¿La historia reúne, la memoria divide?
No podemos tirar de historia para blindar el orden constitucional, santificando una Transición que dejó muchos cabos sueltos
Ese es el interrogante que surge cuando tratamos de repensar nuestro presente a la luz del pasado. Cuanto más inestabilidad e incertidumbre atravesamos, más buscamos certezas y argumentos en el pasado para sostener nuestras expectativas. En pleno debate sobre si estamos o no en una segunda Transición, surge la necesidad de evaluar la primera. Y en ese contexto son muchas las controversias no resueltas que reaparecen.
Hace pocos días, por ejemplo, José Antonio González Casanova presentaba su premiado libro de memorias, aprovechando para polemizar con Miquel Roca Junyent y Rafael Ribó sobre los avatares de aquellos años y sus consecuencias actuales. En pleno proceso de construcción de listas para las próximas elecciones, son constantes las controversias sobre el papel que juegan viejos protagonistas de anteriores batallas frente a nuevos paladines de la renovación y el cambio. Cada uno juega con sus propias mochilas, que unos presentan como avales y otros, como pesados lastres. La confusión aumenta en la medida que nos falta distancia histórica para objetivar errores y aciertos, y vamos sobrados de memoria con la que seleccionamos unos episodios y descartamos otros.
González Casanova escogía aspectos que le permitían defender su punto de vista extremadamente crítico con lo que aconteció en los primeros años de la democracia, mientras Roca Junyent apuraba su mirada positiva sobre esos mismos aspectos, y Ribó respetaba al que fuera su mentor en los inicios de su experiencia como académico y polemizaba con quien compartió consensos y disensos. Alfred Bosch se permite ir más allá, y compara la pugna entre Trias y Colau con la que enfrentó a la Lliga y a la FAI, situándose él mismo en un imposible papel de intermediación, si atendemos a lo que fue esa contienda.
Apuramos imágenes, paralelismos y metáforas, para fortalecer las propias posiciones, pero si se exagera, lo que uno acaba haciendo es el ridículo más tremendo. ¿Nos sirve de algo la historia y la memoria en el contexto actual? No parece descabellado afirmar que los puntos de fricción y los dilemas en juego en el momento presente no tienen mucho que ver con los que se plantearon a finales de los setenta o en los años treinta. En la Transición entre franquismo y democracia, si bien es cierto que se mantenían abiertas muchas heridas procedentes del escenario trágico de la Guerra Civil y de la posguerra, la fuerza normalizadora que representaba Europa y su modelo de democracia asentada era muy influyente.
Ante la fragilidad del presente y la incerteza del futuro, buscamos anclar expectativas en diagnósticos compartidos sobre el pasado
Los pactos de la Transición primaron ese aspecto frente a quienes trataban de pasar cuentas con el pasado y desenmascarar a los transeúntes camuflados del franquismo. Los dilemas hoy son muy distintos. No hay modelo europeo al que acogerse. Miramos al norte, pero somos conscientes de que la trayectoria histórica que explica su resiliencia social y política, no tiene nada que ver con la nuestra y ese déficit no se improvisa. Y además, cualquiera que conozca esos países, sabe que los interrogantes que tienen planteados frente al cambio de época en el que estamos, tienen tanta relevancia como aquí.
Vivimos en un periodo en el que predomina una memoria ampliamente compartida sobre el deterioro súbito de nuestras condiciones de vida y las responsabilidades de los grandes partidos tanto en la connivencia con el modelo que nos condujo a ese declive, como en la gran capacidad de una parte significativa de sus cuadros y dirigentes para aprovecharse personalmente de ello. Y esa memoria colectiva se construye sobre esa experiencia común y genera, al mismo tiempo, un horizonte de expectativa de cambio.
Ante la fragilidad del presente y la incerteza del futuro, buscamos anclar expectativas en diagnósticos compartidos sobre el pasado. Construimos esa memoria colectiva en la interacción con los otros, muy condicionados por el contexto y el momento en que esa interacción se produce. Siendo conscientes que el pasado como historia nos servirá poco para afrontar un presente y un futuro en el que las claves de análisis con las que contábamos resultan cada vez más y más obsoletas. Y cuando, en cambio, solo podemos confiar en nosotros mismos para afrontar lo que nos viene encima.
No podemos tirar de historia para blindar el orden constitucional santificando una Transición que dejó muchos cabos sueltos y cuyo proceso nos sirve de poco en un momento en que necesitamos una democracia que no excluya deseos que van más allá de lo constituido. Una democracia que permita la conexión entre la esfera de lo social y la de lo político en un proceso constituyente creativo, dinámico y abierto. La historia no nos reúne ahora. La memoria que muchos compartimos sobre los límites de lo que estamos dejando atrás nos puede permitir aprovechar las oportunidades para hacer viable lo nuevo.
Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB
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