plena”, pero por obra de una sociedad activa y no por las nuevas élites nacionalistas. Por eso, en estos instantes y pese a lo que ha significado, la opción liberal-conservadora en Cataluña suena a dinastía china.

Con las elecciones consecutivas, la solidez institucional y la credibilidad que son necesarias para la Generalitat tampoco salen reforzadas, sino más bien al contrario. En otra dimensión histórica, Pla recuerda que con la dictadura de Primo de Rivera el hecho de que la Lliga no pudiese salvar la Mancomunitat produjo una gran conmoción en la gente sensible del país. La Lliga recibía su mayor embate. Ahora, es con Artur Mas que la Generalitat transmite a toda la sociedad catalana una creciente crisis de autoridad institucional y no solo por haberse convertido en el baluarte de los secesionistas frente a amplios sectores sociales que no desean una ruptura con España. Ciertamente, ni la Cataluña de hoy ni toda España tienen que ver con el reinado de Amadeo de Saboya, la Primera o la Segunda República, pero la historia —en este caso, la historia según Pla— siempre enseña algo.

Ocurre, por ejemplo, con la pretensión de tunear el federalismo. Todavía no sabemos en qué consiste concretamente la noción federal salvo como excusa para distanciarse del autonomismo clásico y remodelar casi a ciegas la mejor constitución que ha tenido España. El referente era Pi i Margall. Pla habla de la intranscendencia total de los federales, pimargallianos y sinalagmáticos. Como presidente de la tan pintoresca Primera República, Pi i Margall instauró en España el cantonalismo suizo y la anarquía —según la adjetivación planiana— fue inenarrable. En definitiva, destruyó aquella república advenida después de la partida del Rey Amadeo de Saboya, al que el general Prim —de quien suponer que fue un estadista es mucho suponer— anduvo buscando de una a otra corte europea.

Otro aspecto digno de estudio es la personalidad política de Artur Mas. Su afán de supervivencia ha generado inestabilidad, desapego inversionista, inseguridad jurídica, orfandad electoral y la práctica destrucción del catalanismo histórico, sin crear una sustitución operativa. La posibilidad de rehacer el catalanismo clásico es remota, y el precedente de Acció Catalana —un invento de poetas— al desgajarse de la Lliga de Cambó es más bien negativo.

Artur Mas en eso se asemeja a Companys, al Companys descrito por Pla, el abogado de los sindicatos anarco-sindicalistas —ahora en forma de CUP—, un orador que cambia de principios de un día para otro. En fin, un abogado sin clientes normales. La defección de sus más próximos queda expresada vívidamente en cenáculos políticos a puerta cerrada. Mas ha perdido dosis considerables de confianza. Es de un calculismo sin visión, saltando de uno a otro charco para esquivar los aludes de una corrupción cuya expresión emblemática es la familia Pujol. Si Moisés indicó a su pueblo el camino de la tierra prometida, Mas propone saltarse en rojo los semáforos de la constitucionalidad.

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Valentí Puig es escritor.

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