El público ovaciona un ‘Rei Lear’ vibrante y conmovedor
El Lliure en pie premia el montaje encabezado por la Espert
Una merecidísima ovación con el público puesto en pie agradeció anoche el esforzadísimo y conmovedor Rei Lear del Teatre Lliure encabezado por Núria Espert. Los 25 intérpretes entre actores y músicos, salieron a saludar varias veces, todos juntos, reyes, duques, caballeros, mensajeros y soldados, unidos en una cadena a la que se sumó el director Lluís Pasqual. Y es que como ya había señalado antes del estreno Núria Espert, un lujo a la cabeza del reparto, este Rei Leares, como en realidad lo es la obra, un montaje muy coral, en el que todos —y el conjunto es espléndido, de campanillas— se dejan la piel escena tras escena. Por supuesto en el centro esta Lear, el gran Lear, y su error de padre con sus tres hijas, detonante de la tragedia, pero no son menores las historias del conde de Gloster, errado también con sus dos hijos, del ambicioso bastardo Edmund y su cínico requiebro de las dos hijas mayores de Lear, o la del fiel Kent. Toda la obras es como un gran collage sobre el amor, el amor paterno-filial especialmente, pero también el que sienten el bufón y Kent por el rey, y el vicioso de Goneril y Regan por Edmund.
Se transita por este intensísimo Rei Lear de Pasqual como sobre carbones encendidos, de escena dolorosa en escena dolorosa, aliviado el espectador con retazos de humor (hubo risas), y reconfortado anímicamente a ratos por la inmensa humanidad que destilan los personajes.
Retazos de humor alivian la intensidad dolorosa de la obra
Es difícil no sentirse al borde del quebranto emocional en escenas como en la que Gloster (Jordi Bosch), al que le han arrancado los ojos, llora ante la locura del rey, padre errado junto a padre errado, y este le dice “si queréis llorar por mi suerte tomad mis ojos”, o cuando Lear-Espert entra en silla de ruedas, con pantuflas, como si hubiera sufrido un ictus y Cordelia (Andrea Ros) se arroja a sus pies y lo besa, y el rey recupera la consciencia y le dice: “Soy un viejo insensato, tengo 80 años, te pido que olvides y perdones”. O cuando —y Núria Espert reconoce que es una de sus réplicas favoritas—, le dice a su hija pequeña aquello tan hermoso (poco antes de morir los dos): “Reiremos contemplando las doradas mariposas y tomaremos sobre nosotros el misterio de las cosas como si fuésemos espías de los dioses”.
Pasqual, en una inteligentísima lectura de Shakespeare, ha dosificado los momentos de dolor casi insufrible (El Rey Lear es una una de las obras más dolorosas que se han escrito jamás, y todo lo que puede salir mal sale mal: apenas queda nadie vivo y los pocos que lo hacen salen terriblemente tocados), potenciando los juegos escénicos que permite la pieza: las luchas de espadas, la entrada del rey vestido de militar con sus ruidosos caballeros armados de escopetas que recuerda la vuelta de una cacería de Juan Carlos I o las cínicas réplicas de Regan (estupenda Laura Conejero). Hay que destacar sobre todo en ese sentido el magnífico trabajo de Teresa Lozano como el bufón, esa criatura misteriosa (desaparece de repente sin explicación; Núria Espert cree que Shakespeare lo eliminó por la brava porque se estaba comiendo la obra), cínica, grosera y a la vez tierna, inocente y entrañable que acompaña a Lear. El dúo Lozano-Espert proporciona algunos de los mejores momentos del espectáculo, con el rey dejando que el bufón le diga lo que nadie se atreve a decirle y los dos indefensos ante los elementos. Lozano está increíble con su disfraz de clown y la bolsa de plástico en la cabeza para protegerse de la lluvia como un clochard beckettiano. Y Pasqual le regala un momento genial convirtiéndole en rap su famosa y enigmática canción de despedida. El público la premió con un aplauso al acabar su intervención.
Es imposible a vuelapluma señalar todo lo muchísimo destacable del espectáculo, que deja en evidencia al bueno de Harold Bloom con aquello de que el Lear es mejor leerlo. ¡Qué conmovedora es la escena de la tempestad! Y que impresionante la de la tortura de Gloster, de un isabelinismo pasado por Abu Ghraib. Ramon Madaula como Kent es un apoyo de lujo para Espert en su maratoniana, ejemplar travesía de Lear, Julio Manrique se entrega a fondo en la locura fingida de Edgard-Tom y David Selvas conduce muy bien esa otra obra paralela que es la intriga del villano Edmund, escapado de una pieza de Marlowe (“los hombres son aquello que los tiempos dictan”)
Y está Shakespeare, claro, brillando bajo el agua clara de la puesta en escena, en cada perla del texto. “¿Hay alguna ley en la naturaleza que pueda explicar el corazón?”.
Es difícil no sentirse muchas veces al borde del quebranto emocional
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