La Biennale de Teatro, un gran claustro internacional
La representación española en el festival de Venecia que dirige Àlex Rigola desde 2011 es altamente significativa
En el parloteo de la espera manda el inglés, lingua franca. Pero entre los pequeños grupos predomina el italiano y el español. En un círculo está Irene Escolar con Israel Elejalde y Agus Ruiz. En otro José Luis Gómez con Lluís Pasqual, Carmen Machi y Helena Pimenta. Cerca Natalia Sánchez y Nao Albet saludando a Mamen Duch, de las T de Teatre. Y muchas más caras conocidas de Barcelona o Madrid reunidas en un sofocante atardecer veneciano de agosto. Un calor perlado de sudor que no se sublima ni con el rosa Tiepolo que se dibuja en el cielo. Aquí, ante el Teatro alla Tese, una nave del 1500 dentro del complejo del Arsenale, se cuecen los cuerpos y se cuece el futuro del teatro.
La representación española es significativa en esta Biennale de Teatro, la tercera dirigida por Àlex Rigola desde que se estrenó en el cargo en 2011. Algunos están de festivalero bolo: llegar, ensayar, interpretar y marchar. Otros están de visita, en calidad de espectadores curiosos, atraídos por el intensivo programa de teatro internacional que ocupa todos los escenarios de la ciudad durante diez días. Muchos están en Venecia como maestros y alumnos del Biennale College, la aportación de Rigola a la historia de la sección del teatro. Y unos pocos privilegiados intentan combinar todos los roles.
Al final lo ha conseguido, después de siete años y antes de un posible cambio en la dirección. Rigola le ha dado la vuelta al calcetín. Esto ya no es un festival de exhibición; es un ambicioso laboratorio de teatro internacional que incluso rompe la lógica de la bienal. La academia abre sus puertas cada año desde 2010. En la presente edición hay cerca de 400 inscritos para participar en los talleres dirigidos por La Zaranda, Mark Ravenhill, Romeo Castellucci, Milo Rau, Lluís Pasqual, Oskaras Korsunovas, Christoph Marthaler, Thomas Ostermeier, Yasmina Reza, Max Glaenzel, Albert Faura, Pascal Rambert, Jan Lauwers, Fabrice Murgia, Falk Richter, Antonio Latella y Christiane Jatahy: Un claustro extraordinario que en algún caso dobla su presencia en las funciones de noche.
Además de espectáculos que ya han pasado por nuestros escenarios, como El caballero de Olmedo de Pasqual, El régimen del pienso de La Zaranda, A house in Asia de la Agrupación Señor Serrano, Hate Radio de Rau y el Hamlet de Korsunovas; la Biennale de Teatro es también una oportunidad para recuperar montajes significativos de un director como Ostermeier. Su versión de El Matrimonio de Maria Braun de Fassbinder es una elegante farsa –protagonizada por la espléndida Ursina Lardi– sobre el milagro alemán. Ascenso y caída de una mujer dispuesta a todo para prosperar a la espera de reencontrarse con el amor de su marido. Carrera amoral por un sueño estéril. También Marthaler es aficionado a la farsa. En Das weisse vom Ei (La clara del huevo) somete a su grotesco juego del tiempo una convencional comedia de bulevar. Personajes de la pequeña burguesía atrapados en una bufonada expresionista; marionetas manipuladas por un duende cruel para hacer de ellas caricaturas lastimosas. Más extrema es la propuesta de Falk Richter. Danza-teatro –o viceversa– para poner en evidencia la creciente soledad en la que nos movemos, buscada y no asumida, o encontrada sin saber qué hacer con ella. En tiempo de Twitter, Facebook, Instagram o Tinder, Never Forever plantea una pregunta sencilla (¿quién eres?) sin respuesta. Como dice uno de sus personajes: un time-line no es una biografía y 140 caracteres no es una conversación entre amigos. Existir también es contacto físico. Ese que su compañía derrocha con dolor y rabia en el escenario.
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