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La Gran Guerra en Barcelona
Crónica
Texto informativo con interpretación

Trotsky en el Eixample

El revolucionario ruso llegó a Barcelona huyendo de su país, tras pasar por Madrid

Ventana de la finca situada en la calle de Balmes, número 88.
Ventana de la finca situada en la calle de Balmes, número 88.Consuelo Bautista

Aunque fue una estancia breve y anecdótica, León Trotsky nunca olvidó su paso por Barcelona. El día que se bajó del tren se estaba sorteando la Lotería de Navidad, y los periódicos aún se preguntaban por uno de los números premiados en el sorteo del año anterior que nadie había ido a cobrar. Tras el fin de la batalla de Verdún, la guerra parecía haberse estabilizado en todos los frentes y circulaban rumores sobre una conferencia de paz propuesta por el Gobierno alemán. En el Ateneo Ampurdanés de la calle del Pino se invitaba a los niños barceloneses a una costumbre típica de aquella comarca, el caga tió. Se informaba que el salón estaría adornado con un árbol Noel, típicamente germánico.

Huyendo de su país, Lev Davídovich Bronstein (alias Trotsky) vivía refugiado en Francia donde colaboraba en la revista Nasche Slovo (Nuestra Palabra). En aquella época, varias unidades de soldados rusos combatían en suelo francés para paliar la escasez de tropas del Ejército galo. Pero a finales de 1916 comenzaron a producirse motines en las Fuerzas Armadas rusas, y en muchos batallones se formaron los primeros sóviets de soldados. En solidaridad con todo aquello, el contingente llegado a Marsella se amotinó y el Gobierno francés culpó a Trotsky de ello. Rechazado por todos los países a los que solicitó asilo, el 30 de octubre fue conducido a Irún y entregado a las autoridades españolas.

“Infierno de fábricas. Humo y llamaradas, por un lado. Muchas flores y fruta, por otro”, dijo de la ciudad

La peripecia peninsular del líder revolucionario tuvo paradas en San Sebastián y Bilbao, desde donde viajó a Madrid. Lo relata él mismo en un opúsculo que publicó en dos partes el diario El Sol, en 1919. Y después en 1924 en Mis peripecias en España, y en su famosa autobiografía Mi vida. Allí contó que en los diarios madrileños se le calificaba de terrorista, y que la policía le tenía por un anarquista. Le detuvieron y fue encarcelado durante tres días porque sus ideas eran “demasiado avanzadas para España”. El Diario Palentino publicó poco después un artículo sobre aquel viaje, el objetivo del cual era —según su autor— la fundación de una revista quincenal titulada La Internacional. De Madrid fue trasladado a Cádiz, donde surgió la posibilidad de exiliarse en los Estados Unidos. Fue para viajar hasta Nueva York que viajó en tren a Barcelona, donde se reunió con su familia.

Trotsky permaneció cinco días en la capital catalana, a la que define como una “Niza en un infierno de fábricas. Humo y llamaradas, por un lado. Muchas flores y fruta, por otro”. Poco cuenta de su estancia en la ciudad, apenas que estuvo con sus hijos paseando junto al mar. Años más tarde, La Vanguardia publicó un artículo de la bibliotecaria María Serrallach en el que aseguraba haber estudiado con la hija de Trotsky en el Colegio Alemán. Contaba que la familia de su amiga se hallaba instalada en el entresuelo del número 88 de la calle de Balmes, encima del gimnasio Hércules y de la imprenta de Antonio Gost donde se editaba la revista cristiana El amigo de la juventud. Serrallach describía al padre de su compañera de aula como un señor siempre de viaje, con unos lentes gruesos, una barbilla oriental “y unos ojos penetrantes que me daban cierto miedo”. Contaba que a finales de 1916 se mudaron todos a Estados Unidos y que les dejaron al cuidado de sus plantas. Sólo tiempo después supo por boca de herr Barnert —uno de los profesores de la escuela— que el padre de aquella antigua alumna era el famoso revolucionario ruso.

En 1936 preguntó por la posibilidad de obtener un visado para volver a Barcelona

Los Trotsky embarcaron el día de Navidad de aquel mismo año en el vapor Montserrat, un paquebote destartalado que había de llevarles a su nuevo hogar. En sus memorias, Trotsky lo describe como una cafetera protegida por pabellón neutral, “por esto la compañía española cobra caro, aloja mal y da peor de comer”. Dice que el pasaje lo componían desertores franceses, rusos y serbios, norteamericanos que regresaban a casa y un poeta boxeador —Arthur Cravan—, que acababa de hacer el ridículo en La Monumental perdiendo estrepitosamente ante el campeón Jack Johnson. Tras 17 días de navegación llegaron por fin a Nueva York, donde fueron a instalarse en Brooklyn. No estuvieron mucho, en marzo de 1917 regresaron a Rusia espoleados por los crecientes motines que anunciaban la Revolución. No hay constancia que volviese en otra ocasión, aunque en 1934 la prensa publicó la llegada del político soviético a España, aserto que se vio obligado a desmentir el ministro de la Gobernación. Dos años más tarde, en una carta al periodista y escritor de Prada de Conflent Jean Rous, Trotsky preguntaba por la posibilidad de obtener un visado para volver a Barcelona y añadía que nada le haría más feliz. En vez de eso, acabó instalándose en México donde el barcelonés Ramón Mercader lo asesinó. A veces la historia tiene estas paradojas.

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