La mirada del forastero
El fotógrafo barcelonés Adrià Cañameras edita un libro, 'Ciertas vidas perras', en el que retrata Madrid desde la perspectiva de un recién llegado
“Yo nunca pensé que acabaría viviendo aquí”, dice Adrià Cañameras tomando un café en el centro de Madrid. “Pero llegó un momento en el que Mar y yo nos dimos cuenta de que nuestra relación o iba para adelante o iba para atrás. Decidí mudarme. Y aquí estoy”.
Mar es la novia de Adrià y es el origen de Ciertas vidas perras, el primer libro del fotógrafo catalán para la editorial Terranova. Un volumen que temáticamente se divide en dos partes: Retratos de Mar y las impresiones de Adrià de Madrid, cuando venía a verla.
Un catalán en Madrid
"¿Qué haces el lunes?", preguntas con acento catalán. "Pero si hoy es sábado", te responde un madrileño. Al día siguiente, insistes. "¿Mañana? Ya hablamos entonces", insiste el madrileño, incorruptible. "¿Qué haces esta noche?", inquieres ya desesperado. "Nada, quedamos, ¿vale?", cede por fin. Y entonces te das cuenta de que el martes pasado habías ya quedado con otra persona el lunes por la noche. Era, claro, otro catalán. Nuestra proverbial afición a organizarnos, bien o mal, pero organizarnos, choca con la imperial improvisación local. "Oye, que llevo media hora en tu portal picando al timbre, ¿bajas?", te escriben por guasap. Tú pensabas que quien le daba al timbre sin parar era una exnovia o un banquero. Pues no. Era un amigo que pasaba por aquí. Siempre hay alguien que pasa por aquí. Asúmelo, es mejor ir por casa vestido de calle, es necesario tener la ropa interior guardada en cajones y los platos limpios, al menos los que ya no caben en el fregadero. Jamás sabes quién puede presentarse. Había menos presión cuando era tu madre quien podía aparecer. "¿Echas de menos el mar?", te preguntan los de aquí al segundo minuto de conocerte. "Sí", respondes como un resorte. Eso puede durar un par de meses, hasta que te das cuenta de que empiezas a sonar como todos esos españoles en el mundo que siempre echan de menos el jamón. Nadie quiere ser un cliché. Al menos, de forma consciente. Y un día sales a correr, que parece algo inofensivo y universal. No puede haber en ello nada que sea susceptible de producir un choque cultural o metafísico. Mal. No hay que relajarse. Corres 20 minutos y ya no puedes con tu alma. Pero si yo en Barcelona corría 45 como un campeón. Claro, listo, estabas al nivel del mar. Para rematarlo, están los interrogatorios en Barcelona. "¿Qué piensan los madrileños de lo del soberanismo?". Pues ni idea. "¿Cómo que ni idea?". No hablamos de eso. "¿En serio?". Es que me parece que tienen cosas más cercanas y suyas de las que preocuparse. "¿Y echas de menos el mar?". No, demonios, no echo de menos el mar. Cuando estaba aquí lo veía seis veces al año. Las mismas que lo veo ahora que vivo en Madrid.
Ciertas vidas perras es un libro en blanco y negro —“tenía algunas a color, pero las quité. Madrid no me parecía una ciudad para el color. La luz es muy cruda. No me gustaba”— de fotos de gran formato que ocupan una o dos páginas, en muchas ocasiones sin márgenes. No es un libro documental y por eso no hay un orden aparente, pero por las instantáneas pasan el invierno y el verano, la noche y el día, calles y plazas vacías y la gente que se apelotona en colas. Hay personajes, todos anónimos, y está Mar cada pocas páginas. Vestida y desnuda. En casa y en la calle como la presencia que lo homogeneiza todo. “Nada está preparado, y quitando las fotos de Mar, que sabía que se las estaba haciendo, nada está posado”.
Son fotos analógicas, tiradas con su Leica y reveladas por él. Quizás por eso hay que fijarse mucho para encontrar detalles que indiquen que están hechas a partir de 2012. No hay móviles, nada que permita identificar la fecha en la que fueron hechas. “Es consciente. Quería que fueran así, atemporales”.
Adrià es del barrio de Gracia, en el corazón de Barcelona. Y empezó a hacer fotos muy pronto. Luis Cerveró, el director de la editorial Terranova, recuerda que la primera vez que le vio con su Leica fue en un concierto en 2008. Aquel chaval de 20 años con una cámara analógica le llamó la atención.
Cerveró era uno de los fundadores de Canadá, la productora barcelonesa que aquel año empezaba a hacer vídeos. Su primer éxito internacional fue el clip de Bombay, del músico canario El Guincho. La foto de portada del álbum que contenía aquella canción la firmaba Adrià. “Yo siempre he hecho fotos, pero aquello me dio un poco más de trabajo. Fue para XL Recordings, que es un sello inglés, y se vio mucho”. Era el momento en que los ojos de la prensa musical del mundo empezaban a prestar atención a lo que pasaba en Barcelona. Y muchas de las fotos que vieron llevaban la firma de Cañameras. Suyas son las portadas de Delorean o de John Talabot. “Pero yo, realmente, era pastelero. Dejé de estudiar pronto y he trabajado 10 años en la pastelería de mi padre. Eso me permitía no aceptar encargos que no me gustasen”.
Estaba trabajando allí cuando llegó el encargo que lo cambió todo. “No tengo agente. A mí la mayoría de los trabajos me salen por Internet. Quizás por eso trabajo más para publicaciones extranjeras que españolas. Me salen muchas cosas de gente que te ve en Instagram y te contacta. La verdad es que ahora mismo no tiene casi sentido tener una web, funciona mucho mejor Instagram”. Por eso, en la pastelería, mientras trabajaba, tenía su ordenador conectado y su e-mail abierto. “Un día me llegó un correo de The New York Times. Estaban haciendo un reportaje sobre Juan Mari Arzak y me preguntaban si me interesaría hacer las fotos”. Aquellos tres días en las entrañas del restaurante Arzak le dieron tanta visibilidad que le permitieron dar el salto definitivo y profesionalizarse. Y mudarse a Madrid.
Porque Mar, que se apellida Del Hoyo, y es actriz, se había trasladado a Madrid años atrás. Buscaba trabajo, que encontró como parte del reparto de Burundanga, una exitosa comedia que todavía se representa en el teatro Lara. “Cuando Mar se trasladó yo venía una vez cada dos meses a verla. Paseaba mucho, y a todas partes donde voy llevo la cámara. Fue entonces cuando empecé a tirar las fotos”. Asegura que Madrid es para él “un murmullo”. “Aquí hay gente en todas partes. Barcelona no es así. Allí, si hay gente son turistas. Me impresionó”.
Hoy Adrià vive en Chueca. Está contento. Su padre, que por lo que cuenta es bastante más que pastelero y podría dar para otro artículo, se animó por fin a cumplir uno de sus sueños y ha dirigido una película. La han hecho en familia, los cinco hermanos Cañameras —dos de una madre y tres de otra— han sido el equipo técnico, y Mar, la protagonista.
Le va bien de trabajo y tiene en marcha otro libro, un encargo de la joyería Grassy, uno de los comercios más tradicionales de Gran Vía. “Estoy retratando a sus 40 mejores clientas. Hacer retratos es lo que más me gusta. Y estos son muy interesantes. Hace poco fui a Londres a fotografiar a la mujer de Jurgen Teller [se refiere a la galerista Sadie Coles, casada desde 2003 con uno de los grandes fotógrafos de moda]. Y al día siguiente, aquí en Madrid, retraté a una mujer muy mayor, tendría unos 85 años, y bellísima. Creo que es lo mejor que he hecho hasta ahora”. ¿Y qué tal vivir con Mar? “Pues muy bien, aunque resulta que ahora ha encontrado trabajo en una obra en el Teatro Nacional... de Barcelona”.
Ciertas vidas perras (editorial Terranova). 195 páginas. 48 euros.
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