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jazz Antonio Lizana
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Ahí está el detalle

El saxofonista estará hasta el domingo en el Café Central presentando los temas de su segundo cedé, Quimeras del mar

Hay que fijarse, pedir una mesa en primera fila y mirar en la dirección correcta. Antonio Lizana tiene un botecito de colorante alimentario “El Jamón” a sus pies, en el que sumerge las cañas de los saxofones cuando no está tocando. Uno podría esperar que las susodichas salieran de color amarillo y con sabor a sofrito. Pues no. Puestos al habla con el interesado, éste desveló el misterioso contenido del tarro: puritito vodka, sin aditivos ni conservantes. “Pero no lo divulgues”, me ruega. “Por supuesto”, le contesto.

Antonio Lizana lleva desde el lunes y hasta el domingo próximo en el Café Central presentando los temas de su segundo cedé, “Quimeras del mar”. Saxofonista y cantante, compositor, showman, un niño apenas… supimos de él en el primer “JazzEñe” celebrado el pasado año en Madrid. Llegado de tapado, o poco menos, Lizana se llevó de calle a los promotores venidos de toda Europa al efecto con su campechanía, su inglés chapurreao, y su música, tan flamenca y tan jazzística, y tan ambas cosas; lo suyo, para quién nació en la isla de San Fernando y se crió musicalmente en la mejor de las escuelas de jazz del país, la donostiarra Musikene. Desde entonces, ha corrido lo suyo, su voz rozá y su saxo tórrido han seducido no sólo a los promotores de conciertos, también a Marcus Miller a su paso por el festival Cultura Inquieta, que le coronó como el nuevo rey del Jazz Flamenco. Por algo será.

La cosa, que en los conciertos de Antonio Lizana los “estrenos mundiales” caen como las moscas. En el del martes, al que acudió quien suscribe, pudo escucharse por vez primera la “Soleá de Paco” (dedicada, de más está decirlo, al tocaor) y “Mujer guerrera”, de un alto contenido filosófico, en la que Lizana reivindica la figura femenina en términos elocuentes. Vengan los tangos –“Tú déjalo estar”- y los tanguillos –“Raudales de alegría”-: “no sé que habrá pasao, pero la vida nos ha separao…”. Lizana compone sus temas como una forma de “terapia personal”. Su música tiene rajo, duende y lo que hay que tener; swing, o sea. Y energía, y luz…. para la bucólica “Viento de la mar” divide al público en dos secciones. Los unos deben reproducir “el sonido de una bibliotecaria a punto de jubilarse” (sic); los otros, el de un control de alcoholemia (sic sic). El director de orquesta se disculpa: la Mari de Chambao, que le acompaña en la versión grabada del tema, no ha podido venir. Está atrapada en una junta de vecinos, aclara. El quinteto, el mismo que le acompaña en el disco, funciona. Sus nombres: Marcos Salcines, piano; Tana Santana, contrabajo; Vicent Thomas, batería; y Epi Pacheco, percusión.

Se despiden los allí presentes con unas bulerías de Cai, como está mandado. El personal se resiste a abandonar sus localidades, pero no son horas. Hay que cerrar el chiringuito y en el bote de colorante alimentario “El Jamón” ya no caben más cañas.

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