El rector de la Complutense quiere echar a los 250 okupas del Johnny
Andradas alerta sobre el polvorín en el que se ha convertido el colegio mayor San Juan Evangelista, un referente cultural
El rector de la Universidad Complutense, Carlos Andradas, alerta sobre el polvorín en el que se ha convertido el colegio mayor San Juan Evangelista, un referentes cultural español. El Johnny, como es conocido el edificio, fue cerrado hace un año, y en él viven unas 250 personas: inmigrantes, gente sin hogar y algunos simpatizantes del movimiento okupa. “Cada vez hay más posibilidades de que pase algo grave”, advierte Andradas. “Ha habido reyertas, una explosión de gas y fiestas salvajes”. El rector asegura que ha planteado el problema a la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena.
En las seis plantas dedicadas a las habitaciones viven entre 200 y 300 personas.
Aunque casi todos los accesos al Johnny están cerrados con candados, la puerta principal suele estar abierta. “Aquí puede entrar quien quiera”, cuenta un chico desde la lavandería, en la planta baja del enorme edificio. No quiere dar su nombre, pero mientras espera a que acabe su colada, indica dónde están el huerto comunitario; la piscina, ahora vacía, pero en uso hasta hace relativamente poco; y el gimnasio, donde muchos de los inquilinos del antiguo colegio mayor entrenan.
Un efervescente referente cultural
En 1966 se inaugura el San Juan Evangelista. Durante el tardofranquismo, se organizaron actividades culturales.
El Brujo, Albert Boadella o Juan Margallo estrenaron sus obras aquí. Propuestas de teatro independiente, con actuaciones de Els Joglars, y su Corral de Comedias lo posicionan como escenario clave.
El último cante de Camarón. En enero de 1992, seis meses antes de morir, dio en el teatro del colegio su último repertorio.
Estudiantes ilustres. Manuel Gutierrez Aragón, Alejandro Reyes Domene, fundador del club de jazz del Johnny o Julián Hernández, cantante de Siniestro Total, fueron algunos de sus residentes.
En las seis plantas dedicadas a las habitaciones viven entre 200 y 300 personas. “En cada piso hay un responsable que cuida de que todo esté en orden”, cuenta Steven, de 24 años. Llegó de Camerún hace dos años —“saltando la valla de Melilla; al tercer intento, pasé”— y se instaló en el Johnny hace unos seis meses. “Aquí vive gente que necesita una habitación. Lo único que intentamos es hacer nuestra vida”, explica el camerunés.
Mario también vivió en el Johnny. Acaba de volver de Londres y de vez en cuando se pasa a ver a sus antiguos vecinos. “Cuando yo estaba, alguna noche hubo navajazos”, recuerda. “El Johnny no está cuidado, pero tampoco está dejado de la mano de Dios”, afirma. El rector de la Complutense, titular del suelo donde se erige el colegio mayor, no opina lo mismo: “Este verano ha habido llamadas por reyertas, hubo una pequeña explosión de gas por los infernillos que usan para calentar… No se cumplen las condiciones mínimas de salubridad y hay muchas probabilidades de que haya incendios porque hay una toma pirata de luz. Cualquier día se cae uno por la ventana porque hay fiestas salvajes que duran más horas de las que alguien en condiciones normales aguanta”.
“No es cierto”, responde Steven, “hace dos meses que aquí no se celebra una fiesta”. “También han comparado esto con un mercado de la droga y si te fijas, no hay ese movimiento”, añade el chico de la colada. “Puede que alguien pase hachís o marihuana, pero a nivel usuario”, continúa. Estuvo en los comienzos de la okupación social del imponente colegio mayor, un proyecto de los arquitectos Luis Miquel Suárez-Inclán y Antonio Viloria.
Steven: "Hace dos meses que aquí no se celebra una fiesta”.
“Era otra cosa. Ahora se ha convertido en un lugar que ofrece soluciones habitacionales a personas que lo necesitan. Es todo más individualista. Excepto la organización de las plantas, todo está un poco dejado”, explica. Para instalarse en una de las habitaciones hay que hablar con el responsable de planta y el jefe de la sexta: “Es el que más manda”, aclara Steven. En el Johnny residen personas de Marruecos, de Camerún, de España o de Rumanía. “No sé decirte cuántas nacionalidades hay”, cuenta Pedro, de 30 años, “nos conocemos casi todos de vista, pero aquí cada uno se organiza su vida”. Él se acaba de instalar junto al antiguo teatro, que ha acogido representaciones, reuniones, charlas o conciertos. Algunos históricos, como el último de Camarón, celebrado en 1992, seis meses antes de que el cantaor muriera.
Un póster invitando a la proyección de Arrebato, de Iván Zulueta, cuelga de una de las sucias paredes. Recuerda los tiempos en los que el Johnny era un efervescente polo cultural. Ahora, las zonas comunes están descuidadas, algunas con basura; muchas de sus ventanas, destrozadas; parte del material ha sido robado y en medio de la piscina vacía yacen dos hamacas con sus hierros imbricados. Ante las noticias de abandono y deterioro, el rector se había propuesto recuperar el 1 de septiembre la titularidad del colegio mayor.
Las zonas comunes están descuidadas, algunas con basura
La Complutense y Unicaja llevan años de demandas mutuas por la concesión del centro, gestionado durante 50 años por la obra social de la caja. Andradas, en junio, poco después de ser nombrado rector, decidió partir de cero ante la “peligrosidad” de la vida en el Johnny. Viajó a Málaga para entrevistarse con el presidente de la caja: “Le dije que el conflicto anterior lo resolviesen los tribunales y trabajásemos a partir de ahora. No podemos esperar cruzados de brazos a que los juzgados digan de quién es la titularidad, porque cada vez hay más posibilidades de que pase algo grave”. Andradas pidió a la caja que renunciase al San Juan para recuperar el edificio y “arreglarlo en el plazo más breve posible”. Una restauración que no baja de los 10 millones de euros. La caja sigue estudiando la oferta.
La Complutense y Unicaja llevan años de demandas mutuas
Mientras tanto, la vida en el Johnny continúa a su manera; con su propio orden. Sus inquilinos, algunos de ellos hoscos con los visitantes que no conocen, se quejan de “las mentiras” que se han dicho. “Solo somos personas que vivimos aquí”, insisten, sin permitir acceder a la zona habitada. “La gente alternativa, con una visión romántica del espíritu del San Juan, se ha ido. Y los nuevos moradores entran y salen”, añade el rector, que trató el tema con Manuela Carmena. La semana que viene la Fundación San Juan Evangelista también se reunirá con el Ayuntamiento.
Si quiere ver el Johnny por dentro, entre en la sección de Madrid en www.elpais.com
¿A quién pertenece el colegio mayor? ¿Quién lo gestiona?
La degradación del Johnny fue paulatina. Ya en 2001, el Ayuntamiento realizó una primera ITE (Inspección Técnica de Edificios) de cuyo dictamen negativo se derivó la necesidad imperiosa de realizar obras de mejora en el edificio catalogado como “integral”. Una década después, una segunda ITE subrayó el mal estado de la edificación, porque la concesionaria Unicaja no había hecho ninguna mejora en fachadas, exteriores, medianeras, cubiertas ni azoteas. Con cinco expedientes abiertos por Urbanismo, según la Fundación San Juan Evangelista, se llegó a la firma de un nuevo acuerdo que obligaba a Unicaja a pagar el canon de 200.000 euros establecido para todos los colegios mayores en 2012. El acuerdo iba a ser por 25 años y no por 50, como quería la caja, “porque la nueva Ley de Patrimonio no permite que los terrenos públicos estén en manos privadas más de 75 años y Unicaja había estado ya 50”, relata el rector Carlos Andradas. “Ellos, que habían solicitado la concesión, impugnaron el acuerdo, pero no lo suspendieron, ni hay un auto judicial que lo revoque”.
Unicaja se defiende y asegura que solo firmó el borrador de un acuerdo para gestionar el Johnny unos meses, mientras la Complutense buscaba un nuevo adjudicatario.
En mayo de 2014, Unicaja devolvió las llaves a un notario, dejó la gestión y no permitió matricularse a los alumnos. Desde entonces, dos sentencias judiciales han dado la razón a la Complutense: Unicaja es la concesionaria del colegio hasta 2038. La maraña legal continúa, pero Andradas aspira a un acuerdo extrajudicial para entrar cuanto antes en el “polvorín”.
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