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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Presidente en la picota

Ha sido una bofetada alevosa la que ha tenido que encajar Fabra a raíz de la reunión en Moncloa entre Barberá y Rajoy

Ha sido una bofetada alevosa. Nos referimos a la que ha tenido que encajar el presidente Alberto Fabra a raíz de la reunión celebrada estos días pasados en La Moncloa entre la alcaldesa de Valencia, Rita Barberá, y Mariano Rajoy. Tres horas, dicen, de confidencias entre estos dos pesos fuertes pertenecientes a la reserva más añosa del PP. No ha sido un encuentro discreto, por lo mucho que se ha aireado, pero tampoco ha trascendido algo de lo allí dicho, más allá de dar por sentado que la edil ejercería en ese momento de cronista política de la Comunidad y fuente principal para evaluar las perspectivas electorales del partido. Tampoco sería sorprendente que allí se anticipasen las exequias políticas del Molt Honorable, apartado de la carrera para la elección a tenor de los indicios. “Que nadie se autoproclame candidato”, tiene declarado la citada dama a modo de aviso general, pero con la vista puesta en Fabra, cuya autopromoción no ha tenido todavía eco notable en su partido.

Y es en su partido, precisamente, donde gente con criterio le da por amortizado, no obstante, las dificultades que se constatan para hallar un relevo con garantías. Muchos de los más dotados y conocidos están invalidados por la corrupción o su larga sombra. De entre los demás no se percibe ninguna personalidad descollante para levantar los ánimos de la derecha y afrontar los reñidos comicios que se prefiguran, por no hablar de los duros tiempos políticos que nos esperan. Tanto es así que, paradójicamente, los mismos que aducen la flaqueza e inconsistencia de Alberto Fabra, admiten la posibilidad de que, a falta de mejores alternativas, acabe siendo cabeza de cartel popular autonómico en mayo próximo.

En realidad, y a fuer de objetivos, hemos de admitir que no le faltan méritos. Por lo pronto no ha robado, ni propiciado la ladronera valenciana en que acabó siendo su partido; se ha desprendido de casi todos los cofrades imputados, respetando y haciendo respetar más de lo esperable unas estrictas líneas rojas por él mismo establecidas; sus más íntimos aseguran que es un seductor, lo que contrasta con el tono desmayado de su discurso, pero que un día puede infundirle ese punto de arrebato que le falta; le ha tocado gobernar la Generalitat en la época más aciaga de nuestra economía, pues asumió el poder en 2011, en pleno desplome y, aunque este aspecto puede ser cuestionado, tuvo el arrojo de liquidar de un plumazo la RTVV, esa fábrica de mentiras y despilfarro que probablemente era insalvable por más severa que hubiera sido la cirugía aplicada.

Se argüirá a modo de contraste que el president no ha logrado avanzar un adarme en la insuficiente financiación de nuestra autonomía y, lo que es peor, ni siquiera se le escucha donde toca para abordar el asunto; el corredor mediterráneo, tan decisivo para nuestro desarrollo, no pasa de ser una serpiente noticiosa del verano y, además, de su “peso en Madrid” como líder de un partido gobernante solo hay que recordar que han transcurrido diez semanas desde que los empresarios valencianos instaron ser recibidos por le ministro de Hacienda. Pero, seamos serios, ¿qué hay de nuevo en estos problemas, todos ellos heredados? Si Fabra no concurre en las urnas, o concurre y pierde, no será por él, sino porque su partido se ha trabajado a conciencia la derrota. Fabra podrá consolarse pensando que fue bonito mientras duró.

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