Padres e hijos en el Fossar
¿Qué pretende Mas acudiendo a un acto de la simbología independentista más extrema? ¿A quién intenta convencer?
Pasan los años y el mito del 11 de Septiembre permanece intacto para realimentar el victimismo y una versión tan heroica como pre-moderna de lo que es Cataluña. Concretamente, el rito anual de conjurados hasta la muerte en el Fossar de les Moreres contará este año con el Presidente de la Generalitat para honrar la memoria de los caídos por Cataluña en la Guerra de Sucesión. Unos versos de Pitarra —alias de Frederic Soler— enardecen la escena. “Al Fossar de les Moreres/ no s'hi enterra cap traïdor:/ fins perdent nostres banderes/ será l'urna de l'honor”. Todo está muy claro, todo encaja. Qué lejos de un postmodernismo que ya no distingue entre los buenos y los malos. A la hora de revisar la historia, cuenta más Pitarra que, por ejemplo, Vicens Vives.
El poema de Pitarra plantea un dilema muy intenso que sin duda conocen quienes cada año se concentran con entusiasmo en el Fossar. El dilema es el siguiente: un sepulturero y su nieto van enterrando a los caídos en el asedio de Barcelona, con grave pesar y dolor patriótico. La ofensiva de Felipe V significaba “rius de sang i un munt de ruïnes/ per pujar al tron reial”. El sepulturero Maestro Jordi —dice Pitarra— “era una ànima entendrida”, “que sentia com un nin”. Pero su secreto inconfesable es que tiene un hijo —el padre de su nieto asistente— enrolado en las filas borbónicas. Y el cadáver de ese hijo —”tan criminal”- inesperadamente es dejado junto a la fosa.
Resuenan los cañonazos del asedio. Trágico momento para el sepulturero. Al final, con el acuerdo del nieto fiel, no lo entierra en el Fossar de les Moreres, por traidor a Cataluña, porque allí “no s'hi enterra cap traïdor”. Para que la fosa siga siendo la urna del honor patriótico, el padre no da sepultura al hijo.
Ese crudo trasfondo paterno-filial no es original en la literatura, desde por lo menos la Grecia antigua. Hay que creer mucho en una patria como para dejar insepulto a un hijo. Por el contrario, Albert Camus dijo que entre la justicia y su madre, prefería a su madre. Eran, claro, otros tiempos.
El excéntrico Francesc Pujols aseguraba que Pitarra nunca fue catalanista, sino todo lo contrario
El excéntrico Francesc Pujols aseguraba que Pitarra nunca fue catalanista, sino todo lo contrario. Era un enemigo vitriólico de los juegos florales, porque defendía el catalán que se hablaba en la calle frente a lengua arcaizante y mustia de la poesía joc-floralista. Dio comienzo al teatro catalán, allá por la segunda mitad del siglo XIX. Al margen de que a Pitarra le salieran mejor las parodias que la poesía heroica, finalmente acudió a los juegos florales que tanto había caricaturizado y así sus versos patrióticos merecen una placa en el Fossar de les Moreres.
Como ocurre hoy con opinantes que han pasado del estalinismo a la tesis secesionista, el Pitarra anti-jocfloralista fue laureado por el joc-floralisme como Mestre en Gai Saber por sus piezas de epopeya. Fue un eslabón de la nostalgia irrealista.
Curiosamente, en el lenguaje beligerante del actual populismo independentista, los rasgos del pitarrismo callejero reviven, el pitarrismo de las gatades satíricas. Y, de otra parte, su épica de añoranzas medievales. Pitarra, maître à penser? Es como para pensárselo.
Tuvo la mano fácil con el humor grotesco pero sus tragedias históricas están en el umbral de lo ilegible. Si Pitarra —como dice Pla— fue siempre un “progresista unitario”, ¿qué hacía escribiendo poemas sobre las víctimas del acoso francés cuando a poco del final de la guerra —con víctimas, ciertamente— la nueva era acabó aportando modernización y crecimiento a la economía de Cataluña?
Salvo por una capacidad acomodaticia intrínseca, cuesta entender que el Pitarra progresista unitario y luego federalista escribiera en defensa del Antiguo Régimen cuya arterioesclerosis quedaría atajada por el itinerario histórico post-11 de Setiembre. Escribió una versión pornográfica como Don Jaume el Conqueridor y después poemas como el del Fossar de les Moreres. Ah, Pitarra.
Qué tendrá que ver eso con la Cataluña siglo XXI, con la Europa de Draghi y todo un mundo pendiente del smartphone. Conocerse históricamente es fundamental para toda sociedad, tanto como la lucidez y la racionalidad política. Por eso uno se pregunta qué pretende Artur Mas acudiendo al Fossar de les Moreres semanas antes de la convocatoria de una consulta que probablemente ni se hará. ¿A quién intenta convencer y de qué?
No se sabe si compartirá los gritos de rigor y la quema de banderas españolas. Hubiese podido ser un buen gestor de la crisis económica y de repente se ve inmerso en la simbología independentista más extrema. No parece que vaya a hacer un pacto de sangre con los habituales del lugar, ni que por otra parte ponga obstáculos a la quema de cualquier emblema de España. En fin, es como si fuera un invitado al que sientan en primera fila, sin que sepa muy bien por dónde ha entrado ni por dónde saldrá.
Valentí Puig es escritor
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