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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El peaje de la muerte

¿Qué es Europa? ¿Es una fortaleza que se cree privilegiada y es capaz de imponer un peaje que puede llevar a la muerte?

Josep Ramoneda

Otra tragedia de inmigrantes en el Mediterráneo, que puede llegar a los mil muertos, a sumar a otros mil en los últimos diez días. Y a los tres mil doscientos del año pasado. Personas que huyen del desastre, cargueros viejos, mafias que explotan a los parias, países fallidos, autoridades cómplices, gobiernos que miran a otro lado, dirigentes europeos que hablan de dolor y tristeza pero que no hacen absolutamente nada para evitarlo. “Son hombres como nosotros, hermanos que buscan una vida mejor: hambrientos, perseguidos, heridos, explotados, víctimas de guerras. Hombres y mujeres como nosotros. Buscaban la felicidad”, ha dicho el Papa Francisco.

Ya sé que muchos —desde los gobiernos y desde los medios de comunicación— dirán o pensarán —y no osaran decirlo porque este Papa tiene carisma y no se le toca— que es muy fácil hablar así cuando no se tiene la responsabilidad de afrontar el problema. Y que se repetirá la cantinela de que no se puede permitir que entre todo el que quiera en una Europa saturada de inmigración. ¿Al precio de que mueran en el mar?

Las palabras del Papa son interesantes por varias razones. Por un reconocimiento inusual: “Buscaban la felicidad”, ha dicho. Es decir, el Papa admite que se puede aspirar a gozar en la tierra y que la felicidad no es sólo una promesa aplazada: la redención en el más allá. Pero sobre todo porque Francisco se siente obligado a recordar que “son hombres como nosotros, hermanos que buscan una vida mejor”, como cuando el padre Vitoria, durante la colonización de América, tuvo que certificar que los indios también eran hijos de Dios. El Papa sospecha que para algunos europeos los parias de la tierra que llaman a nuestra puerta no son como nosotros y merecen pagar un alto precio por la osadía. Los náufragos del Mediterráneo, los que se encaraman en las vallas de Ceuta y Melilla, nos están lanzado una pregunta ¿Qué es Europa? ¿Es una fortaleza que se cree privilegiada, que impone un peaje que puede llevar a la muerte a los que quieren entrar desesperadamente? Para que entren algunos, morirán unos cuantos.

¿Qué queremos que sea Europa? “Sin un enfoque común basado en la solidaridad, que dé a las personas la oportunidad de venir legalmente, la próxima tragedia es sólo cuestión de tiempo”, ha dicho Martín Schulz. No es un predicador, es el presidente del Parlamento europeo. Algo debería poder hacer. Pero estamos ante un bucle infernal: los inmigrantes presionan las fronteras terrestres y marítimas, los gobiernos miran a sus electorados y ven cómo se propaga con éxito el discurso del miedo y del rechazo, más todavía cuando la austeridad expansiva ha empobrecido a media Europa, y no hacen nada, hasta la próxima tragedia, en que se volverá a repetir el mismo esquema: horror en las portadas de los medios de comunicación, miedo a la opinión pública, inmovilismo de los gobernantes, y silencio.

El Papa tiene razón de sospechar que algunos gobiernos y ciudadanos creen que los que vienen no son personas como nosotros y, por tanto, no se sienten concernidos por ellos.

Matteo Renzi dice que a los italianos les han dejado solos, pero Italia ha reducido sensiblemente los recursos dedicados a salvamento. El Reino Unido quiere acabar con los programas de rescate porque, dicen, en el colmo de la desvergüenza, que producen efecto llamada. El Papa tiene razón de sospechar que algunos gobiernos y ciudadanos creen que los que vienen no son personas como nosotros y, por tanto, no se sienten concernidos por ellos.

Las autoridades europeas y nacionales disponen de instrumentos para actuar: invertir lo necesario en salvamiento, dejar de utilizar el discurso antiinmigración para regalar los oídos a los sectores más vulnerables o más reactivos de la sociedad, hacer políticas sociales inclusivas, perseguir a las mafias, trabajar seriamente con los países de origen, desarrollar una política internacional eficiente.

En Libia hay un caos, al que Europa, que se metió en una guerra y no la acabó, contribuyó activamente. La guerra de Siria provoca una diáspora permanente. Los gobernantes europeos no pueden desentenderse de una tragedia que interpela los valores que Europa tanto pregona. Se convocaran ahora reuniones europeas de alto nivel, para que parezca que se reacciona ante el espanto. Pero los más realistas ya advierten: “En medio de la crisis, es poco probable una respuesta ambiciosa”. Y, sin embargo, está en juego la dignidad de Europa.

Si, una vez más, no se hace nada, se sigue imponiendo el peaje de la muerte, se sigue permitiendo que unos cuantos se enriquezcan a costa de los desesperados, tendremos que dar la razón a la filósofa americana Wendy Brown que, en Estados amurallados, soberanía en declive, presenta la multiplicación de muros y vallas fronterizas de los últimos años como señal de la debilidad de unos Estados nación en pérdida de soberanía. “Los Estados no dominan ni ordenan, escribe, sino que reaccionan a los movimientos y los imperativos del capital, así como a otros fenómenos globales, desde el cambio climático hasta las redes del terrorismo internacional. La autonomía de lo político dejó de ser una ficción creíble”.

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