Junqueras, Rajoy y Sánchez
Vivo en estado de zozobra jurídica: no sé cuándo dejaremos de vivir en España para entrar en un limbo preindependiente
Junqueras. La entrevista que la semana pasada le hizo Mònica Terribas a Oriol Junqueras en TV-3 seguramente satisfizo todas las inquietudes del bloque independentista, suponiendo que a este bloque le quede alguna inquietud o alguna duda sobre cualquier materia que tenga que ver con la independencia, tan claro lo tienen que Cataluña la alcanzará. A mí tanta seguridad, algo así como ir muy sobrados en asunto tan delicado y transcendente —trascendente no por la patria a punto de tocar, sino por algo tan vulgar, pero ineludible, como es la intendencia diaria de los ciudadanos—, me da un pelín de miedo.
Hace mucho tiempo que vivo en estado de zozobra jurídica, una especie de incertidumbre, dado que no sé en qué momento dejaremos de vivir en España o en la Cataluña autonómica y comenzaremos a vivir en un limbo preindependiente lleno de estructuras de Estado. Seguí la entrevista con sumo interés, con interés casi vital. A Junqueras lo vi muy cómodo, muy seguro. A cada pregunta de la periodista (esa manera de preguntar que tiene Mònica Terribas, en donde, a diferencia del método socrático, sus preguntas, las más de las veces, llevan la respuesta incluida) Junqueras respondía (solo le faltó decir eso tan irritante: “Le agradezco que me haga esta pregunta”) con pasmosa seguridad, incluso distendido, inclinado en su butaca hacia la periodista, como si fuera el que preguntaba.
Seguí esperando que algo removiera al líder republicano de su confortable situación ante las cámaras. Esperaba la pregunta del millón: “Señor Junqueras, ¿qué pasaría si en las elecciones anticipadas o plebiscitarias (tanto da si con lista única o separadas) no gana el sí?”. Me pareció que esa pregunta era pertinente. Si yo voy a votar no a la independencia, pero sí a un Estado federal fuertemente descentralizado, quiero saber si al día siguiente de la derrota del sí los que votamos no vamos a tener algún apoyo de las fuerzas independentistas (ya que de las antiindependentistas no esperamos nada) para aspirar a ese Estado federal en profundidad, además de hacer que la Hacienda autonómica empiece a funcionar a pleno rendimiento social.
A mí tanta seguridad, algo así como ir muy sobrados en asunto tan delicado y transcendente, me da un pelín de miedo.
Mientras transcurría la entrevista, me acordé de una frase de John Steinbeck que cita el escritor norteamericano Dave Eggers en su última novela, El circulo: “El futuro no conocía límites ni fronteras. Y tanto era así que los hombres ya no tenían donde almacenar su felicidad”. Justamente eso me pareció que irradiaba el semblante de Junqueras, un futuro lleno de felicidad. Una felicidad incontestable, irreversible. Caiga quien caiga. Claro que si Mònica Terribas no le hizo esa tan obvia pregunta, cómo le iba a hacer otra no menos comprometida: “Si Cataluña supone el 20% del PIB español, ¿cómo cree que España responderá a esa amputación decidida casi a la brava?”.
Rajoy. El presidente del Gobierno español vino a Cataluña solo a hacer un favor a sus correligionarios en franca caída libre. Y a echar más leña al fuego. Dijo que Artur Mas inició un camino a ninguna parte. Nadie le corrigió entre sus huestes (por ejemplo, la presidenta del PPC o la delegada del Gobierno en Cataluña) que el viaje de Mas va en serio, que probablemente no vaya a ninguna parte, pero que el viaje existe, está ocurriendo.
Sánchez. Unos días antes de que Rajoy viniera a Cataluña a no decir nada y a hacer menos, el probable candidato del PSOE a las próximas generales se despachó con un asunto inhabitual en su partido. Habló de un Estado federal y algunas competencias blindadas para Cataluña. Tema tabú para los socialistas. Y ya no digamos para Susana Díaz. Ahora sabemos que algunos barones territoriales comienzan a ver con recelo a Sánchez. El secretario general puede ser un buen adversario para el PP. Pero tiene que serlo de todas a todas. Incluyendo en su programa lo que proclama con la boca pequeña en relación a Cataluña, insistiendo sobre la reforma de la Constitución, incluso rescatando una buena parte del programa federal de Pasqual Maragall, posiblemente el único hombre de Estado que tuvo España mientras fue presidente de la Generalitat.
Algunos barones del PSOE le achacan demasiado protagonismo. Como si no tuviera que currarse su imagen de líder, después de surgir de la nada. Sánchez sabe inglés y economía, dos materias claves para moverse con solvencia y posibilidades de que alguien se acuerde de él entre los pasillos de la Comunidad Europea. Además apunta a buen orador, algo que desde Felipe González no se veía en la cámara de Diputados. Pero todavía le falta algo capital: convencer a sus votantes (los que el PSOE ha perdido en su travesía del desierto y los que le puede quitar Podemos) de que se postulará como un candidato creíble con argumentos posibles y dignos de la España compleja en la que vivimos. Pensar España en clave federal, con las asimetrías que haya que negociar y con una voluntad inquebrantable en hacer que la distancia entre ricos y pobres no pueda ni deba seguir ahondándose. Eso será ser un candidato creíble. Y posiblemente el hombre de Estado que tanto necesitamos.
J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.
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