Sónar 2015: El estado de la nación electrónica
El festival despliega una miríada de estilos aptos para todo tipo de consumo
Que el Sónar es un festival que sólo se remite a sí mismo lo indica un hecho en apariencia banal: no aparece el número de su edición en el grafismo del festival. Su importancia no recae pues en las veces que se ha citado con su público y en su veteranía, sino en que cada año ofrece una cita ineludible con la música electrónica, entendida ésta en un sentido muy amplio, y por extensión al apartado visual, que cada año gana más importancia. El Sónar reivindica de esta manera su propio clasicismo, un paradigma del que él mismo es el único ejemplo. Este hecho se percibe en la misma configuración artística del cartel, en el que se repiten nombres sin ninguna reticencia siempre amparándose en el criterio fundamental del festival, ofrecer un muestreo de lo que ha sido la temporada en música electrónica.
A partir de aquí el Sónar -entre el 18 y 20 de junio- ofrece unos cabezas de cartel populares, con independencia de su estado de forma, ya se encargará el propio festival de realzar su importancia, y un fondo de armario que es donde suelen presentarse las sorpresas más descollantes, siempre con permiso de alguno de los figurones. Entre los artistas más destacados de este año figuran The Chemical Brothers, que estrenarán espectáculo en el festival, dando así un argumento plausible incluso a los que piensan que el dúo ya lo explicó todo hace años; Skrillex, quien ya estuvo en el festival hace dos años demostrando que su popularidad es mucho mayor entre el público extranjero -de hecho en los Estados Unidos es una estrella con 6 Grammys-; unos Duran Duran que cubren la cuota de memoria y/o nostalgia pero que se presentan con un nuevo espectáculo -la nostalgia a secas es formalmente una apestada en el festival-, Squarepusher, un clásico de la electrónica a caballo entre el mundo experimental y lo bailable que también estrena show y Autreche con su electrónica apta para pensar con gesto circunspecto.
Luego está Róisin Murphy, una estrella del Sónar, encumbrada por su propio equipo rector y de nuevo prueba de que el festival se remite a sí mismo en todo. Los demás son artistas de mucho interés aunque no populares en un sentido amplio. El hip hop de A$AP Rocky es un ejemplo, pero hay más: la fantástica mezcla de rhythm and blues contemporáneo y pop de FKA Twings; la inclasificable revisión del jazz que hace Flying Lotus en "You're Dead", el disco que presentará; la mezcla entre poesía y rap urbano de la poetisa Kate Tempest; el hedonismo de Hot Chip con su pop electrónico en falsete; el hip hop canalla y poligonero de Die Antwoork, otras genuinas estrellas del festival; la presencia de artistas casi analógicos como Francesco Tristano -ha grabado y remezclado a Bach para Deutsche Gramophon- u Owen Pallett -violinista y arreglista de cuerda de Arcade Fire-, son nombres a los que sumar los de Hudson Mohawke -estrenará su nuevo disco en el Sónar- o Holly Herndon, nueva musa de la música hecha con ordenador con un recorta y pega sonoro abradacabrante.
Son ejemplos que muestran la amplitud de registros de un festival que además se apunta la medalla de no perderse las nuevas propuestas locales, caso de los hip-hoperos españoles afincados en Barcelona PXXR GVNG -pronúnciese pure gang-, quienes todavía no han editado su primer disco. Y para no olvidar que la tecnología palpita bajo el festival, se anuncian sofisticados shows audiovisuales, por cierto se espera que sean mejores que el de Richie Hawtin el año pasado, protagonizados por Arca & Jesse Kanda o el que Emmanuel Biard ha diseñado para Evian Christ, anunciado como la construcción de una tercera dimensión con luces y humo. Todo ello sin olvidar a los reyes de la pista de baile, corazón festivo del festival con nombres como Laurent Garnier, Tiga o Erol Alkan. En suma, una radiografía de la electrónica que se repite desde hace 21 años con 22 ediciones en Barcelona.
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