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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Entre impotencias

Un sector del independentismo sueña con una pasada de frenada de Rajoy como factor de reactivación. ¿Ganaría la indignación o el miedo?

Josep Ramoneda

1. Un 47% “está muy por debajo de lo que sería necesario para justificar moralmente la ruptura con España” (Financial Times). Esta constatación es la clave del desconcierto postelectoral que ha metido en la zozobra al soberanismo, con riesgo de desconexión no de España sino de parte de su fatigado electorado. En efecto, hoy las opciones del independentismo se reducen a dos: crear una situación límite de crisis con España, con graves riesgos para los dos partes, de cuyo desenlace lo mínimo que se puede decir es que sería incierto. O el poder moral del voto masivo, que es lo propio de un proyecto que se ha presentado siempre como exquisitamente pacífico y democrático. Por dos veces, el independentismo —ante el rechazo español a la vía más razonable: el referéndum— ha intentado contarse. Las dos veces, la distancia entre las expectativas y el resultado ha provocado frustración. La constatación de la impotencia para dar el salto decisivo da vía libre a las confrontaciones internas. El soberanismo alinea proyectos políticos tan diferentes que, cuando el objetivo se aleja, la unidad se quiebra, porque esta sólo es sostenible para un corto asalto final.

2. “El político racional es el que evita el estado de excepción” (Odo Macquard). La difícil convivencia en el soberanismo entre liberales, socialdemócratas y anticapitalistas, ha forzado una nueva aceleración, un nuevo error estratégico. La declaración de desconexión con España del 9-N apuesta directamente por la confrontación, confiando —que es mucho— en que Europa llame a buscar la solución antes de que los daños sean irreparables y de que se imponga la vía estrictamente represiva. Los sectores moderados que CDC había arrastrado hacia el soberanismo sienten aprensión. El independentismo pierde fuerza cuando se sospecha que no va a ser gratis.

Mientras el desencanto cunde en Cataluña, la declaración del Parlamento ha trasladado la tensión a Madrid, en plena campaña electoral. La sobreactuación en torno al llamado desafío soberanista, demuestra tres cosas: Que para los poderes españoles que alguien quiera irse forma parte de lo impensable, y si es necesario se le obliga a quedarse por la fuerza. Que la idea de la legalidad reinante en la cultura política española es más fundamentalista —el imperio de la ley— que instrumental. Y que evidentemente Mariano Rajoy está dispuesto a aprovechar la oportunidad que un independentismo descentrado la brinda para salvar unas elecciones que tenía perdidas. Y exhibe un autoritarismo patriotero que todavía tiene grandes bolsas de adeptos en España.

Es en el soberanismo donde operan la opción rupturista y la opción revolucionaria, ahora enfrentadas

Rajoy alardea de que lleva cuatro años diciendo No a Cataluña. Un mérito dudoso, porque en este tiempo el independentismo ha alcanzado cotas sin precedentes. En el fondo, es una expresión de impotencia democrática. La política del No es la política del estado de excepción, de negación de la condición de sujeto al otro. Cuando uno se instala en ella abandona la razón democrática, para instalarse en la confrontación. Un sector del independentismo sueña con una pasada de frenada de Rajoy como factor de reactivación. ¿Ganaría la indignación o el miedo?

3. “Nos enfrentamos al mayor desafío a España en décadas” (Mariano Rajoy). Magnificar la amenaza forma parte de la estrategia del No. Pero es indudable que el independentismo catalán es la única propuesta de ruptura que hay en la escena española. Podemos se ha situado inmediatamente en el terreno del reformismo. Es en el soberanismo donde operan la opción rupturista y la opción revolucionaria, ahora enfrentadas. La resistencia del moderado Mas a plantarse ante la CUP da pie a la literatura melancólica (de Companys a Kerenski) e, incluso, a interpretaciones psicologistas, la pérdida del sentido de la realidad ante los reiterados rechazos a sus pretensiones caudillistas. Pero lo cierto es que el soberanismo se encuentra atrapado en un diálogo imposible entre la lógica revolucionaria de largo recorrido de la CUP y la necesidad de recomponer la figura de un bloque independentista que se olvidó de gobernar por una ruptura para la que no dispone de las fuerzas necesarias. Probablemente asistamos a una pausa y recomposición, vía elecciones, que puede dejar muchos girones de ilusión por el camino y regalarnos desgarrados discursos de autocastigo por la falsa oportunidad perdida. El independentismo debe adecuar los tiempos. Hoy no tiene la fuerza moral y política para ganar su partida ya.

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