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ROCK Burning
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La dignidad del barrio

La banda de Johnny Cifuentes celebra su 40 aniversario con un concierto ‘stoniano’ y apasiado ante más de 1.000 personas

A partir de cierto punto, las bandas longevas dejan de merecer un análisis exclusivamente melómano y pasan a engrosar la lista de las doctas instituciones. El de Burning es, en este sentido, uno de los ejemplos más palmarios en el paisaje matritense. Puede que ahora no figuren entre los grupos más impecables de la ciudad y que su margen de innovación sea menos que mínimo, pero merecen todo el respeto que les conceden sus galones. 40 años de actividad celebraban anoche Johnny Cifuentes y sus muchachos en la sala But, y el rockerío de todas las edades respondió con un lleno impactante. Ni Navidades, ni fin de semana, ni gaitas: a los papás del rock urbano no se les podía hacer un feo.

Porque los rockeros de pedigrí, los de chupa y chapa, no salen en las revistas de tendencias ni engrosan las filas de cooltoretas o modernas de pueblo, pero siempre están ahí: llenando Las Ventas con Extremoduro o Rosendo, dándole vidilla a las noches del Gruta 77 o, en el caso de ayer, rindiendo tributo a los pioneros de todo esto: los primeros que pusieron a rugir sus guitarras cuando el dictador aún estaba en manos del equipo médico habitual. Cifuentes, como todo buen tímido que esconde sus sentimientos tras unas gafas oscuras, no quiso dejar rienda suelta a la melancolía, pero rememoró a los “hermanos” que le han acompañado en la singladura (Pepe Risi y Toño Martín, siempre presentes) y a todos esos personajes callejeros y periféricos que siguen alimentando sus canciones, su iconografía particular. Superhéroes de barrio como Jim Dinamita o Jack Gasolina, fedatarios de una dignidad que en el repertorio de Burning adquiere vigencia perenne.

Hubo antes del concierto un adelanto del documental que Fernando Colomo ultima sobre la banda, así como un coqueto retraso de veinte minutos sobre el horario previsto, por que todo lo que se anhela se hace esperar. Al fin, Cifuentes se da el gustazo a las 21.20 de principiar con ese himno orgulloso que es Madrid (“sin vivir en Madrid no lo entenderás”) y alimenta la máquina a golpe de chulería inequívocamente cheli: las palabras estiradas hacia el final, esas jotas de fricación poderosa, el silabeo chuleta cada vez que surge la palabra “mujer” en cualquier verso. El sexteto suena firme y contundente, con la huella macarra de los Stones en cada riff de la guitarra y el subrayado sencillo y pasional que confiere el saxo de Miguel Slingluff.

El material nuevo, correspondiente al disco Pura sangre, es meritorio pero ceñido sin fisuras a las señas de identidad de la casa. Incluso ese primer sencillo, Tú te lo llevas todo, aúna una mención explícita a los Rolling y un retrato de perfidias femeninas al borde de esa misoginia que los propios Jagger y Richars (recordemos Stupid girl) han cultivado desde sus años mozos. Pero los más de mil asistentes bailan y palmean sin respiro, se agolpan en las barras, se encaraman a cada saliente en busca de una perspectiva casi imposible del escenario, disfrutan de una fiesta intergeneracional y desinhibida. Después de 35 minutos de tralla, Johnny suspira: “Vamos a bajar las pulsaciones, chicos, que se nos va a salir la patata del pecho”. No es la metáfora más romántica para hablar del corazón, pero así es la poética a pie de calle. Y así sigue transmitiéndose a rockeros más jóvenes, de Alberto Marín a Rubén Pozo, que ayer también saltaron a escena para hacer buenos aquellos versos ya míticos: “cuando Dios hizo la noche / sabía bien lo que se hacía”.

 

FIN

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