Reivindicacion del maragallismo
El autor, jefe de Gabinete de Pasqual Maragall en la alcaldía de Barcelona, critica la apropiación que de la herencia de este han hecho ERC y los exsocialistas de Mes
Es agobiante la insistencia de algunos socialistas que abandonaron el PSC, y en especial de los integrados en Mes, en reclamar una supuesta e incierta titularidad sobre la herencia maragallista. ERC, el partido que hundió el Gobierno de Maragall en la Generalitat, inició hace meses este intento de apropiación indebida y ahora quienes se han incorporado a su obediencia desde el socialismo expresan un gran interés en hacer méritos ante su nuevo patrón. Y lo hicieron nada menos que en el Pati Llimona, espacio de gran significación municipal. En realidad, para quienes tuvimos la oportunidad y el privilegio de trabajar en el proyecto de Pasqual Maragall, esa obsesión en citar el nombre del gran alcalde de Barcelona y de arrogarse su legado es, ante todo, indignante. Es también penosa desde una perspectiva ética por lo que tiene de aprovechamiento de la referencia de una persona gravemente enferma y que ha abandonado la vida pública.
Parece como si, conscientes de la gravedad de pasar a militar en el nacionalismo radical, los nuevos soberanistas buscaran afanosamente una coartada que justificara o como mínimo desdibujara la realidad no muy estética de un cambio de fidelidad tan extremo. Pero es comprensible, quizás, que disimular la validación de la corrupción y el mal gobierno que supone un apoyo tan explícito a la plataforma de Romeva exija gesticulación y sobreactuación. La maniobra de los nuevos soberanistas resulta aún más inquietante por lo que supone de apoyo de gente culta y experimentada a uno de los aspectos más deplorables del movimiento nacionalista, que es su esfuerzo por dominar y retorcer el lenguaje político, una obsesión de las opciones políticas que aspiran a un control total del escenario. Igual que se ha hecho entrar con calzador el concepto unionista, el eufemismo del soberanismo, el inexistente derecho a decidir o el oxímoron de las elecciones plebiscitarias, observamos ahora un triste intento de cambio de significación del maragallismo.
El mundo nacionalista reacciona con una acritud muy disciplinada cuando se apuntan referencias históricas incómodas, pero lo cierto es que la obsesión por el control del lenguaje invita a repasar a Orwell, Lakoff o Klemperer. Aunque es cansado tener que volver sobre el asunto, la insistencia en la manipulación no deja otra alternativa. Se impone dejar bien claro que el grupo adherido a la plataforma secesionista que lidera Romeva no representa el proyecto maragallista, sino más bien su negación. Y que la candidatura en cuestión, tanto en su componente dominante, que es ERC, como en la parte de Convergència, supone una propuesta sideralmente alejada de los que se podrían definir como principios del pensamiento y la práctica de Maragall.
Plantearé aquí unos pocos aspectos significativos de la política de Maragall. Para empezar por lo más obvio y visible, el de Maragall jamás fue un proyecto populista, una deriva que está en los mismos genes de la plataforma Romeva. La propuesta de Maragall ha sido siempre una propuesta urbana. Sus referencias rurales —muy destacables— estuvieron siempre focalizadas en una interpretación culta, ética y estética o literaria de las relaciones entre la ciudad y el conjunto de las comarcas. Para entendernos, una interpretación elaborada y urbana como se pone de manifiesto en su estima por el Maragall de L'Oda a Barcelona o el Verdaguer del Canigó, y también en la extensión de los Juegos Olímpicos a las subsedes o en la apelación a la institución del carreratge, a los carrers de Barcelona, es decir, a la proyección de la ciudad sobre el territorio… En las antípodas, por lo tanto, del espíritu instrumental de la “marcha sobre Barcelona” que inspira la actuación del polo independentista. Es una perspectiva que choca frontalmente con el espíritu y la práctica tan lamentable de la ocupación partidista del espacio urbano e institucional o bien la presión social sobre los ciudadanos que se practica sistemáticamente en el ámbito no urbano de Cataluña. Otro de los trazos más destacables del maragallismo es su inclinación institucional y, desde luego, su sentido de Estado. Por no decir de la urbanidad y el civismo. Algo que por cierto ha desaparecido de la Cataluña oficial.
El maragallismo no fue nunca una opción nacionalista. Opuso en la teoría y en la práctica la libertad de las ciudades frente a las banderas y las fronteras. Fue cooperación entre instituciones y una propuesta radicalmente metropolitana, algo que es imposible hallar en el imaginario y en el proyecto nacionalista. Y, lo más destacable, en un momento de explosión de la corrupción, el maragallismo ha quedado como una referencia de buen gobierno y de buena administración, solamente ensombrecida por la deriva de desorden y radicalismo que Esquerra desencadenó con su presencia en el gobierno de la Generalitat.
Xavier Roig fue jefe de Gabinete del alcalde Maragall
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