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OPINIÓN
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Disculpe, señor Rajoy

Viendo por televisión la imagen de su cara enrojecida por el golpe, me dio ganas de expresarle mis más sinceras disculpas

J. Ernesto Ayala-Dip

También ocurrió en diciembre. Un perturbado mental agredió con un objeto punzante a Silvio Berlusconi en Milán. Y ocurrió también durante la celebración de un mitin. Esa imagen del político italiano, con la nariz rota y ensangrentada, me hizo olvidar entonces por un momento toda la distancia ideológica que nos separaba. Con Mariano Rajoy, el político al que nunca he votado ni votaré, me sucedió lo mismo. De pronto me olvidé de su pachorra irritante, de sus inamovibles convicciones, de su apego enfermizo a la Constitución y me sentí solidario con su cara marcada por la furia de un ultra.

El presidente de gobierno en funciones, del que me separa un mundo en visión de España y su palpitante actualidad, fue objeto de un insulto gravísimo (una acusación de indecencia por parte del líder de la oposición) y una agresión física. Trato de discernir qué diferencia hay entre ambos sucesos. Y la conclusión a la que llego es que ambos tienen forzosamente que dolernos y que te obligan a no disimular cierta sensación de pena solidaria. Son distintos. Aunque no acabo de estar seguro si lo son tanto en su dimensión moral. Uno, a diferencia del que sí, no deja huellas en el rostro, aunque no por ello duela menos. Estoy seguro (o por lo menos necesito estarlo) que a muchos nos dolió como si nos hubiesen herido, con la palabra y con las manos, a nosotros también. Pienso, a lo mejor para consolarme y darme ánimos, que eso a la postre debe ser bueno. Que nos alarme la ofensa innecesaria (y mucho más cuando ésta es un sucedáneo de las ideas que no se tienen) y la violencia sin más contra nuestros adversarios ideológicos. Aunque, claro, siempre habrá quienes lo atribuyan, todo ello, a los gajes de su oficio.

“No soy nadie”, exclamó hace seis años el agresor de Milán. El de Pontevedra, sin una pizca de arrepentimiento, se mostró menos humilde y se pavoneó de su odio manifiesto. No voy a votar al señor Mariano Rajoy. Pero viendo por televisión la imagen de su cara enrojecida por el golpe, me dio ganas de comunicarme con él y expresarle mis más sinceras disculpas.

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