Una alfombra roja llamada Sitges
El impacto económico del festival es de 2,7 millones de euros
El ADN de Sitges tiene algo de camaleón. Pocas poblaciones pueden cambiar de rostro tan fácilmente y en tan corto periodo de tiempo. Antes de Cuaresma, el puerto del Garraf es famoso por ponerse la máscara de Carnaval y atraer miles de personas en eventos como la famosa Rúa del Exterminio. Desde junio hasta finales de septiembre se envuelve en la bandera del arcoiris y se convierte en una de las mecas mundiales del turismo gay. Y en octubre, cuando llegan más de 182.000 visitantes para disfrutar de lo mejor del cine fantástico y de terror, Sitges pone la alfombra roja.
Los ojos de los 446 medios de comunicación acreditados (10% de ellos internacionales) no se ponen solamente sobre las pantallas cine sino también sobre las calles del Sitges. “Este es el aparador más grande que tenemos. Nunca podríamos hacer frente a la carga económica que implicaría una campaña de promoción de estas dimensiones”, explica el alcalde de Sitges, Miquel Forns.
Y los sitgetanos de a pie lo saben. El Ayuntamiento y la organización calculan que el impacto económico del Festival Internacional de Cine Fantástico de Cataluña es de 2,7 millones de euros. 1,2 millones se corresponden a lo que ingresa la hostelería y otras actividades económicas de la ciudad. El resto es el resultado de las transacciones comerciales entre asistentes profesionales al evento. Para los diez días de festival, hasta el 14 de octubre, la ocupación hotelera roza el 100%, según datos de la oficina de turismo del municipio. Desde la organización del certamen explican que el 40% de los asistentes pernocta en el pueblo. Un 22% proviene de otros puntos de España y del exterior. Se trata básicamente de una marea de jóvenes. Cuatro de cada diez visitantes tiene entre los 25 y 34 años.
Desde los días previos al festival en la calle ya se respira cine por todas partes. Antiguas cámaras, rollos de películas, carteles y dibujos de niños sobre películas fantásticas. Estos son los elementos que decoran el aparador del Taller de decoración, cercano al Palau Maricel.
Desde varios años algunas de las tiendas montan sus propios decorados inspirados en el cine de terror, de ciencia ficción o fantástico. De hecho, hay un concurso oficial de la organización. “Se genera un ambiente bonito en el pueblo. Nosotros ponemos las fotos de los famosos que han venido al festival”, explica Albert, uno de los trabajadores de Gassó Fotògraf, otra de las tiendas que se disfraza para el festival.
“Sí sientes que hay un pico de afluencia en el pueblo, pero la verdad es que no se trata de un público muy gastronómico”, afirma Ramon Vilalta, dueño del restaurante La incidencia del Factor Vi, que abrió sus puertas en 2010. “El cambio de epicentro del festival hace que la gente se mueva menos por el centro. Los hoteles además se han movido para mantener a sus clientes dentro”, se queja el empresario.
La organización es consciente de cierto malestar por parte de los empresarios del centro y ha intentado revitalizarlo deslocalizando algunas actividades en sitios como El Retiro o exposiciones en el Palau de Maricel y la Casa Bacardí Sitges. Otra de las apuestas importantes es la Sitges Zombie Walk, que se celebrará este sábado y en la que 350 personas se podrán maquillar de manera gratuita.
Pero no todo es un asunto económico. Para muchos, el festival también tiene un componente casi sentimental. “Es como si el verano volviera. Lo particular es que ahora lo que congrega es el cine”, explica Owen John Holden. Este vecino, de 39 años, es uno de los coordinadores de los voluntarios que ayudan a la realización del festival. Para esta edición colaborarán 160, de los que uno de cada tres son vecinos de Sitges. Y 20 más de la comarca del Garraf.
La historia de los voluntarios, explica Holden, se remonta a 1992, cuando el Hotel Melià se convierte en la sede principal del evento. En ese momento eran solo 20 personas. “En el Auditorio no tenían suficientes personas para acomodar a los asistentes en las proyecciones. La condición era que podías ver la película si quedaban sillas disponibles”, recuerda este profesional de la comunicación y, claro está, amante del cine.
Holden ingresó en el equipo en 1994 y desde entonces el mundo de los voluntarios ha cambiado mucho. Ahora no solo ayudan con la logística de las proyecciones sino que tienen labores de acreditaciones, prensa y marketing. A finales de agosto se abren las inscripciones y se valoran aspectos como, por ejemplo, el conocimiento de idiomas y las personas que ya han estado en ediciones anteriores. “Puedes vivir el festival desde dentro, es una experiencia única. Terminas formando un vínculo de amistad que se alarga durante el año”, cuenta Holden. Para que no digan que el cine une.
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