El profesorado no es el problema de la universidad
El principal inconveniente es la falta de voluntad política para abordar los cambios que necesita
El debate sobre las fortalezas y debilidades de la universidad no es nuevo. En los cursos bianuales que la Universitat Jaume I organiza, junto con la cátedra UNESCO de gestión y política universitaria de Madrid, las fortalezas y las debilidades de la universidad se han puesto de manifiesto. Sin embargo, en las últimas semanas este debate ha vuelto a tomar vida. Victor Alonso Rocafort en Eldiario.es nos dice que el amiguismo, la endogamia universitaria, la rivalidad y el empeoramiento de las condiciones laborales caracterizan el llamado “agujero negro la universidad”. Unos días después, en Levante, José Luis Villacañas argumentaba que el problema en la universidad no radica en el amiguismo sino en “la existencia de plantillas descompensadas, precarias, sin continuidad generacional, mantenidas con la finalidad de atender la docencia y expedir títulos”.
Desde mi punto de vista, el principal problema que tiene la universidad es la falta de voluntad política para abordar los cambios que necesita la universidad actual. La universidad no es ajena a los cambios que se producen en la sociedad y un diagnostico adecuado de la situación de las universidades, y más concretamente del profesorado, nos lleva a constatar que el amiguismo, los grupos de poder, la ausencia de mecanismos de control sobre la actividad docente e investigadora son aspectos, que, si se daban en el pasado, ahora están en proceso de extinción. En este sentido, pocas instituciones son más transparentes que las universidades, y donde, a diferencia de otros ámbitos, el espíritu crítico del profesorado universitario, no sólo se presupone, sino que nos motiva para seguir avanzando en la construcción de la universidad.
Lo que si caracteriza al profesorado en estos momentos es su profesionalidad. El esfuerzo realizado por el profesorado para adaptarse a los principios metodológicos del llamado proceso de Bolonia, primero en los grados y masters, y más recientemente en el doctorado, ha sido ingente. Además de atender a una docencia más masificada que lo que prometía Bolonia, y una burocracia interminable, ha tenido que realizar una actividad investigadora abrumadora para responder a unos requisitos de una carrera cada vez más exigente. Lo curioso, es que como incentivo al esfuerzo realizado, tiene que enfrentarse a la incertidumbre de contratos temporales o a una promoción prácticamente inexistente. Estarán de acuerdo conmigo que son precisamente estas circunstancias externas las que generan la rivalidad y el desgate psíquico del profesorado, el llamado síndrome de “burnout”.
El profesorado también ha tenido que familiarizarse y participar en el nuevo sistema que regula el acceso a la universidad y que tanto se ha criticado por ser endogámico. Si es así, ¿por qué no se regula? El gobierno decidió la creación de la ANECA, obligando al profesorado a presentarse a la acreditación, y luego ha impedido que las universidades puedan dar una oportunidad de promoción a los acreditados. La lista de acreditados en espera que la universidad convoque plazas puede contribuir a un mayor desgaste del profesorado, y representa un problema para el gobierno de las universidades. En estos momentos, a quien corresponde liderar los cambios en los proceso de acreditación nacional y en los concursos de acceso de profesorado es al gobierno.
En resumen, el profesorado no es un problema, más bien ha sido la solución para continuar construyendo una universidad de excelencia. Ahora, le corresponde al gobierno reconocer su profesionalidad. Ya no sirve decir que el problema de la universidad es la endogamia y el amiguismo. Lo que necesitamos es voluntad política para liderar los cambios que necesita la universidad actual. Eso sí, hay que hacerlo con dialogo y con una agenda en la que se incorporen los problemas que percibe la comunidad universitaria en materia de profesorado.
Eva Alcón es catedrática de la Universitat Jaume I de Castellón
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