Una cuestión delicada
Esa sangre tan absurdamente derramada, esa locura, ese odio tan descomunal hacia el prójimo, necesita estudiarse con serenidad, sangre fría y mucha política. Justo lo contrario de lo que hace el Gobierno socialista francés
Estos días, en mi barrio del Guinardó, me dediqué a preguntar, como quien no quiere la cosa, por los atentados yihadistas en París. Quería saber cuál era la reacción de la gente, gente corriente, amas de casa, reponedores, farmacéuticas, lampistas. Más o menos todos, en el súper, en la panadería, en la frutería, me contestaban lo mismo. “Hay que ir a por ellos”. Nadie dudó ni un segundo en darme esa expeditiva respuesta. Incluso hubo quienes, sin llegar yo a preguntarles, se sintieron obligados a dar su opinión, tal es la importancia que le daban a los trágicos acontecimientos.
“¿Y a usted qué le parece?”, me interpeló uno de pronto, cogiéndome de improviso. “Un horror”, atiné a balbucear, como invocando casi las mismas palabras que pronunció Kurtz hacia el final de El corazón de las tinieblas, de Joseph Conrad (que por cierto, sirvió de inspiración para que Hannah Arendt escribiera Los orígenes del totalitarismo). Las respuestas fueron parecidas. Se pedía justicia y el veredicto fue definitivo. “Con esta gente no se puede tener compasión”.
A medida que oía las sentencias, me pareció que sus destinatarios no sólo eran específicamente los terroristas de París, sino también todo lo que tuviera que ver con su hábitat cultural, religioso y étnico. ¡Dios mío!, exclamé para mis adentros, cómo a algún partido político, de cara a las próximas elecciones del 20 de diciembre, se le ocurra mentar esta masacre, ¡la de votos que se llevará! Por eso mismo me vino a la memoria una respuesta que dio Pep Guardiola, con motivo de los crímenes de las niñas de Alcasser, hace ya más de dos décadas, cuando un periodista, dadas la indignación y la alarma social que ese terrible hecho había ocasionado, le preguntó qué opinaba del mismo y, sobre todo, qué opinaba de la pena de muerte que algunos exigían por esos días. El actual entrenador del Bayern miró fijamente a su interlocutor y le contestó: “Esta es una cuestión muy delicada”. Pues eso mismo pienso yo sobre lo ocurrido el viernes en París. Esa sangre derramada tan absurdamente, esa locura, ese odio tan descomunal hacia el prójimo, necesita estudiarse con mucha serenidad, sangre fría y mucha política. Justamente todo lo contrario de lo que acaba de decidir el Gobierno socialista francés.
El comercio de armas (legal e ilegal), también estará refregándose las manos
El primer éxito que ha logrado el terrorismo yihadista, después de su matanza es hacer que el gabinete de Manuel Valls acometa más medidas policiales. (Me parece que la ley no escrita de la mala pinta, volverá por sus fueros). Veamos esa medidas, resumidas ayer en este mismo periódico. “Otorgar más competencias a la policía para que haga registros domiciliarios sin orden judicial previa”. Es verdad que Francia tiene el enemigo en casa, pero ¿no hemos sido alertados por sociólogos, politólogos y especialistas en la materia de que esos espacios marginales y marginados de la confortable sociedad del bienestar francés, las tristemente famosas banlieue, son semilleros de descontento, frustración e infinito resentimiento hacia quienes no han hecho otra cosa con ellos que mirarlos siempre por encima del hombro, sin contar el enorme peso negativo que tiene llamarse Mohamed a la hora de acceder a un puesto de trabajo?
Parece que también este atentado colaborará a paliar en algo el paro francés. Anuncia el Gobierno galo que se contratará a 5.000 policías, 2.500 funcionarios judiciales y 1.000 supervisores de aduanas más. Eso es una buena noticia, supone 8.500 consumidores más que activarán el mercado interior. El comercio de armas (legal e ilegal), también estará refregándose las manos. “Anular todos los recortes previstos hasta ahora en el gasto militar”, se nos anuncia. “Aumentar los bombardeos en Siria”; esta es también otra gran noticia para los fabricantes, cuantas más bombas se arrojen más bombas que fabricar, vender y forrarse.
Pero de cómo atajar y neutralizar esos centros de encubamiento del odio, no se dice ni pío. No se habla de inversiones en gasto social, en formación profesional para esas capas de jóvenes franceses desocupados (porque los muchachos que ametrallan franceses son también franceses, ¿o no?) que pululan por las banlieue, o por el barrio de Molenbeek, de Bruselas, sin ton ni son, como adeptos potenciales al sacrificio por Alá. Se da la desazonante circunstancia que ante el terrorismo yidahista, los gobiernos, sean de derecha o de izquierda, coinciden en su diagnóstico y en las medidas. La misma reacción visceral y represiva. Y, sobre todo, la misma palabrería patriotera y euroetnicista. En lugar de verdadero europeísmo igualitario, social y solidario.
J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario
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