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“Color d’olor de poma”

Amigos y familiares de Rosa Novell la despiden ‘oyéndola’ recitar a Gabriel Ferrater

Carles Geli
Eduardo Mendoza y Queco Novell, tras el funeral de Rosa Novell este domingo.
Eduardo Mendoza y Queco Novell, tras el funeral de Rosa Novell este domingo.GIANLUCA BATTISTA

“Para llenar su oscuridad la hicimos actuar y rodamos cómo ensayaba y se enfrentaba, entusiasmada, a los textos para interpretar a María, la madre de Dios, en una adaptación de El testamento de María, de Colm Toibin. Leímos mucho el Nuevo Testamento y concluimos que el texto indiscutible era Las Bienaventuranzas”. Su amiga y directora de cine Isona Passola se puso a recitar los poéticos dichos de Jesucristo que sostienen la esperanza en las tribulaciones (“…Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados…”) y el silencio aún se hizo más espeso este domingo entre las 350 personas que asistieron al funeral por Rosa Novell.

Fue, junto con un Padrenuestro hacia el final (el que Queco Novell, el hermano, había prometido a su madre, también presente), los únicos vestigios religiosos de un acto laico en el oratorio del mismo tanatorio de Sant Gervasi de Barcelona. De nuevo, como ocurriera la larga tarde anterior de la capilla ardiente, lo sencillo y modesto resultó grandioso. Apenas 40 minutos de ceremonia, un ataúd de madera oscura, una joven tocando un chelo…

Las palabras de quien fuera su compañero, Eduardo Mendoza, emotivo y profundo en lo próximo, rechazaban en ese contexto lo anecdótico. “El momento del recuerdo no ha llegado, estamos en el de la separación”, afirmó, tras dejar constancia de que la enfermedad de Rosa fue “un viaje a la intemperie y al mundo hostil, pero también un viaje de aprendizaje”. En castellano (“por los amigos venidos de otros sitios”), dibujó una Rosa Novell de los durísimos últimos meses muy distinta a la que conocía muy bien el auditorio (mayormente, el todo teatral y artístico: Lluis Pasqual, Josep Maria Benet i Jornet, Lluís Homar, Josep Maria Pou, Carme Elias, Carme Sansa, Joan Lluis Bozzo, Aina Clotet, el cantautor Paco Ibáñez…). “Tenía un carácter vehemente, no era precisamente sumisa, pero a pesar de la terrible plaga que fue perder la vista, asumió su condición desde el primer momento con tranquilidad y dulzura y nunca dejó de decir muchas gracias a todos”.

Quizá porque es lo que ella misma hubiera querido hacer en ese momento, agradecía Mendoza a médicos, enfermeras, a la gente del barrio (“y llévele esto, déselo de mi parte”), a la de la ONCE, a todos, el trato recibido. Y a los compañeros de la profesión, claro, a esos que “en sus días de descanso venían a casa y, en contra de mi voluntad, le decían que haría tal y cual papel y la animaron sin compasión ni falsa conmiseración: ahora sé lo grato que le fue en esos momentos de tanta ingratitud”. Un par de veces empujado al silencio de la emoción (“perdonad que no hable con fluidez”, se disculpaba)--, admitió el escritor que su compañera tenía una costumbre que le ponía “un poco nervioso: saludaba a todo el mundo, por remotamente conocido que fuera, y cruzaba la calle; le decía yo que era una pérdida de tiempo y una tontería y me respondía: ‘Es lo que más me gusta hacer’. Ahora entiendo que es lo que hacía en el teatro: quería llegar hasta el último espectador de la última fila, así entendía su profesión y así lo haría hoy si estuviera aquí”.

El prolongado aplauso que se dedicó a Mendoza permitió a Queco Novell coger fuerzas para recordar un recital poético de su hermana en Viladrau, importante para ella porque volvía al contacto con la gente tras un año ya de dura enfermedad. “Aquello era larguísimo y ella lo sabía y sufríamos un poco… Entonces me di cuenta de que aquel tumor había escogido un cuerpo equivocado, no sabía dónde se había metido; vale, ganó, pero ella se lo puso difícil”. Y extendió la gratitud al único que Mendoza había obviado: hacia él mismo. “Te agradecemos cómo has cuidado de Rosa, con todo esa delicadeza y afecto”.

El mármol negro del oratorio se deslizó lentamente para mostrar una pantalla en la que una Rosa Novell de unos 15 años atrás, con esa dulce fuerza tan suya, recitaba el poema Cambra de la tardor, de Gabriel Ferrater. Al acabar, poco a poco la gente, desde el alcalde Xavier Trias y el conseller Ferran Mascarell al flamante presidente del Grupo Planeta, José Creuheras, se fue poniendo en pie para aplaudir, sostenidamente. A la salida, raudas las despedidas, uno esperaba que con la imagen de Rosa Novell no se cumpliera el texto del abuelo materno de la actriz, Manuel Clausells, usado en el recordatorio y que en 1928 alertaba de la poca atención, por cotidianas, que se le prestaba a las puestas de sol: “…A tot s’avesa l’home i el moment homèric aviat desapareix…”. Mejor que persistiera, ni que fuera como el aroma de los versos de Ferrater: “Sense enyor / se’ns va morint la llum que era color / de mel, i ara és color d’olor de poma”.

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Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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