Agudos de ensueño
Paseo triunfal de Juan Diego Flórez en su regreso a Peralada
Pasar dos horas escuchando al mejor tenor belcantista del momento es una buena elección para convertir una noche de verano en una velada inolvidable. Lo fue para el público del Festival de Salzburgo que el martes asistía embelesado al recital de Juan Diego Flórez con el pianista Vincenzo Scalera. Y lo fue también para los espectadores que el jueves por la noche disfrutaron con la elegancia natural y los espectaculares agudos del famoso tenor peruano en el concierto lírico estelar del Festival Castell de Peralada (Girona). En plena forma, y muy bien acompañado por la Orquesta de Cadaqués bajo la eficaz dirección del también peruano Espartaco Lavalle, Flórez reinó en un programa de arias centrado en el repertorio francés.
En su tercera actuación en el festival ampurdanés, Flórez casi llenó su auditorio —y eso que las localidades, de 180 a 50 euros, no están al alcance de todos los bolsillos— y conquistó al público con esa combinación de perfección técnica, naturalidad en el fraseo y brillantísimos agudos que definen su carisma lírico.
La ligera obertura de Le Toreador, de Adolphe Adam, calentó el ambiente, lo justo para dar la bienvenida al astro peruano, quien ya de entrada puso alto el listón de arte belcantista interpretando con refinamiento Tombe degli avi miei, de Lucia di Lammermoor. Fue un jugoso anticipo de su debút mundial en el papel de Edgardo, que tendrá lugar el próximo 4 de diciembre en el Liceo.
Se lanzó después al repertorio francés, al que ha consagrado su último disco. No se puede cantar con más elegancia y acentos más suaves la mejor aria de Faust, de Gounod, ni dar intensidad, sin forzar demasiado sus medios naturales —no ha cambiado su voz, lo que está cambiando es el repertorio— a las dos grandes arias de Werther, de Massenet. Anda algo justo de volumen, pero canta de maravilla. Por su parte, y para dar descanso al tenor, la Orquesta de Cadaqués sacó buen partido a varias páginas orquestales de Bizet, Donizetti y Berlioz.
Ante la sed de agudos, Flórez colmó todas las expectativas con el mejor Donizetti cantado en francés e italiano —arias de La Favorite y Lucrezia Borgia, respectivamente— y convirtió la segunda parte en un paseo triunfal. luciendo agudos de ensueño en arias de Romeo et Juliette, de Gounod, y la opereta La Belle Hélène, de Offenbach.
Y llegó el turno de las propinas, que abrió acompándose a la guitarra en la popular Malagueña salerosa, que dedicó a la gran mezzosoprano Teresa Berganza, quien, sentada en primera fila del anfiteatro, disfrutó, aplaudió con ganas y, después del concierto, recibió junto al tenor peruano la medalla de honor del festival.
La fiesta acabó, entre aclamaciones, con otras tres propinas, dos de ellas verdianas —La donna è mobile, de Rigoletto, y una página de Jérusalem— y una joya de Donizetti —Una furtiva lacrima, de L’elisir d’amore, que cerró la noche en un clima de absoluta belleza belcantista.
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