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LOS COMANDANTES DEL PROCESO / 10

El ‘pucholet’ del PSC

Pere Pugès, exmilitante socialista durante 25 años, considera que la creación del Estado catalán será la revancha de los derrotados de la Transición

Pere Pugès, en el centro, cogido de la mano de Helena Rakosnik, en la Vía Catalana de 2013.
Pere Pugès, en el centro, cogido de la mano de Helena Rakosnik, en la Vía Catalana de 2013. Gianluca Battista

Pere Pugès cree llegada la hora de la revancha de la Transición; aquel pacto con los herederos del franquismo será vengado, según su cálculo, por la primera revolución de la clase media que conocerá Europa, la protagonizada por los catalanes al crear un nuevo Estado. Durante 25 años militó en el PSC y luego, tras un periodo de reflexión sobre la política, la sociedad civil y el futuro del país, fue uno de los cuatro padres fundadores de la Assemblea Nacional Catalana.

El único de ellos que sigue en la dirección de la ANC. En el fondo de su discurso, se descubre al Carlos Marx de siempre, ahora recorriendo Cataluña no como un fantasma, si no rejuvenecido y ondeando una estelada. Intuye el futuro como un cuento: en 2020, todos felices.

En las postrimerías del general Franco, su hermana pequeña, que aún estaba en el instituto, le descubrió la existencia del Partit Socialista d'Alliberament Nacional (PSAN), al explicarle que ella ya había sido captada por su profesora. Él la siguió. “Yo procedía del escultismo, del catalanismo cultural y me pareció que debía ser independentista; entonces lo decíamos con la boca pequeña, como quien defiende una idea utópica, casi romántica, pero a los veinte años no te dejas dominar por el posibilismo”.

Al poco, dada su condición de activista vecinal en un partido de intelectuales, era el responsable del frente de lucha local; sin embargo, la organización cayó pronto en las contradicciones provocadas entre sus filas por la Transición, que a pesar de su oposición radical seguía su curso.

“La mayoría de partidos, del PSUC hacia la derecha, se vendieron por nada, el Estado español era débil y no lo quisieron ver; ahora también lo es, pero esta vez, las cosas serán diferentes”. Él se alineó con los partidarios de aprovechar los mecanismos del sistema, participó de Nacionalistes d'Esquerra y, con ellos vivió la decepción de las primeras elecciones autonómicas. “Vengo de la marginalidad política, está claro, pero no se debería olvidar que el PSAN fue el primero en formular que la liberación nacional es inseparable de la liberación de clase; ahora muchos lo dicen, pero en aquel momento, no”.

En las primeras elecciones municipales de 1979, intentó convertirse en concejal de su pueblo, Sant Boi de LLobregat, en las listas conjuntas del PSAN y la Liga Comunista Revolucionaria; por dieciocho votos quedó fuera. Entonces, con un reducido grupo de camaradas, vieron que no tenían otro remedio, si pretendían hacer política, que practicar el entrismo en el PSC. En la agrupación local, no fueron recibidos, precisamente, con los brazos abiertos.

En su primera asamblea, después de intervenir en catalán, quedó bautizado para siempre como pucholet. En cambio, el obiolismo instalado en la sede central del partido, lo acogió como un compañero catalanista, encargándole la política lingüística; desde esta responsabilidad, participó en la creación y desarrollo del Consorci per a la Normalització Lingüística, del que sería vicepresidente.

Militó en el PSC hasta mediados de la primera década del siglo XXI. Toma distancia de la política activa, revisa viejos planteamientos, analiza la Transición, se convierte en observador de la evolución del país. Y en eso, llegó la crisis del nuevo Estatuto. “Veo claro que el catalanismo político ha muerto, que se acabó la reconstrucción nacional a partir de la resistencia y la conquista gradual de espacios de poder; pero los partidos seguían a la suya, pensando aún en aprovechar el marco constitucional”.

La “ventana de oportunidad” no estaba totalmente abierta, se abrió de par en par, a su juicio, en la primera consulta popular de Arenys de Munt: “Las revoluciones son estallidos descontrolados que a menudo no se intuyen, pero siempre tienen una base”.

Pugès intuyó allí que todo podía cambiar. Y sacó del cajón sus notas sobre las causas del fracaso de la Assemblea de Catalunya, que el vivió como delegado en Sant Boi, donde se celebró, en 1976, la primera gran manifestación del organismo unitario. La ANC siempre ha tenido como referente aquella experiencia, sobre todo en lo que concierne al peligro de ser dominada por los partidos.

Explica, que mucha gente de la ANC creyó que después de la manifestación de 2012 había llegado la hora de la política. “Lamentablemente no fue así; pronto comprendimos que la presión de la sociedad civil no debía ceder. Los partidos son el eslabón débil del Proceso; nuestro papel es promover la acción unitaria, pero los partidos anteponen siempre sus intereses”.

Él cree que a las actuales fuerzas políticas hay que pedirles un acto de generosidad histórico, que se sacrifiquen por el nuevo Estado: “probablemente su tiempo ya ha pasado, deben hacer un harakiri colectivo para que de aquí salga un nuevo país, con nuevos mecanismos de participación".

“El instrumento imprescindible para alcanzar nuestro objetivo, que no puede ser otro que el de construir el mejor país del mundo, es la unidad sin resquicios entre la sociedad civil, las instituciones y los partidos independentistas”. Su análisis del procedimiento a seguir para la revolución catalana es totalmente clásico. Para construir un Estado hace falta una clase que habiendo tomado conciencia de sus intereses quiera emanciparse.

En este caso, el sujeto revolucionario es la clase media. “Hoy, todos quieren ser clase media, en términos económicos. La clase trabajadora, como aspiración natural y la clase acomodada venida a menos, porque no tienen otro remedio”. El buen marxista nunca abandona los orígenes, puede cambiar los tiempos, pero “el sueño es el mismo”. “Aquí, tenemos tanta prisa que haremos las dos cosas a la vez: construiremos el Estado y definiremos los intereses de la clase media revolucionaria”.

Todas las argumentaciones para obtener la movilización social le parecen buenas, aunque reconoce que todas presentan inconvenientes: “el discurso histórico, en si mismo, podría ser débil; el económico, presenta el peligro de caer en la insolidaridad y el puro egoísmo”, a pesar de todo, se inclina por la reivindicación económica y fiscal. “Hemos conseguido hacer ver a todos que la independencia interesa a todos los bolsillos”.

Pugès ve muy próxima la reparación histórica para los derrotados de la Transición, lo vive con emoción perfectamente perceptible, como un reconocimiento a todos aquellos que vivieron aquel período desde la izquierda del eurocomunismo. “Algunos de los que nos vendieron por un plato de lentejas desaparecieron a los tres años; nosotros lo tuvimos que padecer durante cuarenta, pero todavía estamos aquí”.

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