La marca global del ritmo
La compañía británica Stomp se ha convertido en un estilo mundial con 200.000 representaciones realizadas para 12 millones de espectadores en 53 países. Su espectáculo reabre el teatro Calderón
Nunca es igual, pero el éxito siempre está asegurado. Stomp nació hace un cuarto de siglo y más de dos generaciones de artistas se suceden en los escenarios al ritmo de la percusión metálica con el sutil apoyo del sonido electrónico y un potente aparato tecnológico de luces al estilo de los grandes conciertos de rock.
Sus fundadores, Luke Cresswell (Brighton, 1951) y Steve McNicholas (Wakefield West Yorkshire, 1955), siguen al pie del cañón pero trabajando, nunca mejor dicho, a cuatro manos. Salvando las distancias, el otro fenómeno contemporáneo comparable de éxito en las artes escénicas mundiales es el Circo del Sol (Stomp también ha tenido su show millonario en Las Vegas). Originalmente, Stomp fue un modesto grupo de percusión alternativa gestado en Brighton, punto mayor de la, a veces, soleada costa sur inglesa.
Pero lo que comenzó distraída y flemáticamente con el golpeo de unos bidones de aluminio y otros enseres domésticos muy abollados, se convirtió en marca global. En 1994, Storm y sus líderes ganaron el prestigioso y ansiado Premio Laurence Oliver, y quien vio la clausura de las Olimpiadas de 2012 de Londres los recordará seguramente en el centro del festejo.
Actualmente hay cinco compañías oficiales de Stomp dando guerra sonora por el planeta. Tres itinerantes (una de ellas es la que está en el teatro Calderón de Madrid hasta el 13 de septiembre) y dos fijas: una en el Off Broadway de Nueva York donde llevan 23 años fijos, y otra en Londres, donde cumplen ahora 14. Allí, como es costumbre, se cambia de teatro de vez en cuando, pero sin bajarse de las carteleras del West End.
Cresswell es autodidacta y McNicholas acredita una cierta formación musical, pero ellos sabían lo que querían y lo que buscaban desde los días de Pookiesnackburger, formación de nombre tan imposible como cómico e irónico, dos elementos que siguen estando presentes en la estética de Stomp, término que en origen designa a un ritmo del jazz clásico.
La no muy académica frase “Stomp is storm” (Stomp es tormenta), aparecida en un diario de Edimburgo cuando actuaron en un Fringe, los calificó para siempre como eso: una tormenta sobre los escenarios. Cresswell y McNicholas, que estuvieron en Madrid en las primeras visitas de la compañía, insisten en que no hay un público específico para el estilo Stomp, sino que su energía (y este es el componente principal de la fórmula magistral) es capaz de arrastrar a todos.
De ahí el sinfín de imitadores que han surgido por todas partes y ante los que se han tenido que poner serios más de una vez. Aunque siempre han reconocido que ellos mismos han bebido de la calle y los artistas callejeros, de lo que se encontraban tanto en las mismas callejas del West End como en el Bronx neoyorquino. En esta clave está la conexión profunda con los ritmos urbanos, con esas infinitas modalidades del break-dance: de la calle a los teatros.
Las cifras, y muy reales esta vez, son de mareo: más de 20.000 representaciones realizadas para 12 millones de espectadores en 53 países de los cinco continentes. La primera visita de Storm a Madrid fue en 1998 dentro del programa del Festival de Otoño cuando ese evento tenía lugar en su estación natural, es decir, desde finales de octubre a mediados de diciembre.
El teatro Albéniz se llenó con el debú de los británicos, pues fue la compañía estable de Londres la que se desplazó hasta la meseta. Un año antes habían estado ya en Barcelona con un éxito arrollador y con imitadores pasando el cepillo a la vez en Las Ramblas. Era la primera vez que en España se veían en escena a desatascadores de inodoro, fregaderos de latón, cepillos de barrer, cajas de cerillas (usadas para el pianissimo más virtuoso), llantas de coches, escobillones y latones de basura con sus tapas convertidas en platillos de banda.
La infalible combinación de percusión alternativa (pero con una cuadratura muy estudiada), música actual, danza con una dinámica feroz y muchos ingredientes gestuales de comedia visual sin nada de texto, le dieron pronto fama y sellaron el estilo propio, que es la clave de su éxito. La llamada dustbin-dance,o danza de los cubos de basura, encontraba así una categorización definitiva y un lugar a la luz de las candilejas teatrales.
Ya un crítico de la Gran Manzana apuntó que él mismo, escéptico al principio, volvió a verlos una segunda y hasta una tercera vez.
Stomp. Teatro Calderón. Hasta el 13 de septiembre.
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