Sondeos y augures
Según el CEO, la suma de CiU y ERC no tendría mayoría absoluta el 27-S, pero, ¿hay otra alternativa de Gobierno viable?
Primer dato a considerar: a fines de la pasada semana, el Centre d'Estudis d'Opinió (CEO) de la Generalitat hizo público su último barómetro, realizado a lo largo de febrero; según este sondeo, los partidarios de la independencia de Cataluña suman un 44,1%, mientras los contrarios a ella totalizan un 48%. Además, y de acuerdo con la misma fuente, la intención de voto de los encuestados de cara al 27-S dejaría a CiU y ERC casi fifty-fifty, con un global de 61 a 63 escaños, claramente por debajo de la mayoría absoluta.
Sin embargo, y asombrosamente —al menos, para aquellos que llevan dos años y medio describiendo Cataluña como una Corea del Norte mediterránea—, el director del CEO, el profesor Jordi Argelaguet, no ha sido ni fusilado, ni enviado a un campo de reeducación, ni siquiera destituido, como sí le ocurrió en septiembre de 2010 a la entonces directora del CIS español, Belén Barreiro Pérez-Pardo, por indócil a los intereses demoscópicos del Gobierno de Rodríguez Zapatero. Algo vamos ganando.
En todo caso, y además del aparente reflujo de la marea independentista, lo que ha llamado más la atención en el citado barómetro —y más ha excitado las glándulas salivales de algunos comentaristas, por qué no decirlo— es la confirmación de la tendencia a la baja de Convergència i Unió, que con respecto a los resultados de 2012 perdería más de 11 puntos porcentuales y 18 o 19 escaños. Ahora bien, ¿cabe sorprenderse de ello?
Desde el otoño de 2012 —con movimientos previos durante el bienio anterior—, Convergència ha realizado un viraje doctrinal y programático muy difícil de imaginar en un partido de orden. Un viraje que ha puesto a Artur Mas y a CDC en rumbo de colisión con el statu quo político y económico, que les ha valido desde querellas judiciales hasta los sonoros anatemas de guardianes tan conspicuos del orden establecido como el presidente del Fomento, Joaquín Gay de Montellà, o el del Círculo Ecuestre, Borja García-Nieto. Y también la deserción de una parte de su antiguo electorado, la que votaba CiU por pragmatismo, como un mal menor, sin ningún o con bien poco entusiasmo catalanista.
Además, la federación lleva más de cuatro años gestionando estrecheces presupuestarias, y esto —gobernar la penuria— se ha llevado por delante en Europa a Gobiernos de todos los colores políticos. ¿O acaso la caída del PP de Rajoy desde el 44,6% de las elecciones de 2011 hasta el 18,6% de la última encuesta de Metroscopia también se debe a una “deriva independentista”? Añadan al cuadro las turbulencias crecientes con Duran Lleida y con el aparato duranista de Unió y, desde el pasado verano, los efectos deletéreos de un caso Pujol presente de manera casi cotidiana en los medios. Que, en estas condiciones, la marca CiU sea capaz de disputar el primer puesto tanto en las elecciones catalanas como en las generales constituye un verdadero prodigio.
Por otra parte, la arriesgada apuesta de CDC nos remite a una cuestión mucho más amplia: ¿para qué deben servir los partidos? ¿Sólo para salvaguardar sus propios intereses y defender la cuota de poder alcanzada, sin afrontar ningún cambio que pueda poner unos y otra en peligro? ¿O para atender y liderar las nuevas demandas de militantes, electores y ciudadanos, aun a costa de equivocarse? La dirección convergente ha optado por lo segundo, y corre peligro de naufragar. Otras siglas ayer poderosas han escogido lo primero, y ya están hundidas.
Pero sí; según el último barómetro del CEO los diputados de CiU y los de Esquerra no sumarían, tras el 27-S, una mayoría de Gobierno. Y aunque la adición de los 10-11 escaños atribuidos a la CUP daría con creces aquella mayoría, tal hipótesis ha sido inmediatamente calificada de imposible y absurda por quienes tachan a los cupaires de “antisistema” (ya quisieran todos los defensores del sistema tener la formalidad y el rigor que ha mostrado David Fernández —no en las camisetas, en el comportamiento— al frente de la comisión Pujol).
Sin embargo, admitámoslo: no habría una mayoría independentista CiU+ERC. ¿Significa eso que el sondeo dibuja una alternativa con proyecto político viable? ¿Una mayoría de unionistas más mediopensionistas trenzada con Ciutadans, Podemos, PP y PSC? Aparte de moverse en una horquilla de 56 a 60 escaños, del todo insuficiente, ¿alguien imagina al PPC reconociendo la prelación de Albert Rivera o de Gemma Ubasart para formar un Gobierno antisoberanista? ¿Al PSC (“si tu no vas, ellos vuelven”) alineándose junto a los de Sánchez Camacho para entronizar al partido naranja, o al partido violeta? Eso, por no hablar de la CUP o de Iniciativa, sin alguna de las cuales —según el escenario del CEO— no se llegaría de ningún modo a los 68 diputados. ¿El “partido de los okupas” junto al PP? ¿Iniciativa, del brazo de la derecha y el centro-derecha estatales?
Ciertos augures deberían contener la secreción de jugos gástricos hasta el 28-S. Entonces, ya se verá.
Joan B. Culla i Clarà es historiador.
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