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MERCÈ 2015

Clasicismo y ruido

El krautrock de Neu! y el rock poliédrico de Wand pautaron la noche del BAM

Michael Rother en el concierto del BAM.
Michael Rother en el concierto del BAM.

Baño de clasicismo en un festival de nuevas propuestas. Mirar hacia atrás no con la intención de recuperar el pasado sino buscando las pistas ocultas, o no tanto, del presente, era la apuesta central de la programación de la noche del lunes, centrada en el único escenario abierto, en de la plaza dels Àngels. Allí, Michael Rother, ex componente de Kraftwerk y Neu!, recuperó la música de los segundos, el grupo que le lanzó a la popularidad antes de que los norteamericanos, e inclasificables, todo sea dicho, Wand cerrasen la noche con un concierto que alguien calificó, en el mejor sentido del término, como “esquizofrénico”.

Rother, todo un mito del rock alemán de los setenta, parecía que ofrecería un concierto entrañable, una forma educada de decir que un señor con muchos años de música a la espalda iba a recordar a la audiencia los tiempos en los que se iba a comer el mundo. Lección de historia musical y para casa. Pero no, sea por el excelente cancionero de Neu!, por la pulcritud expositiva del trío (dos guitarras, máquinas y batería), por el sonido o por la actitud, marcada por cierto hieratismo que curiosamente no generaba distancia sino más bien empatía, el concierto fue creciendo hasta dejar al público entusiasmado. Para hacernos una idea del sonido de Neu!, sólo evocar una base repetitiva que va cambiando paulatinamente y de manera apenas perceptible mediante la incorporación de sutiles giros melódicos. Es a la vez una música sencilla, solo en apariencia, y sutil, dada la meticulosidad con la que se construye un sonido casi cuadrado, que toma prisionera la atención del público sometiéndola a un efecto hipnótico. Algo así como piezas que una araña cobra en su red. Con solo sentir piezas como Hallogalo se entiende la capacidad que tiene Rother para proponer un juego del que solo se sale cuando se hace el silencio.

Y en las antípodas del silencio se situó Wand, un grupo que jugó a varios palos sin quedarse con ninguno y con todos a la vez. Sí, es una banda de rock, pero en ocasiones parecía rock duro con velocidad retenida, en otras garaje, más allá unas melodías evocaban el pop, ramalazos hardcore y unas gotas de psicodelia remataban el friso, además expuesto como en diente de sierra, con interrupciones de dinámica mediante ralentizaciones seguidas por bruscas y violentas aceleraciones. Todo ello, además, expuesto con furia y una voz masculina que parecía femenina dado su tono. Música con raíces en el rock clásico que dio el último bofetón al público que participó en una noche musicalmente redonda.

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