Cambios en la Iglesia
Con su actuación en el último caso de pederastia, el Papa acaba con siglos de silencio
Hay cosas realmente nuevas en el comportamiento del Papa con respecto a la trama de pederastia eclesiástica que, al parecer, ha estado actuando en Granada durante años. Lo novedoso, aunque sea sumamente periodístico, no es la llamada directa del papa Francisco a Daniel (nombre ficticio). Lo realmente diferente es que el Papa animase a este joven a acudir a los tribunales y esclarecer los hechos con el compromiso de que desde la institución eclesiástica se iba a colaborar con la investigación. Con estas palabras, el papa Francisco acababa con siglos de silencio y de falta de reconocimiento de la legalidad democrática.
Hasta ahora, cuando una o un joven denunciaba ante la autoridad eclesiástica los abusos sexuales a los que había sido sometido, la mejor respuesta de la institución era asegurarle que tomaría medidas pero el ruego central era que, en ningún caso y bajo ninguna circunstancia, denunciase a las autoridades civiles la comisión de estos delitos. La violación y los abusos sexuales eran para la Iglesia un mal interno que apenas tenía consecuencias en la carrera eclesiástica de sus componentes. De hecho, algunos de ellos, ascendieron vertiginosamente después de abusos o violaciones.
De hecho, el propio Daniel ha guardado casi diez años de silencio hasta que las nuevas circunstancias eclesiásticas le han animado a poner por escrito no un episodio esporádico de abuso sexual, sino toda una organización sacerdotal de abusos y violaciones continuadas que tenían lugar en Granada y de la que, presuntamente, formaban parte nueve sacerdotes más y dos seglares.
El arzobispo de Granada, Francisco Javier Martínez, se indignó por el comportamiento de Daniel de acudir directamente al Vaticano. Cuando habló con el joven le transmitió que, según sus propias investigaciones, sólo había tres sacerdotes implicados y que el resto de los miembros que Daniel había denunciado eran “tan víctimas como él”. Esto produjo una indignación total en el joven y, al parecer, una nueva llamada del Papa en la que le animaba a proseguir sus denuncias y reclamar la investigación de los hechos. Tampoco informó a los responsables de la Conferencia Episcopal, que se desayunaron la noticia de los informativos en plena sesión plenaria de esta institución.
Pero, lo realmente importante, es el cambio de actitud del Papa con respecto a estos hechos que rompe con los viejos esquemas de ocultación de la Iglesia. El papa Francisco viene a señalar varias ideas que deben suponer un cambio total de la Iglesia en cuanto a estos temas: primero, que la sociedad civil debe conocer los hechos; segundo, que son los tribunales ordinarios los que deben actuar judicialmente contra los autores de estos delitos; en tercer lugar, que la Iglesia debe colaborar sin trucos con la investigación y, finalmente, que los culpables, además de la pena civil, serán apartados de sus responsabilidades eclesiásticas. Es decir, todo lo contrario de lo que oficialmente la Iglesia ha venido haciendo con respecto a estos dolorosos delitos: ocultar, negar y justificar. Ojalá el papa Francisco consiga sus objetivos porque a la mitad de la curia eclesiástica, aunque no se atreva a confesarlo, no les gusta la nueva situación, aunque por la gravedad de los hechos guarden un sospechoso silencio.
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