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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La política del ‘como si’

Dar por supuesto que será posible un nuevo Estado actuando como si Cataluña ya fuera un sujeto soberano es el mayor engaño con que los soberanistas encandilan a sus fieles

La expresión como si ha sido usada en filosofía para denotar aquellas hipótesis, ficciones o metáforas ideadas por las teorías filosóficas (pero también por la religión e incluso por la ciencia) para explicar ciertas realidades. Por ejemplo, concebimos la materia como si estuviera compuesta de átomos, pensamos el yo como si fuera una substancia, hablamos de la evolución como si se tratara de un progreso hacia formas cada vez más valiosas. Ni los átomos ni la substancia ni el progreso son realidades tangibles, pero nos sirven para explicar lo que percibimos como real.

La política nacionalista catalana tiene mucho de esa forma idealista de pensar. El pujolismo ha sido una política del como si. Las famosas estructuras de Estado, ahora básicas para llevar adelante el proyecto soberanista, no son una novedad. Desde que Jordi Pujol accedió al poder, la Generalitat ha venido actuando como si fuera un Estado y, desde esa ficción, ha ido constituyendo las estructuras pertinentes. Un ejemplo es el de la televisión pública. Puesto que la concesión por parte de la Administración española se hacía esperar, TV-3 empezó a emitir en un marco de alegalidad hasta que la autorización se hizo firme. No sabemos a ciencia cierta si Cataluña es una nación, pero todas nuestras instituciones son nominalmente “nacionales”. Tenemos dos lenguas oficiales, pero sólo el catalán es utilizado por la Generalitat como lengua propia. Cataluña no es un Estado independiente, pero muchos ayuntamientos catalanes exhiben la estelada como única enseña del país. Poco a poco y como quien no quiere la cosa, la Generalitat se ha ido dotando de estructuras que no sólo acrecientan considerablemente el gasto público, sino que han jugado un papel decisivo en la potenciación del imaginario colectivo que ha cultivado el sentimiento nacional.

Ahora, con el proyecto independentista, la creación de estructuras de Estado ha venido a ser el objetivo imprescindible para la constitución real de un Estado propio. Y ahora más que nunca se quiere seguir actuando como si el Estado catalán ya fuera una realidad. En el ámbito de la filosofía, el idealismo no es problema. Pero la política no puede situarse en mundos ficticios. Tiene que lidiar con la realidad pura y dura si se propone transformarla.

Si el 27-S ganan los grupos independentistas, no servirá de nada ir construyendo nuevas estructuras de Estado si estas son sucesivamente recurridas ante el Tribunal Constitucional

No entenderlo es persistir en el círculo vicioso en que parece encontrarse el movimiento independentista. A saber: para poder constituirse como un Estado propio, Cataluña debiera ser ya un sujeto soberano, pero no podrá serlo hasta que tenga un Estado propio, es decir, hasta que alguien autorice ese cambio. Si el 27-S ganan los grupos independentistas, no servirá de nada ir construyendo nuevas estructuras de Estado si estas son sucesivamente recurridas ante el Tribunal Constitucional y dejadas en suspenso. Con razón empiezan a decir ahora desde Junts pel Sí que las nuevas estructuras de Estado se crearán pero no se activarán hasta que se consiga la independencia. Ahora que la cosa va en serio, no se puede seguir actuando como si ya fuéramos un Estado. Primero hay que conseguir tener un Estado. Para lo cual hay que negociar. Negociar internamente, pues la CUP, decisiva para conseguir mayoría absoluta, es partidaria de declarar la independencia sin encomendarse a nadie. Son los únicos que ven claro que o Cataluña negocia con el Estado español desde una posición de igualdad —dos Estados soberanos— o saldrá perdiendo en la negociación. <TB>

Dar por supuesto que será posible poner en pie un nuevo Estado empezando a actuar como si Cataluña ya fuera un sujeto soberano, simplemente porque el bloque soberanista ha sido capaz de formarGobierno, es el mayor engaño con que los grupos soberanistas han encandilado a sus fieles. Ningún Estado se convierte en soberano sin el reconocimiento explícito de quienes tienen poder para otorgar el reconocimiento. Para recabar el reconocimiento hay que negociar. Incluso en el caso de que el resultado de las elecciones diera una mayoría rotunda en votos a los grupos soberanistas, la negociación sería imprescindible. Negociar es el antídoto de hacer como si la independencia ya fuera un hecho. Se ha empezado a construir la casa por el tejado. Como decimos en catalán, los independentistas han tirat pel dret, sin miramientos y sin atenerse a las reglas del juego. Volver a empezar, o tomarse más tiempo si el proyecto persiste, será irremediable. Será, además, la ocasión de rebobinar y emprender una vía —la única posible— que consiga mejoras para las finanzas catalanas, un reconocimiento satisfactorio de la singularidad catalana y un reconocimiento explícito de la pluralidad de posiciones en Cataluña.

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Victoria Camps es profesora emérita de la UAB

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