Mensajes meridionales
El triunfo del PSOE el domingo fue, aunque a muchos les cueste admitirlo, más una victoria identitaria que ideológica
Resulta fácil entender por qué, tras una trayectoria electoral discretísima, la fuerza política que fundara en 1976 Alejandro Rojas-Marcos, primero bajo el nombre de Partido Socialista de Andalucía y después con el de Partido Andalucista, encadena ya tres legislaturas ausente del Parlamento de Sevilla. La razón: que, en aquella comunidad, el auténtico partido andalucista es el PSOE; el “partido de casa”, aquel que —a ojos de una porción del electorado nunca inferior al 35%— encarna la defensa de la identidad y de los intereses del territorio y de sus gentes.
Con un regionalismo calculadamente ambiguo que permite, para no ser “menos que nadie”, revindicarse como “nacionalidad histórica” —así reza el artículo 1 del actual Estatuto— pero, al mismo tiempo, defender con entusiasmo la unidad de la nación española, e incluso ser su quintaesencia. Al fin y al cabo, fue ya el padre fundador, Blas Infante, quien acuñó el lema del país: “Andalucía por sí, para España y la Humanidad”.
El triunfo del PSOE el pasado domingo fue pues, mal que a muchos les cueste admitirlo, más una victoria identitaria que ideológica, y es en esta misma clave como debe entenderse el hecho insólito de que, ahora con Susana Díaz al frente, los socialistas andaluces estén enfilando un período de gobierno ininterrumpido de 37 años. A escala europea supone un fenómeno excepcional, quizá sólo superado por la Christlich-Soziale Union (CSU) de Baviera; que, por cierto, constituye otro caso de éxito más identitario que ideológico. Pero, desde un punto de vista socioeconómico y cultural, Andalucía representa la anti-Baviera.
Quiero decir que, además de premiar al genuino defensor de lo nuestro, la reválida del PSOE en las urnas andaluzas refleja también unas prácticas clientelares y nepotistas de protección de los nuestros tan comúnmente aceptadas y aplaudidas, que los miles de folios de sumarios y las decenas de imputaciones acumulados por la juez Alaya no han hecho prácticamente ninguna mella en el voto socialista. Claro que, con un 34,2% de paro registrado, tal vez el alto nivel estructural de corrupción y/o clientelismo sea la válvula de seguridad que, a falta de una verdadera reforma agraria y otras transformaciones en serio, ha evitado en estas décadas explosiones sociales como las que Andalucía había conocido antaño. La pregunta, en todo caso, sería: este riego por aspersión de dinero público para evitar incendios, ¿a expensas de quiénes se ha hecho?
Por poco que los comicios de mayo ratifiquen el salto de Ciudadanos a la política española, el horizonte del PPC para el 27-S quedar muy, muy oscurecido
Por su parte, al Partido Popular se le acumulan las malas noticias. Si la pérdida global de casi 14 puntos porcentuales y de 17 escaños con respecto a los resultados de 2012 ya es pésima, la irrupción de Ciudadanos en su baluarte sociológico tradicional de clases medias capitalinas resulta todavía peor: el partido naranja, desde la nada, ha obtenido un 11,5% en la ciudad de Sevilla, un 14,1% en la de Málaga, un 13,8% en la de Granada, un 13,1% en la de Almería... Incluso, haciendo sumas y restas, hay fundamento para afirmar que, de los 506.000 votantes de Javier Arenas ahora perdidos por el PP, muchas decenas de millares han ido a parar a Podemos. De generalizarse por España ese voto de cabreo transversal, esa pulsión de golpear al establishment donde más le duela, Mariano Rajoy puede tenerlo crudo.
Quien ya lo tiene crudísimo es Alicia Sánchez-Camacho, porque el 22-M andaluz ha dinamitado el último parapeto que le quedaba para contener el empuje de Ciutadans dentro del espacio unionista en Cataluña: el recurso de presentar a C’s como una fuerza local y monotemática, sin proyecto ni presencia ni perspectivas de tocar poder en el resto del Estado. Por poco que los comicios de mayo ratifiquen el espectacular salto de Ciudadanos a la política española, el horizonte del PPC para las elecciones catalanas del 27-S (esas que, según Sánchez-Camacho, no se celebrarán) puede quedar muy, muy oscurecido.
Así, pues, los de Albert Rivera se imponen en todos los frentes que tenían abiertos: ganan de forma aplastante la pugna por la hegemonía del neoespañolismo regeneracionista, dejando a UPyD herida casi de muerte; muerden con fuerza en el electorado del PP; se labran un espacio bien diferenciado del de Podemos; y, de rebote, adquieren en Cataluña una baza de credibilidad y respetabilidad de la que carecían: el próximo septiembre también ellos, si quieren, podrán exhibir en sus mítines a correligionarios andaluces, o castellanos, o aragoneses, con cargo institucional, como hasta ahora sólo podían hacerlo PP y PSC.
Last but not least, Podemos emerge con notable empuje, pese al vendaval mediático hostil y a un calendario poco propicio, y lo hace provocando el naufragio de Izquierda Unida, que cosecha el peor resultado de su historia en unas andaluzas. Toda una ratificación de la prudente táctica de Iniciativa, que prefiere difuminarse en el magma Podemos-Guanyem-Procés Constituent antes de correr la misma suerte que sus homólogos del sur. Es como aquel boxeador desfondado que, temiendo caer en la lona, se abraza al rival con la esperanza de conservar así la verticalidad.
Joan B. Culla i Clarà es historiador
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