La fiesta se apodera del Canet Rock
18.000 personas acudieron al Pla d'en Sala en el segundo año del festival al ritmo de la Dharma y Comediants
18.000 personas acudieron al Pla d'en Sala en el segundo año del festival al ritmo de la Dharma y Comediants La fiesta se apodera del Canet RockDicen que en el mundo de la música hace ya cuarenta o cincuenta años de (casi) todo. En su segunda edición del siglo XXI el Canet Rock decidió sumarse a la afirmación invitando a la Dharma y Comediants a celebrar los cuarenta años de la primera edición del festival. Y a las 22.30, con solo quince minutos de retraso —algo inusual en este tipo de maratones musicales— una enorme serpiente blanca recorrió todo el recinto alumbrada por antorchas y un comité de cabezudos dio la bienvenida a la Dharma, pastel de celebración incluido. Y comenzó el movimiento: la Dharma incendió un recinto que entró en efervescencia con proclamas independentistas.
La fiesta se apoderó del Pla d'en Sala convirtiendo la segunda edición del recuperado Canet Rock más en una celebración popular, incluido confeti de colores, que en un certamen musical. Horas antes, como si se tratara de un festival diferente, en el interior del recinto se respiraba tranquilidad total. A partir de las cuatro de la tarde el gran escenario había entrado en movimiento pero el sol pegaba de lleno en la campa y apetecía más buscar una sombra (pocas) para echarse una siesta que acercarse a los altavoces para gozar de la música. Un público eminentemente juvenil, en su mayoría quinceañeros —ellas también— aprovechaba para disfrutar del picnic y de la compañía esperando a las actuaciones estelares al caer el sol.
En realidad todo Canet era un picnic ocupado por mareas multicolores de jóvenes que se desplazaban entre los chiringuitos y las paradas de artesanía debidamente habilitados en el camino que conducía hasta el recinto desde la estación de Rodalies a la que de tanto en tanto llegaban los trenes. Unos convoyes que RENFE ha pintado para promocionar el festival de un chillón color rosa. Veinte minutos de paseo que podían hacerse eternos por las aglomeraciones. Como lento era el ascenso en coche hasta las parcelas habilitadas como aparcamientos. En la entrada del Pla d'en Sala, en cambio, los accesos eran rápidos y fluidos, facilitados por una llegada escalonada y poco apresurada del personal que, incluso, se entretenía acampando en las cercanías antes de decidirse a entrar.
A las siete de la tarde, cuando la solana era ya bastante soportable, Joana Serrat defendía una propuesta de gran interés, cercana al folk norteamericano, con muchos matices personales pero que se perdía en la inmensidad de la campa todavía bastante vacía. Si entre el público reinaba la tranquilidad, detrás del escenario la actividad era frenética: reencuentros, abrazos, besos,... la flor y la nata del pop catalán exhibiendo amistad y camaradería.
Una nave espacial en el Maresme
Una enorme nave espacial plateada y repleta de humo parecía haber aterrizado en una de las colinas del Maresme. Una nave espacial de procedencia incierta que albergaba en su interior toda la parafernalia de un escenario rockero pero sin excesos innecesarios. Un sencillo telón de fondo confeccionado con cajas de cerveza — quien paga manda— y una realización videográfica de gran altura —en los intermedios entre grupos se pasaban fotos enviadas por los asistentes— acompañaban una sonorización magnífica que permitía una buena audición desde todos los rincones del recinto. La amplitud del Pla d'en Sala permitía una circulación fluida, incluso era fácil llegar delante del escenario, y los servicios, tanto sanitarios como de restauración, eran más que suficientes para no crear largas colas.
Sanjosex sucedió a Serrat en el enorme escenario plateado. Mucho humo y muchos invitados en la media hora larga de Sanjosex, incluido Quico Pi de la Serra, uno de los nombres que ya estuvo en el Pla d'en Sala en las Sis hores de cançó que precedieron al Canet Rock (entonces se escribía sin K).
Cuando poco después de las ocho La Iaia ocupó el escenario, el Pla d'en Sala ofrecía ya un aspecto saludable y todavía entraba gente. El grupo propició las ganas de fiesta del personal que no paró de moverse, bailar y agitar brazos siguiendo las indicaciones de la banda. Incluso algún castillo humano coronado por una estelada apareció entre el gentío que respondió con gritos de “In-de-pen-dèn-cia”. Y si La Iaia puso a bailar a todo el mundo, Joan Dausà, primero, y Els Amics de les Arts los pusieron a cantar.
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