Normalidad o ‘qualunquismo’
El PP es y quiere ser el partido de “los seres humanos normales”, de la gente corriente. Pero lo que hace no es nada ‘normal’
El presidente Rajoy lo proclamó alto y claro el pasado sábado, ante la convención que presentaba el programa para las elecciones autonómicas del 24 de mayo: el PP es y quiere ser el partido de “los seres humanos normales”. Ni el fundador Fraga, ni el fugaz Hernández Mancha, ni el sulfúreo Aznar habían llegado jamás tan lejos.
La tesis tiene tal calado que merece ser analizada desde diversas perspectivas. La primera es puramente cuantitativa: si el PP es el partido de los seres humanos normales, entonces España constituye un país muy mayoritariamente poblado de extraterrestres o de individuos fuera de la normalidad. Porque incluso en sus momentos de máximo esplendor electoral (las mayorías absolutas de 2000 y de 2011), los de la gaviota no han atraído más allá del 44,6% del voto válido, que supone apenas un 30,7% de los electores censados. O sea, que casi 7 de cada 10 españoles en condiciones de votar han negado su confianza al PP también cuando las circunstancias más les empujaban a dársela. ¡Menuda caterva de anormales!
Desde esta misma perspectiva, el panorama es todavía más inquietante en Cataluña, donde Alianza Popular-Partido Popular se ha movido durante décadas alrededor del 10%-15% de los votos y, las dos únicas veces que superó el 20% (también en 2000 y 2011), no fue capaz de atraer más allá de 13 o 14 de cada 100 electores censados. O sea, que el ministro Fernández Díaz se queda corto en su descripción de la realidad catalana: independentistas, promotores de la confrontación social, filoyihadistas... y, encima, anormales. Unos tarados, vamos.
Pero el asunto posee también dimensiones políticas, sociológicas y culturales que no pueden ser ignoradas. Si el PP representa y defiende el canon de la normalidad, de ello se deduce que todo cuanto ese partido hace o dice es rigurosamente normal. ¿Por ejemplo, reunir después de dos años su junta directiva nacional (unos 600 miembros) y que ninguno de ellos pida —o tenga ocasión de pedir— la palabra para ratificar, matizar u objetar las tesis de la dirección? Si eso es normal, desde luego la inmensa mayoría de las reuniones en este país —comenzando por las juntas de las comunidades de propietarios—chapotean en la más ruda anormalidad, porque ahí sí se piden palabras, y hay debate, y los presidentes no se dirigen a sus convecinos a través de pantallas de plasma.
El PP pretende superar los retos electorales que tiene enfrente haciendo bandera de su previsibilidad, de ser un grupo de personas comunes y corrientes
Y, por cambiar de enfoque, ¿es normal que el líder máximo del partido de la normalidad, siendo presidente del Gobierno en ejercicio, se comunique por SMS con un presunto delincuente para transmitirle mensajes de ánimo del tipo “Tranquilidad... Es lo único que no se puede perder”, “Luis, nada es fácil, pero hacemos lo que podemos” o “Luis, sé fuerte”? ¿Mariano Rajoy considera normal que al partido que encabeza desde 2004 los jueces le atribuyan haberse financiado a través de una caja B? ¿Cree que la “gente honrada, que trabaja, que se preocupa de su país, que siente a España”, esa gente a la cual apeló el sábado como paradigma de normalidad, tiene también, en sus familias y en sus negocios, contabilidades paralelas con las que burlar al fisco y esquivar la ley?
Mirémoslo desde otro ángulo. El PP pretende superar los retos electorales que tiene enfrente haciendo bandera de su previsibilidad, de ser un grupo de personas comunes y corrientes, “como todo el mundo”. Ahora bien, ¿es previsible, común o corriente que la lideresa del PP catalán por obra y gracia de Rajoy, Alicia Sánchez-Camacho, mientras compartía “ratos de ocio relajado” con el número dos de un partido rival —así lo afirmó la exfutura salvadora de España y amiga de Jorge Moragas, María Victoria Álvarez, en sede parlamentaria— tramase con su partner la penosa patochada de La Camarga? ¿Es eso propio de gente normal?
Aunque tal vez el señor Rajoy lo ignore, la Italia de la segunda mitad de los años cuarenta, en la resaca del fascismo y de la liberación, engendró un movimiento y después partido llamado L'Uomo Qualunque (El hombre corriente). Un movimiento de clases medias que tuvo recorrido corto pero —más o menos merecidamente— ha dejado, en el lenguaje político italiano y europeo, el concepto de qualunquismo: una actitud de desconfianza respecto de las ideologías y los intelectuales, una idea de la cosa pública entendida como gestión tecnocrática, una oferta de disminuir la presión fiscal y una cierta apelación al egoísmo de los electores, a las mejoras materiales muy por encima de los ideales, al “ande yo caliente...”.
Bien, pues leyendo el discurso sabatino de don Mariano y sus mensajes de esta precampaña, me ha parecido que detrás de las apelaciones a la normalidad se proyecta la sombra del qualunquismo. O, por decirlo en términos que a Rajoy y los suyos les resultan más familiares, la sombra de aquella “normalidad” que Francisco Franco le recomendó a un prometedor visitante de El Pardo: “Joven, haga usted como yo, no se meta en política”.
Joan B. Culla i Clarà es historiador
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.