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CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Volcán de emociones

La pianista japonesa Mitsuko Uchida, en el Palau de la Música

Serenidad, sabiduría y fantasía son cualidades que la pianista japonesa Mitsuko Uchida (Atami, Tokyo, 1948) comparte con el público sin vanidades huecas. Cada vez que visita el Palau de la Música, como artista fiel a Ibercamera, frecuenta el repertorio que mejor conoce, el clasicismo y el romanticismo vienés, y lo hace con una rara capacidad de hacer que suene nuevo y fresco lo que muchos melómanos se saben de memoria. De entrada, la coherencia del programa invitaba a refrescar la memoria sin anclajes inútiles en el pasado o en la sacrosanta tradición: los cuatro Impromptus, D. 935, op. 142, de Franz Schubert y las Variaciones Diabelli, en do mayor, op. 120, de Ludwig van Beethoven.

Un gran programa, a medida de la personalidad de una intérprete del piano que explora las partituras con la sonrisa en los labios y una paz de espíritu que invita al disfrute íntimo de la música. Por eso duelen más las toses inoportunas e impertinentes que arruinan esos matices largamente trabajados en la soledad del ensayo. Toses que en el caso de una música como la de Schubert, llena de confesiones íntimas, de confidencias, de cambios de humor, perturbaron su actuación de forma lamentable. Será cuestión de educación, o de control y equilibrio, pero Uchida logró imponer el silencio sin perder la sonrisa.

Si en Schubert cautivaron la claridad y pureza del sonido — pasó del lirismo contenido en los Impromptus centrales a la brillantez rítmica del último con magistral control técnico— en Beethoven fascinó la variedad de acentos, el sentido del humor y la fantasía con las que iluminó la monumental partitura.

Mitsuko Uchida

Obras de Schubert y Beethoven. Ibercamera. Palau.

Barcelona, 12 de noviembre

Hay sorpresas en cada rincón de la serie de 33 variaciones a partir de un vals de inofensiva apariencia con las que Beethoven respondió al encargo del editor y también compositor Anton Diabelli, autor del susodicho vals. Tras someterlo a un torbellino de conflictos y cambios de humor, Beethoven ennoblece este vals, de apariencia más bien vulgar, hasta convertirlo en un trascendente retorno a las raíces del clasicismo. La interpretación de Uchida fue antológica; hubo ternura, humor, ingenio, lirismo, serenidad, pasión; todo un volcán de emociones. Muchos espectadores pedían un bis, pero tras semejante tour de force, agotada y agradecida ante el entusiasmo del público, Uchida abandonó el escenario con una sonrisa de felicidad. Que vuelva pronto.

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