El caso Sa Nostra
El naufragio de la antigua caja de ahorros se ha producido en un contexto de mutismo por parte del mundo político, económico y cultural
La debacle de la personalidad financiera propia de la caja de Baleares Sa Nostra, quedó oculta, es un agujero negro informativo. No hay un relato público de cómo se ha esfumado la marca, qué fue de la entidad, sus números rojos y grandes pinchazos. Su fuerza y su capacidad de decisión están minimizadas en un banco abstracto, BMN, que maneja Caja Murcia.
El naufragio no fue excepcional, ocurrió en el maremoto que acabó con casi todas las cajas. Pero en el caso de Baleares no se explica el qué, quiénes y cómo —y con qué sueldos, tarjetas, indemnizaciones y pensiones— contribuyeron a esa ejecución. La laguna es histórica (social, económica y política) pero un muro de sigilo borra el rastro de los tipos y los hechos. La lenta e irreversible evaporación de la caja —nervio del sistema en la autonomía— no ha tenido voces ni observadores. No se señalan responsabilidades porque no ha habido explicación, ejercicio de transparencia, ni investigación.
Apenas se dio el control interno de los empleados, la Unió Obrera Balear, pero resuena el mutismo de las corporaciones y círculos del ramo de la economía y la cultura, de los expertos de la Universidad UIB y desde la prensa. En el Parlamento existió un bloqueo del PP a una petición tardía de comisión para el caso Sa Nostra. En años, ha sido notable el dontancredismo y el escaso brío crítico del PSOE y del PSM para escrutar en las sombras de la gestión de esta entidad comunitaria. Los partidos estuvieron aludidos por su tutela en sus pactos de poder e implicados por cuestiones afectivas y crediticias.
Sa Nostra en 130 años ayudó a vertebrar el ahorro y la economía doméstica de la clase media porque además de captar dinero facilitó el acceso a la primera casa con sus hipotecas. En medio siglo facilitó una tarea cultural de patrocinios y becas, de tutela social desde el área que justificaba la existencia de las cajas, no había beneficios que rentar sino fondos para actividades altruistas, de cobertura social.
La Caja de Ahorros y Monte de Piedad de las Baleares pasó a ser Sa Nostra, un rasgo más gonella que siciliano, para distinguirse de La Caixa, de Cataluña y Baleares. El vértigo, el camino hacia el abismo, sucedió al vincular su crecimiento y resultados casi exclusivamente a los créditos a chorro para los empresarios “clientes amigos”, señores del ladrillo, a quienes “acompañó” con fe ciega en sus aventuras locales o exóticas durante la burbuja. Al final Sa Nostra se quedó terrenos, pisos, refinanció créditos, amortiguó el hundimiento callado de los promotores Grande, Ferrero y decenas de microcompañías tuteladas por cargos y parientes.
En un asunto, la caja compró por el crédito hipotecario la vivienda propia a un inmobiliario que la aportó en garantía y se la dejaron en alquiler con opción de recompra. Era el inefable Mathias Kühn usuario del exchalé de Sarita Montiel en na Burguesa.
Ese raro sistema Kühn fue una medicina que no tomó la entidad absorbente BMN, que obligó a vender —sin ruido— patrimonio histórico de Sa Nostra y piensa liquidar la pinacoteca con los Barceló, Tàpies, Miró y firmas de pintura antigua y contemporánea. Se liquidó el casal del centre cultural Sa Nostra de Palma y ahora se paga un alquiler de 400.000 euros año; se vendió la enorme sede central monumental de la plaza de san Francisco. Se traspasó la emblemática finca de ensayos para payeses de Sa Canova y se intentó hipotecar el simbólico pulmón verde con la residencia de can Tàpara.
Las cúpulas de la entidad quedaron desautorizadas antes de que ese “hospital bancario para ayudar a los amigos” fuera desarticulado por indicación del Banco de España. Pedro Batle, eterno e inquieto exdirector general —que solicitaba despachar medio día con el que era presidente y hoy es preso Jaume Matas—, desapareció de escena y va de banquero/ONG de los pobres. Pasó Pau Dols, sin poder.
La autoridad de lo que fue Sa Nostra es un delegado territorial: el devoto Antoni Serra oficia de emisario de la cúpula murciana. Y un experto en entierros preside el consejo del funeral de la caja, Fernando Alzamora, un hombre que lo ha sido todo tras la sombra del padre, Gabriel, exalcalde de Palma. Alzamora está entrenado, cerró la empresa familiar centenaria y otras firmas de distribución y perdió sus sedes. Una premonición.
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