El comisionista con lápiz
Recaudadores acreditados habitan en la sombra junto a los auténticos hombres de paja, testaferros o tapados, pantallas en el túnel de la corrupción
El retrato descarnado de un comisionista —corrupto— lo trazó otro. Habló con distancia del personaje y, sin querer, efectuó su autorretrato en un espejo. La confidencia surgió en un despacho oficial, en Palma, con J. de pie, a mitad de los años 90, el secreto —la figura del cobrador— quedó confirmado en las mismas entrañas del sistema.
La autoridad —J., corrupto y sin juzgar— confesó la cuestión y explicó quien era el sujeto, con propiedad y conocimiento. Hinchado de poder y falsa moral, mostró su desdén hacia M., prototipo de recolectas. Era su competencia en el reparto de los réditos exigidos en los negocios y, a la vez, un socio político necesario. “M. lleva el signo del tanto por ciento pegado a las pupilas de los ojos y un lápiz en la oreja, siempre dispuesto para echar cuentas. En todos los asuntos que se abordan tira del lápiz y calcula su parte en la tarta”, concretó J.
El comisionista —no juzgado— se mueve clandestino en aguas turbias, es una rémora ligada a los actos políticos. Suele ser el protagonista inevitable que contacta, cita, traba y facilita los puentes por los que circula la corrupción. Está instalado, es un obstáculo, un eslabón inevitable, como el sofrito en los arroces. Aparece de componedor de compraventas, buscador de inversores, animador de recalificaciones, intermediario en traspasos y reventas. Es hombre bueno o actúa de lobby en adjudicaciones, concursos o subastas, cotiza por la agenda de contactos y cartera de clientes a quien representa.
El precio de la corrupción contempla distintas partidas. Además de la comisión exterior suelen mediar sobornos directos si hay malas autoridades que deciden. El conseguidor, husmeador o muñidor del acuerdo adulterado, es premiado con esa capa de grasa añadida a la tajada. Pasa la bandeja, en su nombre y en nombre de otros, un ente o autoridad.
Lleva el signo del
El recaudador, el hombre del maletín, se hace notar, se presenta enterado y reclama siempre su porción. Impone su tarifa por los favores. Una de las incógnitas indescifrables es reconocer si actúa por delegación, para el partido, si reparte la mordida o acumula billetes para sí, si va por libre. Los aparatos partidistas impusieron su norma con vetos a comisionistas libres.
El riesgo que asumen las partes de ser pilladas convierte en ciega la operación negra de ese tributo paralelo añadido. Se confía en la palabra, en el buen fin de un asunto sin contrato escrito. Así, para un proyecto grandioso nonato, con recalificaciones urbanísticas y recortes de protección, en etapas distintas han puesto la mano al menos tres comisionistas, de otras tantas formaciones, dos de ellas desaparecidas.
El tipo del tanto por ciento —del 3% al 15% y más en la crónica balear— suele presentarse como alguien que actúa por delegación, que tiene peso y es un mensajero con puertas abiertas en los despachos. Va de emisario tapado que nutre la caja b de la maquinaria partidista electoral. Esa actividad sumergida hace imposible determinar la realidad, y desvelarla. Nadie canta ni se inculpa.
Actúa clandestino en
La comisión y el soborno son líquidos y en negro, rup a rup, un billete sobre otro. Sin olor ni rastro. El silencio es el velo que cubre el pacto. La ausencia de una evidencia documental o bancaria ha de sellar la opacidad del proceso económico subterráneo. El comisionista crea su capital con mordidas y pellizcos; si es legal pacta una parte para sí. Los reconocibles constituyen un patrimonio sólido pero varios han fundido en su tren de excesos y agasajos esas apropiaciones indebidas.
Al intermediario corrupto fanfarrón se le marca porque rompe el código de respeto y discreción. Es un clásico social, un arquetipo de bufa, exhibicionista, fardón y faltón, manirroto, con variantes por sectores territoriales e ideológicos.
Los comisionistas acreditados viven en la sombra junto a los auténticos hombres de paja, testaferros o tapados, pantallas en el túnel de la corrupción, ligados por una extrema confianza, al actuar y figurar por otros y sus dineros.
El mecanismo de la corrupción se ha depurado para esquivar el acecho de persecución. Pero el que vive de exhibir sus círculos de influencias y contactos se jacta incauto y halla fórmulas para camuflar los regalos de la comisión. Un negociante inversor sufragó un máster internacional a un hijo de un político metido a lobista. Era su precio de perder el honor, de nuevo.
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