Una comedia muy seria
Bajo los ropajes ligeros de comedia de 'Arabella', de Richard Strauss, anida algo muy serio y trascendente
El compositor Richard Strauss y el libretista Hugo von Hofmannsthal calificaron Arabella, su último trabajo conjunto, como “comedia lírica” y, aparentemente, lo es. Sin embargo, bajo los ropajes ligeros de la comedia anida algo muy serio y trascendente.
El último acto, por ejemplo, desde un punto de vista estrictamente argumental es un vodevil de escasa originalidad con confusiones de identidad, de sexo, supuestas infidelidades y amantes entrando y saliendo de habitaciones de hotel. El texto de Hofmannsthal, sin embargo, eleva el nivel y la consistencia dramática de personajes, conflictos y situaciones y la música de Strauss trasciende la endeblez inicial hasta conducir todas aquellas criaturas víctimas de sus deseos y sus debilidades a un terreno sublime en donde la música añade matices inefables y nuevos significados a las palabras.
Arabella es una comedia muy seria, una mirada lúcida, sabia, tierna, comprensiva sobre el alma que ama sus anhelos, sus trampas y sus debilidades.
ARABELLA
Richard Strauss sobre libreto de Hugo von Hofmannsthal. Anne Schwanewilms, soprano. Michael Volle, barítono. Ofelia Sala, soprano. Will Hartmann, tenor. Alfred Reiter, bajo. Doris Soffel, mezzosoprano. Susanne Elmark, soprano. Thomas Piffka, tenor. Orquesta Sinfónica del Gran Teatro del Liceo. Ralf Weikert, dirección musical. Christof Loy, dirección escénica. Coproducción de las óperas de Goteborg y Frankfurt. Gran Teatro del Liceo. Barcelona, 17 de noviembre.
Si, como ocurrió en el Liceo, Arabella es servida por un equipo de cantantes equilibrado y de alto nivel y la interpretación se aplica a una producción, en este caso firmada por Christof Loy, de bella factura, respetuosa con la esencia de la obra original y con detalles de fina inteligencia teatral, entonces Arabella se convierte en una fiesta del espíritu y la sensibilidad.
No hay Strauss fáciles para la orquesta y Arabella no es la excepción. La parte orquestal es densa de orquestación y de textura espesa, la cuadratura con las voces es compleja y el equilibrio dinámico entre foso y escenario tiene que estar siempre bajo estrecha vigilancia para que no acaben todos gritando como posesos. Ralf Weikert, veterano maestro, experto en el compositor, que ya actuaba en el Liceo hace treinta años aunque en las últimas temporadas había dejado de aparecer en el cartel, acudió en ayuda del teatro y se hizo cargo de la obra, poco antes del estreno, cuando Antoni Ros Marbà, el director inicialmente previsto, tuvo que declinar el encargo por enfermedad.
Weikert cumplió bien. Asumió la obra con eficacia, no intentó imposibles, sujetó la orquesta. El preludio del tercer acto quedó algo desmañado en el sonido, pero globalmente ofreció a Arabella un soporte orquestal de calidad.
Los tres personajes centrales fueron defendidos por tres intérpretes de primer nivel. Anne Schwanewilms fue una Arabella ideal. Su mejor baza no son los recursos vocales, que son muy buenos sin ser opulentos, su triunfo está en la musicalidad, en el conocimiento del estilo, en la expresividad exacta del fraseo, en la elegancia, en la interiorización del personaje. A su lado, Michael Volle, ofreció su bella voz de barítono a Mandryka y supo dar cuenta exacta de la evolución psicológica del personaje llevándolo magistralmente del rudo apasionamiento inicial, a la tortura de los celos, el hundimiento en los sentimientos de culpabilidad y la redención final. Ofelia Sala dotó de esplendida intensidad dramática y vocal su doble personaje in travesti Zdenko/Zdenka y, en el tercer acto, estuvo sensacional en la escena en que revela a los demás su condición de mujer.
Es un lugar común que Strauss perece odiar a los tenores. A juzgar por la parte de Matteo, es verdad, la tesitura es inclemente. Will Hartmann pudo con el papel en los dos primeros actos, en el tercero Strauss pudo con él y acabó rompiendo la voz y pasando apuros que solventó con gran profesionalidad. Doris Soffel y Alfred Reiter, mejor ella que él, fueron los padres de Arabella. Susane Elmark dio gracia escénica y cumplió con las estratosféricas exigencias vocales del breve papel de la pizpireta Fiakermilli.
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