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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

TV-3 y su cofradía

Íntegramente financiados por la ciudadanía, los medios públicos deberían dedicarse a comunicar, más que a persuadir, y ante todo a elaborar relatos y argumentaciones ecuánimes

En vísperas de San Juan, Mònica Terribas convirtió una presunta entrevista a Artur Mas en un a duras penas disimulado acto de promoción de su causa común, durante el que regaló a su entrevistado un rosario de aparentes preguntas que eran, de hecho, candentes vítores y exhortaciones para que siga timoneando el Procés. Apenas hacía cuatro semanas que el programa .Cat de TV-3 había convocado a cinco destacados líderes de la constelación soberanista para departir, en unánime privacidad, sobre las perspectivas de su exclusivo empeño ante las elecciones del próximo septiembre. Celebrado cuatro días después de unas trascendentes municipales que ni siquiera fueron mentadas, el cónclave acabaría siendo aducido ante el consejo de redacción de la cadena por su jefe de Internacional, Xesco Reverter, como elocuente ejemplo del “sobredimensionamiento” del Procés y del exceso de “iconografía independentista” que genera.

Sobre el papel, cuanto menos, la industria audiovisual es capaz de ponerse al servicio de la sociedad democrática, fomentando la deliberación racional y el pluralismo que la sostienen. Y, sin embargo, tanto la radiodifusión como la televisión de este país muestran una alarmante inclinación a servir a otros amos: sean los conglomerados de poder de los que económica e ideológicamente dependen; sean ciertas facciones sociales que, más o menos numerosas, constituyen una parte tan solo de la población, y de su heterogeneidad sustantiva. Preocupante y hasta condenable cuando la practican emisoras privadas como la COPE o RAC1, esa servitud cobra una temible capacidad disociadora y erosiva —inaceptable desde el punto de vista político, ético y normativo— cuando las que la ejercen son las radios y televisiones públicas. Con estilos parcialmente distintos, así lo muestran a diario las que dependen de la Corporación de Radio y Televisión Española (RTVE), manejada por el hiperimputado y tardofranquista Partido Popular; y también las regidas por la Corporació Catalana de Mitjans Audiovisuals (CCMA), manejada con exaltado sectarismo por CDC y sus satélites, ERC y CUP incluidas.

Íntegramente financiados por la ciudadanía, los medios públicos deberían dedicarse a comunicar, más que a persuadir, y ante todo a elaborar relatos y argumentaciones a la vez fehacientes, ecuánimes y complejos, puestos al servicio de una sociedad civil señalada por las diferencias —económicas y políticas, ideológicas y religiosas, éticas e identitarias—, y no de una supuesta comunidad homogénea no solo inexistente, sino imposible. A la hora de la verdad, no obstante, se comportan como abrumadores dispositivos de persuasión uncidos a las facciones y cabilas que los controlan, y cuyo medro abonan al mismo tiempo.

Este abuso se produce a diario y sin pausa, desde el azuzante Desperta, Catalunya!!! del magazín matinal de CatRàdio hasta los soliloquios que i.Cat orquesta

Al menos desde las hazañas bélicas de Buruaga y Urdaci y el auge del aznarato, el PP ha manipulado deplorablemente RTVE con tal de imponer una noción reaccionaria y unitarista de España que, por cierto, ha contribuido a encender la hoguera secesionista y regado con gasolina sus llamas. Y a este lado del paraíso, los medios que administra la Corpo, con CatRàdio y sobre todo TV-3 en cabeza, han venido promoviendo con metódico ahínco el imaginario colectivo que al parecer ha convocado la historia, así como sus masivos y multicolores espectáculos.

Este abuso se produce a diario y sin pausa, desde el azuzante Desperta, Catalunya!!! del magazín matinal de CatRàdio hasta los soliloquios que i.Cat orquesta, pasando por los risueños concursos, las sacras concelebraciones futboleras, los mapas del tiempo que recortan els Països Catalans contra el vacío, los pulcramente sesgados informativos, la hilarante aunque esquinada comicidad de Polònia. Y se constata por doquier. De entrada, en la insistencia obsesiva en El Tema, convertido en encuadre determinante de la mirada pública, tanto por las menciones —y omisiones— que implica, como porque sobre él gravita casi todo lo que debería serle ajeno. Y además, en el reclutamiento de los tertulianos y las fuentes informativas; en el cariz de las argumentaciones y relatos; en el léxico y fraseología con que se empalabra esa realidad virtual minuciosamente construida, y, en fin, en los inadvertidos implícitos, sofismas y falacias que semejante persuasión entraña.

Hay talento, sensibilidad y honradez en muchos integrantes de TV-3 y CatRàdio. Pero ya va siendo hora de que muestren el pudor y el pundonor, la lucidez y ante todo la equidad que la heterogénea Cataluña exige y merece. Los periodistas no pueden ser objetivos ni carecer de perspectiva. Pero es su deber respetar el pluralismo, y ser ecuánimes.

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