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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

No lo descarten

Quizá en el sector moderado de CDC, los hay que tiene un plan B, la repetición de las elecciones catalanas. Y el fin político de Mas

Manuel Cruz

Se ha repetido en infinidad de ocasiones que, al margen de los estragos que haya podido causar en la propia sociedad catalana, el procés ha provocado una fractura en buena parte de sus formaciones políticas (PSC, ICV, la propia CiU, primero, y Unió, a continuación, Podemos/Podem...). Pero tal vez lo que muy pocos alcanzaban a imaginar es que la dinámica de fractura no se iba a detener en este punto e iba a continuar, afectando incluso a fuerzas que se habían alineado abiertamente con el independentismo.

Es el caso de CDC, que, de acuerdo con informaciones periodísticas no desmentidas (más bien revalidadas por el conseller Homs, partidario de tomar represalias contra los autores de la filtración), también ha empezado a dividirse. Según parece, los sectores más moderados de dicha formación andan alarmados ante la firme determinación de Artur Mas de pagar lo que le pida la CUP, por exorbitante que sea el precio, con tal de mantenerse en el poder, determinación inequívocamente manifestada en su aceptación de la propuesta de resolución sobre l´inici del procés cap a l´estat català.

El problema es que tales sectores carecen de capacidad de influencia en el seno del partido para presionar por un cambio en la línea que está marcando la dirección. En esa tesitura, probablemente tengan depositadas todas sus esperanzas en que desde fuera se pueda producir alguna circunstancia que modifique radicalmente la situación. Una posibilidad es la que señalaba hace pocos días José Antonio Zarzalejos, al insinuar que tal vez hubiera quienes en el partido nacionalista acariciaran la idea de que el PP cediera a los cantos de sirena de los sectores más ultramontanos y decidiera entrar en Cataluña como elefante en cacharrería a lomos del artículo 155 de la Constitución. Una tal intervención permitiría al soberanismo presentarse ante los suyos como víctima de la secular intolerancia española, disfrazando de derrota militar su derrota política y reiterando, para consumo interno, consignas como “hemos hecho todo lo que hemos podido”, “nunca Cataluña había llegado tan lejos en sus anhelos”, “tornarem a lluitar”, etc.

Pero no descarten que, dentro de ese mismo sector supuestamente moderado de CDC, los haya que tengan un plan B, que sería precisamente el de la repetición de las elecciones catalanas. Ello significaría, con toda probabilidad, el final de la carrera política de Artur Mas. No solo porque no habría manera de justificar ante la ciudadanía catalana semejante overbooking de elecciones sino, tal vez sobre todo, porque, de llegarse a dicho escenario, Mas comparecería en él ya derrotado de antemano.

En primer lugar porque, de producirse la tal repetición, ésta acreditaría el fracaso de la entera estrategia de Mas, la cual, a la luz de semejante desenlace, quedaría en evidencia que, lejos de contener un diseño global de la situación y de los objetivos últimos, no era en realidad otra cosa que un conglomerado de astucias y trapacerías varias, orientadas al exclusivo propósito de su supervivencia política. Porque imaginemos, si no, por un momento que hubiera que repetir elecciones sin haber conseguido iniciar proceso constituyente alguno en Cataluña. ¿Qué carácter cabría atribuir a los siguientes comicios?, ¿el de un plebiscito bis?, ¿cómo se valoraría un hipotético retroceso de las fuerzas independentistas?, ¿como una corrección del resultado del 27-S?, ¿en base a qué este último habría implicado un presunto mandato democrático global y el siguiente, no?

Pero peor aún sería la situación en la que quedaría el propio Artur Mas. Porque si, como anticipan las encuestas, el 20-D se produce por fin el anunciado sorpasso de CDC por parte de ERC, esta última en modo alguno iba a aceptar de nuevo una lista conjunta tipo Junts pel Sí, y menos una en la que Oriol Junqueras figurara por detrás de Artur Mas. Ahora bien, su ocultamiento en el número cuatro en las pasadas elecciones demuestra que éste ya no está en condiciones de competir en campo abierto y de aparecer esta vez como número uno de la lista de un partido que, por añadidura, oculta, avergonzado, sus propias siglas. Así las cosas, no le quedaría otra que renunciar a presentarse, momento que, según esta hipótesis, estarían esperando los moderados de CDC para salir de su particular armario. Se abriría así la posibilidad de empezar la partida de nuevo. Es solo una hipótesis, ciertamente, pero el notorio nerviosismo de Mas y de sus aduladores profesionales en los últimos días parece hacerla, como poco, verosímil.

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Manuel Cruz es catedrático de Filosofía Contemporánea en la UB.

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