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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Poder ciudadano, en clave femenina

Reflexiones de Ada Colau, Itziar González y Muriel Casals sobre la crisis política y la fuerza de los movimientos sociales

Milagros Pérez Oliva

Vivimos una situación ambivalente. Nunca, desde el inicio de la Transición, habíamos vivido una crisis política tan intensa, pero también vuelve a hablarse de política como hacía tiempo que no ocurría. Esta revitalización de la política tiene mucho que ver con la emergencia de nuevos movimientos ciudadanos. La Universidad Pompeu Fabra convocó el jueves a tres mujeres, protagonistas indiscutibles de estos movimientos, para que hablaran de su experiencia: Ada Colau, fundadora de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) y candidata a la alcaldía con la plataforma Barcelona En Comú; Muriel Casals, presidenta de Omnium, que junto a Carme Forcadell ha dirigido la movilización por el derecho a decidir y la independencia; y la arquitecta Itziar González, que ha hecho ya el camino de ida y vuelta de la política y ahora impulsa el Parlamento Ciudadano.

Los movimientos sociales han tenido un gran impacto político, pero su reto es ahora, según el catedrático Carles Ramió, transformar la política desde dentro. Entrar en el Leviatán. Algo que, muy bien sabe Itziar González, resulta arriesgado. Tras ejercer como mediadora vecinal, entró en política como independiente en las listas socialistas. Fue concejal de Ciutat Vella y acabó militando en el PSC para defender mejor sus posiciones, pero la experiencia fue para ella del todo frustrante y ahora lidera una disidencia que califica de radical.

Las tres compartieron un primer diagnóstico: cuando las palabras ya no sirven para nombrar e interpretar la realidad, es que estamos en una crisis muy profunda que va más allá de la política y deja a la ciudadanía indefensa.

Basta abrir un periódico para encontrar ejemplos. ¿Qué valor tiene, por ejemplo, la palabra democracia en boca de quien, desde el Ejecutivo, rompe la separación de poderes y se apropia de las instituciones para fines partidistas? ¿Cómo puede reclamar honradez quien aparece vinculado a múltiples casos de corrupción? ¿Qué valor tiene que un ministro de Hacienda invoque la independencia de la Agencia Tributaria cuando es evidente que la utiliza para defender a amigos y perseguir a enemigos? ¿Y cómo pueden hablar de sostenibilidad ambiental unas eléctricas que hacen todas las trampas que pueden para seguir contaminando y dominan las comisiones donde se deciden los límites de emisiones?

La primera tarea es redefinir el lenguaje y reapropiarse de la política. La crisis institucional, de régimen y de valores que vivimos es consecuencia de haberla delegado en políticos profesionalizados que han acabado atrincherados en las instituciones, “como si el resto de la ciudadanía no estuviera habilitada para ejercerla”, en palabras de Colau. Ese modelo ha fracasado. Pero no va a ser fácil sustituirlo por otro. Para Muriel Casals, lo que tiene realmente fuerza es aquello que surge de abajo arriba. La imposición desde el poder ya no tiene recorrido.

Hace seis años que Ada Colau y otros activistas fundaron la PAH. Parte de su éxito político se debe a que cuando se presentó el problema de los desahucios, ellos llevaban ya tiempo denunciando la burbuja inmobiliaria. “Solo si te anticipas, puedes tener la respuesta apunto cuando se presenta el problema”, dijo Colau. Pero ahora sabe que también se equivocaron. Creían que los derechos sociales vinculados al Estado de bienestar estaban garantizados, que cuando la gente viera que se los iban a arrebatar, se movilizaría. Pero lo que encontraron no fueron ciudadanos combativos dispuestos a pelear, sino personas derrotadas que habían interiorizado el discurso del poder y no solo no eran conscientes de que les estaban arrebatando derechos sino que vivían la situación como un problema individual y un fracaso personal. Se sentían culpables. Para Colau, lo difícil no fue conseguir 1,5 millones de firmas para presentar una iniciativa legislativa popular. Lo difícil fue encontrar una metodología que permitiera el empoderamiento de la gente. Finalmente, la lograron y consiguieron lo que las instituciones decían que era imposible: parar desahucios y obligar a los bancos a negociar. Ahora falta rematar el cambio legislativamente, pero la experiencia demuestra que lo primero que hay que derribar es el discurso, la idea de que no hay otra política posible.

Itziar González recordó cuánta razón tenía Ada cuando le dijo: “Te has equivocado en una cosa: querer hacerlo sola”. La esencia de la política no es hacerla para los ciudadanos, sino con los ciudadanos: “Te han delegado un poder, pero si no tienes respaldo, en realidad no tienes poder. Cualquiera que quiera cambiar la política, necesita una gran fuerza que le respalde. De lo contrario, rápidamente sucumbirá a los grupos de presión”. Por eso Itziar González dedica ahora sus esfuerzos a crear cultura política. Sin ella, no se puede articular un buen sistema de participación que no se limite a votar cada cuatro años. Ada Colau está convencida de que se puede cambiar la forma de hacer política, pero para ello hacen falta contrapoderes. “El poder no se vigila a sí mismo”, recuerda. Sin vigilancia y respaldo ciudadano, el poder institucional es presa fácil de los grupos de presión. Itziar González tiene su receta: “Más que una nueva política, lo que hace falta es otra política. Contra las presiones, expresiones”. Hasta ahora, estas mujeres han contribuido a la acumulación de fuerzas. Ahora viene lo más difícil. Cambiar las cosas.

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