Geografía de los sentidos
Las ciudades proporcionan a sus habitantes un sentido de pertenencia al convertirse en nodos de conexión entre su vida cotidiana y el mundo
Esta semana se ha celebrado en Londres un encuentro internacional sobre el papel de los sentidos en la ciudad. El proyecto surge de la idea de que el entorno urbano no es simplemente un espacio físico sino, en primera instancia, una experiencia sensorial. Este es el punto de partida de una reflexión antigua que bebe de los trabajos de Georg Simmel o Richard Sennett, pero que gana fuerza con la globalización: las ciudades, que intentan ser atractivas para turistas e inversores, proporcionan a sus habitantes un sentido de pertenencia al ser nodos de conexión entre su vida cotidiana y el mundo.
Los sentidos son los mecanismos a través de los cuales percibimos en un primer momento la realidad. La vista, el oído, el olfato y el tacto son los receptores de los estímulos externos que al mismo tiempo estructuran la información que recibimos. Así, los sentidos son sensaciones vinculadas a los órganos, pero ante todo son la vía para ordenar y comprender el mundo. Los sentidos son a la vez experiencia inmediata y extrapolación metafórica, sensación y significado. Esta doble condición les convierte en mediadores privilegiados entre el cuerpo y la mente, entre el objeto y la idea, entre el yo y el mundo.
Pero los sentidos no viajan solos, sino que se insertan en una experiencia previa y en unos determinados referentes culturales. También dependen de nuestra propia memoria del lugar y de la manera como nos movemos por el espacio. No es lo mismo andar por una ciudad media europea que circular en coche por las atascadas avenidas de una megalópolis asiática o latinoamericana. La proporción de la ciudad, su talla humana, es clave para nuestra percepción del mundo.
El urbanismo se inserta pues en una serie de variables individuales y colectivas que condicionan nuestra relación con la ciudad. Pero aunque la arquitectura no sea el único determinante, sí puede contribuir a mejorar la experiencia sensorial del lugar. Dos valores son clave para un buen diseño urbano: la versatilidad, que permite que los ciudadanos se apropien libremente de los espacios, y la apertura y la porosidad, que tienden puentes y fomentan la percepción material de que ese espacio se inserta en un conjunto más amplio. De ahí el potencial democratizador de la arquitectura. Poner en valor los sentidos en la reflexión sobre la ciudad es hoy pertinente por al menos tres grandes razones.
La primera es la relativa despersonalización de las ciudades contemporáneas. Los paisajes urbanos se han homogeneizado, fruto de la competencia entre las urbes y de un sistema económico que favorece la clonación de los espacios. El crecimiento urbano también ha separado las ciudades de su entorno natural más inmediato, de manera que la comida, tan importante para nuestra experiencia sensorial, es cada vez más una simple pieza de un engranaje de producción industrial nefasta para la calidad de vida y la salud humanas. Idénticas cadenas de ropa y de comida se repiten sin cesar.
Tampoco es casualidad que esta reflexión se lidere desde Londres, una ciudad cada vez más inhóspita cuyo centro está despersonalizado en manos de las finanzas globales. De ahí que cada vez sean más las voces que apelan a una ciudad de escala más humana, en la que el caminar se ha convertido en un auténtico acto de resistencia que vuelve a poner el ser humano en el epicentro de la vida urbana.
El crecimiento urbano también ha separado las ciudades de su entorno natural más inmediato
Recuperar los sentidos es en segundo lugar una reacción a la tecnificación extrema de la experiencia urbana. La tecnología ha transformado la relación que establecemos con el tiempo y el espacio y, con todas sus ventajas, ha limitado el contacto sensorial con nuestro entorno. Hoy, nuestra vida está mediada por los dispositivos móviles, que abren horizontes pero también levantan muros con nuestra realidad más inmediata. En la medida en que la tecnología es un producto humano, de lo que se trataría aquí es de poner límites a estos nuevos mediadores técnicos y recuperar nuestra relación más instintiva con el entorno.
Los sentidos son por naturaleza espontáneos e imprevisibles. Recuperar la dimensión sensorial de la vida urbana es en tercer lugar reconocer que la ciudad es, como los sentidos, imperfecta y difícilmente controlable. Cuando nos obsesionamos en capturar el espíritu urbano en un único adjetivo (la ciudad inteligente, la ciudad justa), estamos olvidando que la ciudad es en realidad un espacio abierto y en esencia inacabado.
Judit Carrera es politóloga
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