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Berta mon amour

Aunque neutrales, el conflicto impulsó la producción de material militar local

El cañón alemán Gran Berta se aseguró que era una innovación surgida y experimentada en Barcelona.
El cañón alemán Gran Berta se aseguró que era una innovación surgida y experimentada en Barcelona.

El ataque alemán sobre Francia produjo una súbita debacle económica en Barcelona. A la crisis bancaria le siguió la financiera y cundió el pánico en la Bolsa, que a finales de julio cesó la actividad. Pero entonces comenzaron a llegar ofertas e inversiones de las naciones en guerra, que buscaban buenos proveedores. La pasividad gubernamental tranquilizó a unos y a otros, hasta que a mediados de agosto el gobierno de Eduardo Dato comunicó al mundo su neutralidad. Ello significaba respetar la Declaración de Londresfirmada en 1908 por la práctica totalidad de las naciones europeas, que declaraba ilegal el bloqueo a un puerto neutral. Aunque al mismo tiempo consideraba contrabando ilegítimo el comercio de mercancías bélicas, tales como armas, municiones y equipo militar. Para una potencia neutral, la lista de mercancías libres se reducía a materias primas, como minerales.

Al margen de embargos y confiscaciones, el empresariado local vio dispararse sus exportaciones, por primera vez en décadas la balanza comercial tenía un saldo positivo. Se incrementó la producción de carbón y el volumen de mercancías transportadas por las navieras. Así se hizo rico el magnate Joan March, suministrando productos ilegales a los aliados, al tiempo que abastecía a los submarinos alemanes. Como le gustaba repetir: “Cada día nace un tonto, sólo hay que buscarlo”. Viéndose neutrales y con la mayoría de los países europeos necesitados de todo, cientos de anticuadas y pequeñas empresas comenzaron a acaparar pedidos. Aquel fue el origen de la Zona Franca, creada en 1916 para dar salida a tal flujo de actividad comercial. Otra industria que obtuvo grandes beneficios fue la textil, manufacturando ropa militar, calcetines y mantas. Gracias a ello se introdujo la fuerza eléctrica en los talleres. El pintor Josep Maria Sert, hijo de una estirpe con fábrica en el pasaje Sert de la calle Trafalgar, actuó de enlace entre el gobierno de París y los fabricantes catalanes. Llorenç Sant Marc —nombre literario del padre de J.M. Carandell— trabajó en una fábrica de uniformes, y en 1915 montó un negocio de venta de serrín para las naves que llegaban al puerto barcelonés.

Aunque el país no era ninguna potencia en el ramo, se modificaron muchas fábricas civiles para producir material militar. La especialidad local eran las armas ligeras, fusiles Mauser y pistolas como la Campo Giro que fue reglamentaria en el ejército francés. La prensa publicó en diversas ocasiones la lista de armamento de los países contendientes, como si se tratara de un catálogo. Esta industria estuvo en el inicio de la etapa conocida como Pistolerismo, algunos atentados contra industriales fueron realizados por agentes extranjeros y después atribuidos a los sindicatos. Así murió el empresario Josep Albert Barret, asesinado por sicarios alemanes por fabricar espoletas de artillería para los franceses. La presencia de tantas armas también generó un malestar creciente entre las autoridades, se sospechaba la llegada de armamento foráneo para ser revendido a los contendientes o para consumo propio. Esto fue lo que ocurrió durante la crisis de 1917, cuando el diputado Alejandro Lerroux acusó en un miting al gobierno de haber comprado equipo bélico a los Estados Unidos, que el barco en el que viajaba había sido torpedeado por los alemanes, y que no se había comunicado al país. Las autoridades lo negaron y se acusó del asunto a la Junta de Defensa de la guarnición barcelonesa, lo cual justificó el arresto de diversos jefes y oficiales por conspiración.

La prensa dio noticia de la inventiva guerrera autóctona, como la bala explosiva anti-zeppelines de Policarpo Lecea que recibió suculentas ofertas de un ingeniero alemán de Barcelona, o la ametralladora que en 1915 se probó en la factoría de Oviedo. El diario El Sol llegó a publicar que el famoso cañón Gran Berta de largo alcance —con el que los germanos bombardearon las fortalezas belgas—, era una innovación surgida y experimentada tiempo atrás en Barcelona. Según se decía, sus diseñadores habían sido contratados por la casa Krupp, y llevados en secreto hasta Alemania a bordo de un submarino. Periódicos como La Tribuna, ABC, El Imparcial o La Vanguardia se hicieron eco del rumor, aunque nunca más se supo de aquellos presuntos ingenieros de la capital catalana. Aunque la gran pieza artillera fue un fracaso, sólo estuvo en funcionamiento entre marzo y agosto de 1917. Lo mismo le pasó a la industria local, tras una desenfrenada bonanza el fin de la guerra significó el cierre de muchas empresas, y consecuentemente la vuelta al paro y la inflación. Con tantas pistolas sueltas como se perdieron en esos años, pronto se organizaron rifas en locales como el bar La Tranquilidad del Paral·lel.

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