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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Una normalidad un poco rara

¿Cómo se puede justificar que ahora sea precisamente un quién bien específico, Artur Mas, el que se convierte en una condición irrenunciable para continuar con el procés?

Manuel Cruz

Convendría, ahora que todavía no quedan demasiado distantes en el tiempo, recordar alguna de las cosas que se decían en la pasada campaña electoral catalana. Una de ellas me parece que merece un especial recuerdo. Me refiero a las palabras que gustaba de repetir Raül Romeva cuando le preguntaban por la curiosa circunstancia de que el que iba a ser candidato a la presidencia de la Generalitat no encabezara la lista, sino que permaneciera agazapado en el número cuatro.

La justificación que Romeva ofrecía para la ocultación del candidato era la de que en dicha lista “lo importante no es el quién, sino el qué”. A mí me sonaba, he de reconocerlo, a frase de diseño, pergeñada por algún joven publicitario con ínfulas de creativo, pero que finalmente, como en un nuevo parto de los montes, solo había sabido alumbrar el ratoncito de un jugueteo de palabras más bien bobo y tópico. Pero estoy dispuesto a aceptar que mi valoración fuera injusta o exagerada, esta no es aquí la cuestión central. Lo que importa es el fondo del mensaje que con el eslogan en cuestión se pretendía transmitir, que, inequívocamente, era el de que las personas o los nombres no constituían algo relevante y que, por encima de ello, se situaba el procés en cuanto tal.

Imagino que muchos ciudadanos dieron crédito a la frase de marras. Incluso no descarto que el propio Romeva se la creyera. Pero, si el quién no importaba, ¿cómo se puede justificar que ahora sea precisamente un quién bien específico, Artur Mas, el que se convierte, según nos informan todos los diarios, en una auténtica línea roja, en una condición irrenunciable para continuar con el procés, hasta el punto de que traspasarla implicaría hacerlo descarrilar y abocarnos, sin remedio, a unas nuevas elecciones?

Si tan valioso dicen que es el capital político que representa Mas, ¿por qué lo escondieron en el cuarto puesto de la lista en la campaña electoral?

Para argumentar su actitud, los defensores de Artur Mas, al margen de atribuirle unas cualidades excepcionales como único político capaz de mantener firme el rumbo del proceso, acostumbran a utilizar una expresión sobre la que valdrá la pena detenerse un instante. Suelen afirmar que Mas constituye un gran capital político que resultaría absurdo desperdiciar. Tal vez sea así para ellos, pero en ese caso una perplejidad surge, inevitable, para cualquiera que no haya olvidado del todo la reciente campaña: si tan valioso es el capital político representado por Mas, ¿por qué motivo lo escondieron? ¿A qué formación política con aspiraciones de gobierno se le ocurre desaprovechar un activo supuestamente tan estimable?

Habrá que empezar a pensar que aquí todo ha sido muy raro. Tanto, que incluso los primeros incumplimientos han tenido lugar antes de que empiece la partida. Mentiría si fingiera sorpresa, aunque sí me sorprende que todos estos escamoteos constituyan para muchos un modelo de prácticas democráticas. Porque recordarán ustedes aquella otra frase que, como si fuera un mantra, repetía también con frecuencia Raül Romeva en los debates, la de que “se trata de democracia”. Una democracia ciertamente peculiar la suya, con el candidato a president en una insólita ubicación (según parece, en esto no querían los promotores de la lista de Junts pel Sí parecerse a las “democracias normales” de las que tanto hablan) con el poco disimulado propósito de que no compareciera en ningún debate electoral ni, por tanto, tuviera que rendir cuentas de su gestión. Estaríamos así ante una democracia casi vaciada de política, en la que el momento de la asunción de responsabilidad por lo realizado desde el gobierno, ineludible en toda democracia que se precie, quedaba omitido en nombre de un presunto bien superior, que es el procés.

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Pero no solo es que en la pasada campaña no se hablara de pasado: es que tampoco se habló de futuro. El único futuro que se planteó fue el de los próximos dieciocho meses, período durante el cual se supone que el nuevo govern aplicaría todas sus energías en materializar la hoja de ruta. Pasado ese plazo, habría elecciones “normales” y, se nos prometía, entonces ya podríamos volver a hablar de política. Pero, de momento, mejor dejarla aparcada para que no distraiga ni perturbe.

Todo muy raro, decíamos antes. A ver si al final va a resultar que lo que de veras ha regresado es lo que nunca se fue, esto es, el peor politiqueo, con Junts pel Sí aceptando cualquier cosa que les exija la CUP con tal de que Mas no abandone la poltrona. ¿Siempre se trató de eso?

Manuel Cruz es catedrático de Filosofía Contemporánea en la Universidad de Barcelona.

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