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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Paralización

No creo que el 'Procés' sufra cambio alguno tras el 27-S, pues parte de una lógica y un material similares a los de 2012

Entre 2009 y 2011 cristalizaron un par de respuestas ciudadanas ante la crisis democrática española, únicas en Europa, inesperadas, descomunales, diferentes, relacionables y, por todo ello, sorprendentes. Una fue el derecho a decidir y otra el movimiento de los indignados del 15-M. Te pueden gustar ambas, una más que otra, o ninguna. Pero creo que, pasados ya unos años desde el inicio de la cosa, las dos son, ni más ni menos, lo que he apuntado. La prueba del algodón de que ambas dos son regiones distintas de lo mismo, es que ambas dos están paralizadas. Y por lo mismo. ¿Qué es lo que las ha paralizado?

El derecho a decidir nació en los referéndums municipales, iniciados en el de Arenys, bajo la iniciativa de la CUP. En breve, superaron ese marco inicial, y se expandieron por el territorio como iniciativa ciudadana, descentralizada, no sujeta a ningún partido parlamentario. Algo, por otra parte, normal. El concepto autodeterminación, un itinerario presente en los programas de los dos grandes partidos de izquierdas en 1977, desapareció del mercado, lo dicho, en 1977.

Solé Tura explicaba cuando se le inquería sobre el abandono de ese derecho en la redacción de la Consti'78, que si aceptabas Monarquía, rechazabas, en la misma decisión, autodeterminación. Esas consultas, por tanto, suponían una intensificación democrática, un torpedo en la línea de flotación del Régimen, que en 1978 aceptó pulpo como animal de compañía. Lo que orienta sobre la lejanía de los partidos en este asunto. Caían, como el 15-M, en el pack republicano.

En septiembre de 2012, Mas asume el derecho a decidir. Es decir, el Derecho a Decidir perdió su carácter ciudadano, para pasar a ser una política gubernamental. Me atrevo a defender —y así me luce el pelo—, contrariamente al grueso de la prensa española, que afirma que aquí comienza un proceso de desobediencia (no se ha desobedecido nada; nada), y a la prensa catalana, que afirma que esto es un proceso imparable hacia la creación de un nuevo Estado (no se ha producido ningún movimiento efectivo en esa dirección; ninguno), que la gestión gubernamental de esa demanda ciudadana coincide con su desactivación.

El derecho a decidir —sinopsis: referéndum de autodeterminación vinculante y con pregunta clara—, se defendió en el Congreso ya con otra forma —consulta no vinculante, con pregunta prolija, que conduciría a negociaciones intergubernamentales sobre, sic, el tema que decidieran ambos Gobiernos—. Finalmente, la cosa acabó en un tipo de consulta con la que sueñan todos los Gobiernos que en el mundo han sido: ni siquiera consultiva, simbólica, interpretable, es decir, instrumentalizable.

Sí, en efecto, no ha sido un camino de rosas, y Mas no ha hecho lo que ha querido en todo este tiempo. Pero ha hecho lo fundamental de lo que ha querido: ha aprobado sus presupuestos de austeridad y postdemocracia con el PP —cuando CiU era autonomista—, y con ERC —cuando ya era indepe—, y ha seguido vivo a pesar de su política real, penalizable en otras culturas democráticas. Si los objetos son su función, el Procés gubernamental ha servido para dos funciones: a) adoptar la austeridad con menos fractura social que en otros topos del Sur, posiblemente gracias a la propaganda, esa cosa imposible de emitir antes de 2012, y b) refundar CiU, un partido constituyente del Régimen del 78, estructuralmente corrupto y cercano, en 2012, al fin de su ciclo.

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No creo que el Procés sufra cambio alguno tras el 27-S, pues parte de lógica y material similar al ofrecido en 2012. Quizás, habrá novedades políticas —no sé, ¿CDC y ERC seguirán mucho tiempo unidas?, ¿Lluís Llach votará austeridad?, ¿habrá un Gobierno de izquierdas posterior?, ¿qué podrá hacer ese gobierno, ahora que, gracias a Grecia, sabemos que los Gobiernos sólo pueden practicar una política?—, pero me temo que no habrá solución al conflicto. No si no se desborda democráticamente. Algo difícil, si se observa que la opción mayoritaria al respecto consiste en la canalización, lo contrario al desbordamiento, en manifestaciones y listas ordenadas.

¿Y el 15-M? El rol del Procés en Cataluña —la paralización y canalización de un conflicto—, parece desarrollarlo con éxito en el resto del Estado Podemos, después de su congreso de Vistalegre más preocupado estadísticamente por crear un partido que por dejar que la agenda del 15-M —democráticamente más amplia y sofisticada que la del dret a decidir—, vaya adquiriendo formas más complejas y confluyentes, como las formuladas en Barcelona, Madrid, Galicia, Andalucía. Mal rollito.

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