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El lápiz del joven Picasso

El Museu de Reus expone una recopliación de obras inéditas de los años de aprendizaje del genial pintor

Marc Rovira
Una visitante ante la obra de Picasso 'Sacerdots i altres croquis', de 1899-1900, expuesto en Reus.
Una visitante ante la obra de Picasso 'Sacerdots i altres croquis', de 1899-1900, expuesto en Reus. JOSEP LLUIS SELLART

También los genios pasan por su años de aprendizaje. Una muestra la ofrece estos días el Museu de Reus, que acoge una exposición inédita sobre las obras del Picasso joven: esbozos, óleos y composiciones trazadas a lápiz que el pintor ejecutó en sus años de artista incipiente.

Un paseo por las 26 láminas que configuran la muestra evocan sus años de amaestramiento adolescente y dan fe de cómo domesticaba su talentosa mano. Obras de rotunda temática religiosa, no tanto porque el malagueño fuera un ferviente devoto del evangelio sino más bien porqué era un fanático apasionado de la pintura. “Son obras de su paso por la academia”, fija Anna Figueras, directora del Museu de Reus. Ese periodo tierno en el que un esponjoso Picasso trataba de absorber todo lo que le inculcaban sus maestros. Primero, en la escuela de Bellas Artes de A Coruña, donde su padre había ganado plaza de instructor, y más tarde, allá por 1895, el mismo año en que falleció su hermana Concepción, en la Escuela de Bellas Artes de la Llotja, en Barcelona.

La obra de temática religiosa se inscribe en el marco de su formación más que en un anhelo o en una apetencia personal. Era aquella una época en la que su padre lo guiaba para que triunfase en los cértamenes artísticos oficiales. También el profesor José Garnelo dejó su sello en la instrucción mística del Picasso imberbe. Episodios hagiográficos y del Nuevo Testamento, de entre los que destacan Aparición del Sagrado Corazón a una monja, La Anunciación y La Santa Cena, son feliz evidencia de aquella etapa primeriza.

“Desde niño pintaba como Rafael, pero me llevó toda una vida aprender a dibujar como un niño”, contó una vez Picasso. En la muestra se percibe ese anhelo de rasgar corsés. En uno de los trabajos que se exponen, Cuatro feriantes y otros croquis (1899-1900), se vislumbra la impulsividad y se dejan notar los gestos distintivos de un Picasso ya mayor de edad y cada vez menos cómodo con las directrices recibidas en el aula. Fue por entonces cuando, a pesar de estar matriculado en la Academia de Bellas Artes San Fernando de Madrid, colgó las clases para dedicarse a visitar, casi obsesivamente, el Museo del Prado.

El Museu de Reus expone hasta el 29 de agosto esta muestra que se exhibe por vez primera al público y que se nutre de fondos del Museo Picasso de Barcelona. La ruta Barcelona-Reus ya la siguió el propio artista en 1898 cuando iba de camino a Horta de Sant Joan, en la Terra Alta. Invitado por su amigo Manuel Pallarès para sanar de unos problemas de salud, Picasso encontró a la sombra de los puertos de Beceite alivio para su estropajosa garganta. Sufría escarlatina. Más tarde diría: “todo lo que sé lo he aprendido en el pueblo de Pallarès”.

Algo le quedaría aún por aprender porque, de regreso a Barcelona, gastó horas en la cervecería Els 4 Gats para empaparse del espiritu de Rusiñol y Ramon Casas. Su interés por autores como Toulouse-Latrec y Steinlen fue creciendo y no tardó en marcharse a París junto a Carles Casagemas. Empezaba a afianzarse el genio. El mismo genio que, ya en su edad adulta, el Museu de Reus exhibe en una recopilación de fotografias hechas por Michel Sima, André Villers o David Douglas Ducan. Y para completar el viaje del Picasso joven al Picasso maduro, las imágenes que Roberto Otero le sacó en su refugio de Mougins, donde el pintor moriría en 1973.

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