“La música puede redirigir una película más que la acción o el montaje”
El responsable de la banda sonora de 'Ocho apellidos vascos' salta a Hollywood con 'Hércules'
Fernándo Velázquez (Getxo, 1976) cuenta historias en la gran pantalla. No es director, ni actor, ni guionista, pero su trabajo es igual de importante para que el espectador entienda la película. Este vizcaíno ha compuesto la música de proyectos tan opuestos como Ocho apellidos vasco (Emilio Martínez Lázaro, 2014), El Orfanato (J.A. Bayona, 2007) y Lo imposible (J.A. Bayona, 2012), pero ahora sigue los pasos de Alberto Iglesias y Lucas Vidal y se estrena en Hollywood a lo grande con la revisión de Hércules de Brett Ratner, un film de acción y aventuras que llegó a las salas el pasado viernes.
“Como le ocurre al público, cada película te inspira diferente a la hora de crear. Da igual que sea acción, comedia o terror. Todo es contar una historia. Cada registro tiene trucos e idiosincrasia, pero no es complicado entrar. Lo difícil es dar con el tono y espíritu adecuado”, explica Velázquez, que no solo salta sin remilgo de género en género, sino también entre trabajos sin aparente similitud. El año pasado, por ejemplo, dirigió a la Orquesta Sinfónica del País Vasco para un disco del grupo de música Ken Zazpi. “El mercado aquí tiene que ser limitado. Si fuera un disco de Coldplay, hubiera sido famosísimo”, puntúa. “Son proyectos muy diferentes pero al final todo es lo mismo: Hacer sentir la emoción de una historia. Soy afortunado de poder ir de un lado a otro”.
Su desembarco en Hollywood, sin embargo, será limitado. “Hay que estar allí, pero no es mi opción. Tengo un compromiso con el cine español”. Con Hércules ni siquiera dejó España. “Lo hacía todo desde Madrid y en inglés por Skype. Solo me fui en el momento de dirigir la Filarmónica de Londres, que era un requisito del guion”.
La música debe estar integrado en el film pero sin que se note. Como cuando echas sal al agua: está salado pero no la ves
Pese a la lejanía, Velázquez asegura que trabajó codo con codo con Ratner: “Es necesario entenderse. A veces tienen mucho miedo a la música porque puede redirigir la película a un nivel mayor que la acción o el montaje. Es el alma. Tiene que haber una relación de confianza para que quede claro que la historia es algo que todo el equipo quiere contar. El director no puede hacer la película solo, así que confía en todo el mundo a su alrededor y no lo puede controlar ni de lejos. Es muy estimulante y divertido trabajar en equipo”, destaca este violonchelista que con cada palabra demuestra su amor por todo lo que rodea al cine. “Me asombra la paciencia del director y de los que están en el rodaje”.
“Yo lo hago a mi manera, y muchas veces cuela. Me dicen 'confío en tu narración y quiero que te encargues de explicar la parte que todavía no cuenta la película. Está en manos de la música”. Se considera solo un engranaje más del proceso para contar un guion. “Tiene que ser un elemento que se integre pero que no se note. Como cuando pones sal en el agua y, aunque no se vea, está salada. Solo nos fijamos cuando es algo melódico o llama la atención”.
Tiene claro, aun así, que una película mala no se arregla con buena música. “La que es buena casa desde el primer momento. Es un placer poner la música al montaje y que entonces todo el mundo entienda la historia. Hay que tener un sentido narrativo, pero una película de miedo no funciona si no te importa lo que le ocurre a la persona que está pasando miedo”.
Esa misma pasión por las grandes narrativas, le llevó en 1998 a licenciarse en Historia por la Universidad de Deusto, aunque asegura que “siempre” tuvo claro que lo suyo sería la música, que le había llevado de Bilbao y Vitoria a París y Edimburgo. Un año más tarde, en 1999, comenzó su labor como compositor en los cortos Amor de Madre y Trabajo de Koldo Serra, con quien se lanzó al cine.
“Nunca tuve la meta de trabajar con alguien concreto y al final lo hago con quien me gustaría. No hay nada mejor”. Ahora se prepara de nuevo para contar las historias de algunos de sus colaboradores habituales. Trabaja en lo próximo de J.A. Bayona, Un monstruo viene a verme, y en Crimson Peak de Guillermo del Toro, que lo contrató para Los ojos de Julia (Guillem Morales, 2010) y Mamá (Andrés Muschietti, 2013). “Son gente muy querida que se deja la piel por sus proyectos”.
“El peligro de Hollywood es que te pueden sustituir en cualquier momento. Y a todos nos ha pasado”. Quizás por eso, guarda especial cariño a 321 días en Michigan de Enrique García, “una película pequeñita con música pequeñita que triunfó en Málaga y que va a tener muy difícil distribuirse. Nada que ver con el terror o la acción, pero que llega”.
“No necesito el reconocimiento, solo seguir trabajando. Si me dan el premio del Molino de Aixerrota de Algorta será suficiente”, bromea. Destaca, asimismo, el trabajo de orquestas jóvenes como la del País Vasco, a la que dirigió entre 1999 y 2004.
Pero llegar a ser recomendado por los pasillos de Los Ángeles no es algo que se consiga del día a la mañana: “Muchos se quedan por el camino porque no quieren conseguirlo. Los músicos han sacrificado una parte de su adolescencia para tocar, aunque al final es una inversión y lo que más satisfacción da, implica mucho esfuerzo. Te das cuenta de que 50% es por suerte y el otro 50% es todo el trabajo que has hecho".
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