‘Nosotros’, ‘ellos’
Tan pronto como comenzamos a formar grupos, distinguiendo entre ‘nosotros’ y ‘ellos’, y dotamos a dichos grupos de rasgos identitarios, estamos sembrando la semilla del odio
La distinción entre nosotros y ellos produce al menos tres efectos negativos concatenados. Primero, sobre la estructura misma del lenguaje, nosotros y ellos permiten conjugar diferente y aplicar verbos y predicados distintos: nosotros x y ellos y. En otras palabras, permiten diferenciar. Segunda, la diferenciación muchas veces acaba siendo evaluativa —nosotros somos mejores— o de trato —nosotros merecemos x; ellos y. Por supuesto, x suele ser algo positivo, e y algo negativo. Y tercero, la demarcación entre una categoría y la otra, es decir, la distinción misma, suele ser arbitraria; al menos si de lo que se trata, como ya he dicho, es de justificar una diferencia de trato o evaluativa. La arbitrariedad en algunos casos es tan obvia que la distinción sólo puede pervivir si está reforzada por estereotipos, prejuicios y creencias irracionales.
Nosotros, los genuinos creyentes en Alá, somos los únicos que comprendemos la verdad y observamos escrupulosamente los mandatos del Dios Verdadero. Ellos, los infieles occidentales, viven en una orgía permanente de degeneración y danzan al compás de una música diabólica, multiplicando el mal en la tierra. Suponen una amenaza para nuestras mujeres y nuestros hijos. Debemos extender el Estado Islámico y golpear al imperio del mal. Que se pudran en sus ciudades malditas bajo el sonido de nuestros Kalashnikovs.
Nosotros, los estadounidenses, merecemos la riqueza que hemos construido gracias a nuestro talento y nuestro trabajo duro. Ellos, los mexicanos, son gandules, violentos y corruptos. Y ahora nos quieren invadir, amenazando nuestra forma de vida y nuestra cultura. Construyamos un gran muro que les impida llegar, y que se pudran en sus países.
Nosotros, los buenos ciudadanos de paz y orden, vivimos en peligro constante por culpa de ellos, los criminales, que no pueden abandonar la espiral de violencia y delincuencia en la que se encuentran. Amenazan nuestra seguridad, nuestra libertad y el orden establecido. Así que merecen mano dura, penas más largas, incluso cadena perpetua o la pena de muerte. Que se pudran en la cárcel o en el cadalso.
Así comienzan las peores injusticias que se han cometido a lo largo de la historia
Nosotros, los catalanes, somos más ricos porque somos gente más seria, ordenada, trabajadora y honesta. Ellos , los españoles, se han aprovechado de nosotros durante siglos, no han sido capaces de desarrollarse económicamente, pero han vivido siempre a nuestras expensas. Ya estamos cansados de mantenerlos: debemos independizarnos. Que se pudran en lo que quede de España.
Nosotros, los europeos, vivimos en democracia, paz y libertad. Pero ellos, los sirios, son incapaces de resolver sus problemas por sí solos. Han caído presa de fanatismos, supersticiones y su falta de valores democráticos. Impidámosles cruzar el mar Mediterráneo, y si no lo logramos, pongámosles tantos obstáculos como podamos para que no se muevan por Europa con libertad. Que sus cadáveres se pudran en el mar.
Nosotros, los hombres, somos fuertes, listos y dominantes. Ellas, las mujeres, son tontas, frágiles e irrelevantes. Podemos usarlas a nuestro antojo, y después torturarlas cruelmente y asesinarlas. Que sus miles de cadáveres se pudran en las cunetas y vertederos de Ciudad Juárez.
No pretendo sostener que no haya diferencias entre seres humanos. Cada ser humano es único e irrepetible. Así que, entre nosotros, todo son diferencias. Pero tan pronto como comenzamos a formar grupos, distinguiendo entre nosotros y ellos, y dotamos a dichos grupos de rasgos identitarios, estamos sembrando la semilla del odio. Así comienzan las peores injusticias que se han cometido a lo largo de la historia. Por citar sólo las más recientes: los turcos y los armenios, los nazis y los judíos, los jemeres rojos y los enemigos internos, los comunistas y los burgueses, los hutus y los tutsis, los serbios y los bosnios, los hombres y las mujeres en Ciudad Juárez.
No conozco ningún caso en el que nosotros (los buenos, claro) amemos a ellos (los otros, los no tan buenos) como si fuéramos nosotros mismos. Y si algún día ocurriera, dejaríamos de llamarlos ellos para llamarles nosotros, y tal vez dejaríamos por una vez de conjugar diferente, y pasaríamos a hablar de todos. Porque al final, muchas veces, se trata de una guerra de palabras, como gritaban los Pink Floyd: https://www.youtube.com/watch?v=UaojsxVJn20.
José Luis Martí, profesor de Derecho y Filosofía Política de la Universidad Pompeu Fabra